Liria, un palacio sin secretos
A partir de este jueves y en grupos de 20 personas se podrán visitar el zaguán y el primer piso del Palacio de Liria, tras una apertura de la que se ha encargado el actual Duque de Alba, Carlos Fitz-James.
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A partir de este jueves y en grupos de 20 personas se podrán visitar el zaguán y el primer piso del Palacio de Liria, tras una apertura de la que se ha encargado el actual Duque de Alba, Carlos Fitz-James.
En realidad, el Palacio de Liria en la calle de la Princesa en Madrid siempre ha estado abierto al público, pero las listas de espera para su visita eran de tres años. Ahora en la línea de apertura y generación de ingresos del actual Duque de Alba, Carlos Fitz-James, a partir de este jueves y en grupos de 20 personas, se podrá visitar su zaguán y el primer piso. Más de 4.000 metros cuadrados de exquisito buen gusto coleccionista en manos privadas. El Duque Carlos, su hijo y su hermano Fernando seguirán viviendo en su casa, el Palacio de Liria, así ha sido desde que nacieron. Lo único que les cambia es que accederán a su casa por el lateral y que subirán por otro ascensor a la segunda y tercera planta, también de 3.500 metros cuadrados cada una, que es la zona privada familiar. Aún así mantienen el comedor habitual en la primera planta y que ahora es visitable.
Un comedor con vistas a los jardines versallescos y con las paredes cubiertas por cuatro inmensos tapices que recrean los cuatro continentes, así como enormes bandejas y juegos de mesa de plata reluciente encima de un aparador. El comedor dispone de una mesa extensible con 27 butacas forradas de seda dorada y un biombo por donde sale discretamente el servicio que sirve la mesa.
A cambio de catorce euros, que cuesta el acceso a Liria, se puede admirar parte del patrimonio de la única gran casa solariega que queda en pie en Madrid. Hubo otras como Medinaceli o Medinasidonia que no han llegado al siglo XXI en las mismas condiciones de Alba, el secreto de esta estirpe ha estado en la creación de la Fundación Casa de Alba y en que el grueso del patrimonio se queda en manos del primogénito, que lo gestiona para la siguiente generación, de esta forma se evita la disgregación de tesoros, con el consiguiente malestar de algún heredero. También la suerte de Alba se dirigió por los buenos matrimonios que han ido tejiendo la urdimbre que puede verse ahora en sus palacios abiertos al público. Primero fue el de las Dueñas en Sevilla, luego Monterrey en Salamanca y ahora, la joya de la corona, Liria, un edificio neoclásico levantado entre 1767 y 1785 con las intervenciones arquitectónicas de Ventura Rodríguez y Gilbert.
La señal de esos matrimonios y sus aportaciones, se encuentra en el mismo zaguán de entrada a Liria, en el centro y en el suelo de mármol de ese esplendido vestíbulo de entrada, se encuentra el escudo de la familia con las aportaciones que han ido enriqueciéndolo a lo largo de su historia, los Berwick, los Falcó, los Fitz-James Stuart y un largo etcétera. Que han ido formando una colección de muebles, esculturas, libros, documentos, pinturas y de títulos nobiliarios fabulosa que pertenecen a manos privadas.
En Liria se pueden ver los relojes que rivalizan con los del cercano Palacio Real, los muebles más exquisitos como mesas de marquetería con piedras duras –como las que se encuentran en el Museo del Prado– o cargadas de historia, como el escritorio de Napoleón III, que luego pasó a Eugenia de Montijo, que murió en Liria y finalmente, fue la mesa de trabajo del Duque de Alba.
En cuanto a la colección de pintura, este palacio es una exquisita pinacoteca: más de 300 obras de los mejores artistas de todos los tiempos y que son de tal calado y en tanta cantidad, que dan nombre a algunas estancias visitables del Palacio, como el salón de Goya, donde están los cuadros pintados por el genio, o de Zuloaga, con la famosa obra de Cayetana de niña en la grupa de su caballo. Además, las habitaciones cuentan con obras de Rubens, Velázquez, Murillo, Mengs y Tiziano, entre otros, que cuelgan de los muros junto a una Afrodita Genetrix del siglo I d. C., la pieza arqueológica más importante de la casa.
Con la boca abierta
Después de atravesar el zaguán, a la derecha se encuentra la biblioteca con las cartas de Colón, así como los 32 escalones que nos llevan al primer piso, donde nos reciben cuatro columnas dóricas, bajo una cúpula con lucernario, y los retratos de los Alba enfrentados a los Estuardo. Con esta unión de linajes el visitante ya está dispuesto a disfrutar de esta excelente colección, atravesando una sucesión de salones a cada cual más impactante: si la sala flamenca, con su retrato de Felipe IV pintado por Rubens, es bárbara, la del Gran Duque nos deja con la boca abierta, literalmente, porque al mirar el artesonado te indican que lo cubren 20.000 láminas de pan de oro.
A un lado está el Gran Duque de Alba de Tiziano y al otro, el mismo, pero pintado por Rubens. Continuando, están el salón italiano El Estuardo, el Español –salón de baile con los retratos de la duquesa Paca que era hermana de la Emperatriz de los franceses, Eugenia de Montijo–, que da a la salita de la Emperatriz Eugenia, espacio donde uno imagina, por lo picado que está el suelo de madera, la cantidad de danzas que allí se han disfrutado.