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Viaje a la tierra prometida

Viaje a la tierra prometida larazon

Cuando Charles Reznikoff (Nueva York, 1894-1976) publicó esta novela en 1930 formaba parte del movimiento objetivista que propugnaba en literatura la visión externa de los personajes, describiendo lo que hacen como pudiera hacerlo un espectador con una cámara, pero sin introducirse en su interior para tratar de analizar su conducta. El escritor se convierte en un espectador más que no juzga ni indaga en los sentimientos de los personajes. Reznikoff y Zukofsky, ambos poetas, fueron los principales representantes del objetivismo que tuvo especial influencia en las teorías filosóficas y políticas que abanderó la escritora Ayn Rand (1905-1982) también americana de origen ruso y coetánea de Reznikoff. «Las aguas de Manhattan», la novela que llega ahora a nuestras manos es deudora de este movimiento al menos en un cincuenta por ciento.

Sara y la rusia zarista

Está dividida en dos partes, la primera se titula «Sara Yetha», el nombre de la protagonista y también el de la madre del autor, y cuenta la vida en la Rusia zarista, la pobreza, y las penalidades de la comunidad judía siempre hostigada y perseguida. Ella es diferente del resto de su familia y sus vecinos, no quiere casarse, quiere leer y progresar en la vida emigrando a Estados Unidos lo que consigue tras muchos esfuerzos. La segunda, Ezequiel, es su nombre hebreo y también el de su abuelo. El hijo de Sara Yetha es ahora el centro, un joven apasionado por la lectura que comienza a triunfar abriendo una humilde librería en la que conoce a una mujer de la que se enamora.

La primera parte está escrita con frases cortas, muchos diálogos y descripciones de las idas y venidas de la familia de la protagonista y sus allegados. Es un registro que resulta a veces seco y distante, más si tenemos en cuenta la dureza del entorno y el sufrimiento. Todo consta, pero sin profundizar para llegar a los sentimientos del lector, es decir, el objetivismo del que hablábamos al principio se adueña de la narración como si la encorsetara. Pero cuando llega la segunda parte parece que el cielo se abre, las frases se alargan, fluyen los sentimientos, se manifiestan los deseos y percibimos que Reznikoff era ante todo poeta: «Su desfallecimiento estaba aderezado con la dicha que sabía que lo mantendría consciente a través de todas las calles y las horas oscuras», así habla del cansado y enamorado protagonista. En la primera parte comprendemos a los personajes por lo que hacen, en la segunda conocemos «lo que arde», acercándonosa la complejidad de los sentimientos amorosos. La segunda parece convertirse en imagen de la libertad que ofrecía el Nuevo Mundo.

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