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Isabel II, el “annus horribilis” que marcó toda su vida

Reproducimos en exclusiva un fragmento de la gran biografía sobre la reina de Robert Hardman, que se publica el miércoles y da cuenta del peor año, 1992, de su vida

La Reina Isabel II de Inglaterra
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Cualquier otro patrimonio o negocio familiar podría reaccionar, por ejemplo, legando bienes de una generación a otra, pero ningún monarca podía recurrir a algo semejante sin abdicar con mucha antelación o sin entregar gran parte de la maquinaria monárquica estando aún en el trono. Ese, sin embargo, era un argumento que los antimonárquicos no querían oír. Para ellos, la familia real había hincado la rodilla ante una «victoria del poder popular» (palabras de «The Sun»). Al día siguiente, el jefe de la sección de política de «Daily Mirror», Alastair Campbell, atacó sin piedad a la Corona con el titular «Su Majestad, la evasora de impuestos» y una caricatura de la reina sonriendo socarronamente y contando como una posesa sus riquezas con la calculadora. «La reina se va a convertir en la mayor “evasora de impuestos” del Reino Unido, pagando apenas dos millones de libras por su vasta fortuna». Tras todos los esfuerzos que habían conducido a ese momento, la portada estuvo a punto de hacer llorar a la reina, confiesa un miembro de la Casa Real.

Pero, aunque las finanzas reales acabaron pasando a un segundo plano, al menos durante un tiempo, ese largo annus horribilis todavía guardaba más desgracias en la chistera. El 9 de diciembre, John Major compareció ante la Cámara de los Comunes para anunciar la separación de los príncipes de Gales. No fue ningún bombazo, pero sí sirvió para formalizar lo que hasta entonces había sido un carrusel de titulares en los tabloides. La guerra entre Carlos y Diana se había convertido en un debate político de pleno derecho. Tanto la BBC como los periódicos del estilo del «Daily Telegraph», que siempre habían considerado un asunto privado las grietas en el matrimonio, ahora las comentaban sin rodeos e incidían sobre todo en una afirmación de Major: «No hay razón por la que la princesa de Gales no debería ser coronada reina en su debido momento». El asunto ya no era solo personal, sino jurídico. El secretario del Gabinete, Robin Butler, admitió después que había sido un error decir eso y añadió que Major simplemente quería «amortiguar el golpe».

«La guerra entre Carlos y Diana se transformó en un debate político de pleno de derecho»

La reina disfrutó de un espejismo de felicidad al final de esa semana, cuando la familia se reunió en la Iglesia de Crathie para la boda real más modesta de la historia. La princesa había recalcado que quería una ceremonia frugal para su matrimonio con el comandante Tim Laurence. No hubo carruajes de caballos ni limusina nupcial. Ana fue desde el Castillo de Balmoral hasta la iglesia en el Land Rover de su padre y la misa fue a puerta cerrada. Las relaciones de la familia con los medios habían llegado a tal nivel de desgaste que incluso se expulsó del recinto a una furgoneta que llevaba algo para picar a la congelada Prensa acreditada, que esperaba en un aparcamiento público de la zona. Tampoco nadie de la familia real iba a poder quedarse en el castillo, que llevaba tiempo cerrando durante el invierno. Se reabrió solo una sala para celebrar una breve recepción en la que se ofreció sopa y bocadillos, pero después todos los invitados se marcharon hacia el aeropuerto de Aberdeen. Los recién casados se dieron el lujo de una luna de miel de treinta y seis horas en una mansión de la familia. Según el biógrafo de la princesa, Brian Hoey, todo el acto costó menos de dos mil libras.

