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España, un país libre de cazas de brujas

El estudioso Diego Valor continúa su investigación sobre el pasado de la brujería en la Península con dos nuevos títulos

"Vuelo de brujas", óleo sobre lienzo pintado por Goya en 1798
"Vuelo de brujas", óleo sobre lienzo pintado por Goya en 1798Museo del Prado

Diego Valor tiene una empresa: investigar la historia de la brujería en toda España. De Toledo y Madrid a Galicia, a Murcia, a cualquier rincón en el que quede constancia de cómo vivían estos y estas hechiceros, hablar de lo que hacían, cómo funcionaban y cómo vivían; así como las diferencias entre unos y otros lugares. Pero no lo hace desde el esoterismo, sino con un planteamiento general científico, “de antropología social. La descripción como científico del fenómeno social”, puntualiza sobre un trabajo que busca la normalización de un trabajo muy peculiar. Porque tenemos una visión romántica que nos cuenta que eran personas aisladas”, pero lo que viene a demostrar el autor es que no, sino que “vivían en los propios pueblos con el resto de la población y que la gente iba a verlos en busca de amor, fortuna o porque tenían alguna duda. Acudían a estos servicios buscando la ayuda que pensaban que necesitaban”.

Así, Valor aleja, en parte, la brujería de la figura del demonio: “No siempre está asociada. Algunas personas sí hicieron pactos con el diablo, pero otras muchas no, porque la mayoría eran mujeres, las había que hacían labores de curanderas, fisios o medicina convencional y a las que se acudía por una simple fiebre o un malestar general”. Sí aparece el demonio con más frecuencia en Galicia con los aquelarres y en el título que se publicó el año pasado, La profesión de las meigas: la brujería a la luz de documentos inéditos de la inquisición (Cydonia); pero no es tan habitual en los dos nuevos volúmenes que ha lanzado el escritor: 200 casos de brujería (Universo Oculto) y Magia y hechizos en Murcia (de ediciones Matrioska y cuya portada es obra de Yolanda Moreno).

Otra de las características que ha observado Valor en su investigación es que las élites sociales también practicaban la brujería “porque era algo transversal”, cuenta: “Brujas y brujos eran personas, principalmente, de clase social baja, individuos con pocos recursos, pero eso no significa que las élites también se interesasen. La brujería y la alquimia siempre ha acompañado al hombre”. Así se demuestra en el capítulo que 200 casos... Dedica a la nigromancia, donde se muestra una magia “especial”, como la define, en la que los que se dedican a ella son intelectuales con conocimientos de astrología y de cartas astrales, e incluso con un pasado en la universidad. Currículo que no tenían las brujas normales.

De la brujería no se libraron ni en la casa del Duque de Alba del siglo XVI ni algún ministro de Felipe IV, que montó un convento con monjas “endemoniadas” que pronosticaban el futuro. “Lo que fue un escándalo mayúsculo en su momento”, añade el autor de un proceso que acabó llegando hasta a Roma, “aunque finalmente no quedó en nada”.

Otro de los aspectos que llama la atención del estudio de Diego Valor es la relación entre la brujería y el Tribunal de la Inquisición, en el que el experto apunta que el Santo Oficio “nunca se tomó en serio este problema”. De hecho, las detenciones de brujas no pasaban de “una o dos al año”. “La Inquisición fue una institución muy humanista, con grandes doctores de la Iglesia y pensaban que todo ello era cosa de la ignorancia. Ni siquiera estuvieron de acuerdo con la visión de que el diablo estaba detrás de ello”. Además, estos volúmenes también trazan el paralelismo con el resto de Europa, donde sí existió “un genocidio”, asegura. “Si en España murieron 50 mujeres, en el resto del continente fueron 60.000 las acusadas de brujería. Aquí no existió la caza de brujas; la imagen de la hoguera es falsa. La Leyenda Negra se viene abajo en este punto porque no existió la persecución. Es más, la que en el siglo XVI eran acusadas de ‘brujería’, en el XVII y XVII ya eran simplemente ‘estafadoras’”.