El libro de cabecera

Cambiar judíos por ganado: la contabilidad del horror

Sonia Devillers investiga, siguiendo el rastro de su propia familia en Rumanía, cómo la dictadura de Ceaucescu vendió emigrantes

La policía rumana retira los cadáveres del tren de la muerte Iasi-Calarasi bajo el mandato de Ion Leucea
La policía rumana retira los cadáveres del tren de la muerte Iasi-Calarasi bajo el mandato de Ion LeuceaUnited States Holocaust Memorial Museum

Gracias a la literatura y a los historiadores, se va asomando la verdad de algunos acontecimientos que se han ocultado o tenido escasa difusión, sobre todo en países de los que se sabe poco, por su escasa trascendencia internacional o lastrados de tópicos y prejuicios. Es el caso de Rumanía, cuyo trasfondo literario emergió en 2009 por el premio Nobel otorgado a Herta Müller. Ésta, hija de un soldado de la Segunda Guerra Mundial y una madre deportada a un campo de trabajo de la Unión Soviética, tuvo que soportar el régimen comunista de Nicolae Ceausescu, al que atacó ya desde su primer libro, prohibido y censurado, hasta que, harta del acoso de la policía secreta, decidió exiliarse.

El año pasado llegaba en español «Vidas provisionales» (Gabriela Adamesteanu, Acantilado), de Gabriela Adamesteanu, que conoce el diabólico entramado comunista y narra cómo la existencia más privada era objeto de vigilancia por unos organismos gubernamentales que llevaban a cabo un control kafkiano de la población. Hasta tu mejor amigo te podría tirar a la Securitate. «Nadie podía salir del país en plena Guerra Fría. El pueblo vivía prisionero», dice, por su parte, Sonia Devillers (1975) en «Los exportados» (traducción de Eduardo Berti), que acaba de publicarse como testimonio de una atrocidad que permaneció en archivos secretos hasta 25 años después de la caída del Muro.

En ese momento se desclasificaron expedientes de la inteligencia rumana relacionados con la trata de seres humanos: judíos que se intercambiaban por animales o dinero cuales esclavos del siglo XIX. En aquellas listas, aparecía «quién fue vendido y por cuánto. El precio de cada ciudadano judío aparecía por escrito; primero convertido en ganado y después en billetes verdes», anota Devillers, periodista francesa e hija de inmigrantes rumanos, que investigó cómo su madre y sus abuelos salieron de Rumanía hacia París. Estos miles fueron los «exportados», a quienes el Estado había perseguido y que pudieron pagar el hecho de emigrar a Occidente.

Por eso dice Devillers al comienzo que sus familiares no se fugaron sino que los dejaron partir, pagando una fortuna por ello. Se trataba de Harry y Gabriela Deleanu, que pisaron Francia en 1961 con sus dos hijas y con una abuela. Uno de los responsables de la Securitate confesó en los años 80 que «Rumanía había estado vendiendo a sus judíos durante décadas. Había empezado canjeándolos por animales comestibles: terneros, vacas, pollos, ovejas y, sobre todo, cerdos. Con el tiempo los había intercambiado por dólares», hasta el punto de que Ceaucescu diría una vez: «Los judíos y el petróleo son nuestros mejores productos de exportación».

Hasta abordar esa etapa oscura de la dictadura rumana, Devillers va contando la vida de sus abuelos, por completo fascinante, pues sirve para de manera excelente y sintética, hacer un recorrido por la Bucarest dorada, en que una Gabriela culta, políglota y amante de la música se casa con Harry, natural de Texas, hasta que los pogromos y la Segunda Guerra Mundial destruyen todo. Ya a finales de los treinta, el avance de los fascistas se hace rotundo, como relató Sebastian, una fuente constante para Devillers, y ese antisemitismo genera unas matanzas atroces en el país. Harry estuvo a punto de que lo asesinaran en plena calle y muchos acabaron «en los mataderos de Bucarest con una bala en la nuca. A un punado de moribundos, entre ellos una niña, los colgaron en los degolladeros».

Entonces, la autora cae en la cuenta de que, antes de que ocurrieran estas cosas, a su abuelo lo rescataron de un matadero donde iban a descuartizarlo como un animal. Era la época en que los comunistas confiscaron las propiedades de los empresarios, intimidaron a sus oponentes políticos, tomaron el control de la prensa y realizaron detenciones aleatorias. Burgueses, masones, judíos no comunistas, sindicalistas, intelectuales o artistas que se mostraban independientes… Todos ellos eran sospechosos y serían censurados o perseguidos, víctimas de purgas y juicios. Es en ese ambiente caótico y peligroso donde entraría la figura de un comerciante inglés, «un capitalista amante del libre comercio», que podía facilitar la libertad a cambio de doce mil dólares, que los abuelos de la periodista tardaron toda una vida en devolver.

Ese dinero que se iría ganando de semejante forma «había servido para comprar cerdos. Batallones de cerdos, granjas enteras de cerdos. Pero no unos cerdos cualquiera, no, unos cerdos de competición, más valiosos, más productivos, más rentables aún que los ciudadanos que abandonaban el país. Aquellos ciudadanos que, desde la noche de los tiempos, se beneficiaban mucho y aportaban poco: los judíos». El caso es que el país, aparte de tener que alimentar a sus ciudadanos, también pretendía exportar para que entraran divisas, de tal modo que conseguir dinero devino una obsesión del régimen. El problema, cuenta Devillers, es que no había demasiadas mercancías para vender, a excepción de la propia gente.

Así, el acuerdo era tan sencillo como monstruoso: por una parte, Rumanía contaba con innumerables judíos deseosos de abandonar Rumanía; por otra, necesitaba introducir ganado extranjero en el territorio. Un trueque que se fue desarrollando para que unos salieran y entraran: judíos a cambio de cerdos, bueyes, gallinas, ovejas y pavos, lo que significaba ponerle un precio a la cabeza de cada judío al que se le permitía cruzar la frontera.

Lo mejor: Es un texto tan conmovedor como desgarrador, que emociona y da luz a hechos aberrantes.

Lo peor: Tal vez el libro hubiera necesitado material gráfico para recrear la época que expone.