«La monarquía parecía que se había convertido en poco más que un pelele para los medios»

Y sin embargo el año aún no había agotado su arsenal de desdichas. Dos días antes de Navidad, el mensaje anual de la monarca apareció con todo lujo de detalles en las páginas de «The Sun». Quizá el rotativo pensara que simplemente estaba ofreciendo a sus lectores un anticipo, pero desde Palacio aseguraron que la filtración había «angustiado mucho» a la reina. La monarquía parecía haberse convertido en poco más que un pelele en manos de los medios; pensó que habían pasado olímpicamente de su súplica en el Guildhall, cuando había pedido un poco de margen y comprensión. En palabras de Charles Anson, entonces su secretario de Prensa: «Para mí fue la gota que colmó el vaso, y creo que la reina pensó lo mismo». Ordenó a sus abogados que demandaran al periódico por infracción flagrante de los derechos de autor. Curiosamente, «The Sun» no plantó cara; publicó una disculpa en portada, pagó todas las costas procesales e hizo un donativo de doscientas mil libras a una causa benéfica. Cuando al final se emitió el mensaje el 25 de diciembre, el público vio a la reina admitir sus desgracias, pero sin sucumbir a ellas: «Como algunos sabréis, porque me habéis oído señalarlo, este ha sido un año sombrío. Pero la Navidad es, sin lugar a dudas, el momento idóneo para intentar sobreponernos. [...] Curiosamente, de todo lo sucedido en este 1992, ha sido un suceso triste el que más me ha ayudado a relativizar mis preocupaciones». Hablaba de cuando había conocido a Leonard Cheshire poco antes de morir. El filántropo y piloto de la Real Fuerza Aérea había recibido múltiples condecoraciones, como la Cruz Victoria durante la guerra y la Orden del Mérito en tiempos de paz. A pesar de sufrir una enfermedad terminal, solo hablaba de los demás. Como señaló la reina: «Resumió el mensaje en esas palabras tan conocidas: “Bondad en la desdicha ajena, coraje en la propia”». En conclusión, dijo Isabel: «Seguro que 1993 deparará nuevos retos».

Carlos y Camila, pillados

No hubo que esperar mucho. Al cabo de unos días apareció en todos los periódicos otra grabación telefónica entre Carlos y Camilla Parker Bowles hablando de forma muy íntima. Seguro que la reina pensó que el nuevo año iba camino de igualar al anterior en infamia. La estrategia de su madre en esas situaciones, hacer como si no pasara nada, le había valido el apodo de «negacionista imperial» entre el personal de la Casa Real. Pero la reina respondió siguiendo como siempre el ejemplo de su padre, reminiscencia de sus días en alta mar, cuando había aprendido a lidiar con la adversidad del océano. Según John Major, que colaboró codo con codo con ella durante esta fase: «Las tormentas van y vienen, y algunas son peores que otras, pero ella siempre agachará la cabeza y arremeterá contra el problema de frente. La reina siempre se ha regido por la doctrina del “ya pasará”». Aunque a veces se la acusó de ser lenta de reflejos, nunca se la pudo acusar de sucumbir al pánico. Ante las crisis, su actitud natural fue la calma.

Esto comenta Charles Anson: «Durante todo el annus horribilis, no recuerdo ni una sola ocasión en que fuera a verla y ella exclamara: “¡No!, ¿qué más puede pasar?”. Algunos sucesos fueron humillantes, pero los superó. En situaciones así, es un inmenso consuelo trabajar para alguien que no se rinde». Y añade que en todo el proceso no estuvo «nunca brusca ni irritable, sino que fue la personificación de la templanza».

«Ante las crisis, su actitud fue la calma. La reina podía ser lenta, pero nunca sucumbió al pánico»

Llegaron más noticias trágicas. La antigua niñera, ayudante de vestuario y confidente de la reina, Bobo MacDonald, había muerto a los ochenta y nueve años. Sirvió incondicionalmente a su «renacuaja» desde el parvulario, y el sentimiento de afecto era mutuo. Bobo se había retirado a un piso propiedad de la reina encima de las dependencias de Su Majestad en el Palacio de Buckingham, donde vivió hasta el fin de sus días. También la reina madre recibió noticias aciagas. En su caso perdió a Martin Gilliat, su secretario privado, tan abnegado o más que el de la reina. Sin embargo, se produjo una feliz coincidencia justo antes de la muerte de Bobo. Durante la visita de Estado a Alemania del otoño anterior, la reina había quedado muy impresionada con el ama de llaves del embajador, a la que conoció en la Embajada. Poco después, Angela Kelly recibió una llamada en la que le preguntaban si estaría interesada en trabajar como ayudante de vestuario en el palacio. Tres décadas más tarde, no solo está a cargo de los atuendos de la reina, sino que fue una de sus más leales confidentes.