Entrevista
Megan Maxwell: "Me hubiese gustado ser militar para que los hombres se cuadrasen delante de mí"
La autora ha viajado con LA RAZÓN a Santorini, donde ha dibujado su última fantasía romántica: 'Nuestro largo adiós'
«Un deseo no cambia nada, pero una decisión lo cambia todo». De esta guisa luce el hombro izquierdo de Megan Maxwell (Núremberg, Alemania, 1965). Una frase que es más que uno de los ocho tatuajes que tiene. Es una forma de vida. Un lema que su portadora cumple a rajatabla.
−Pero... ¿cuál fue su «decisión»?
−El divorcio.
"Muchas parejas me dan las gracias por reactivar sexualmente sus matrimonios"
Responde tajante sobre una sentencia que, por supuesto, también está grabada en uno de sus libros, en «Bienvenida al club...».
Antes de aquel cambio de 2017, reconoce que «estaba en un mal momento..., aunque así es la vida». Dejó los aires de princesa para convertirse definitivamente en una guerrera. Piensa en el pasado y todavía hoy no puede evitar la sonrisilla: «Fue una explosión de libertad emocional y personal. Estaba en una jaula de cristal, eso sí, muy bonita. Lo primero que me dije fue: “Lo que has tardado”».
Desde entonces, no para. Viajes, conciertos, premios... y muchas páginas. «Ahora, mi vida es divertida aunque trabaje un montón», afirma quien hace bueno eso de que «la fama no le ha cambiado». La reconocen allá donde pisa: lo mismo en el aeropuerto de Edimburgo que en Pyrgos, un pequeño pueblo de Santorini, en Grecia. Sus visitas a Sudamérica son dignas de una estrella del rock o del deporte. «Es alucinante. En España no estamos acostumbrados a esas pasiones con los escritores», apuntan desde su editorial. La autora, que ha vendido más de diez millones de ejemplares, asiente: «La primera vez, vi el barullo y ni me imaginaba que todo era por mí».
Esa es su realidad desde hace ya quince años; y, aun así, «sigue igual». Le avalan su editor, sus amigas y hasta su hija (también escritora). Maxwell es una tipa sencilla. En sus propias palabras, una «disfrutona». «Soy la primera en salir a bailar cuando estoy de fiesta». Los focos y las miradas le persiguen, pero no importa: lo lleva bien. Sin embargo, prefiere «ser la secundaria, que no la olvidada. Eso creo que no le gusta a nadie». Ya tuvo, de pequeña, un protagonismo que nunca pidió: «Al ser hija de madre soltera te sientes señalada. Yo solo quería pasar inadvertida, pero era imposible... Eran otros tiempos».
−¿Y usted le ha dado disgustos a su madre?
−Muchos. Ella te diría que he sido «buena, pero complicada». Solo tuvo una, pero vale por 25. Siempre he sido la orgullosa hija de una madre soltera. No me invitaban a los cumpleaños por ello y mi madre siempre me decía que no me sintiera menos que nadie. Cuando empecé a entender el significado de eso fue cuando comenzó mi rebeldía. Me marcaron mucho las miradas. O te que dabas callada o saltabas. Y cuando saltaba, mi madre sufría, así que decidí cambiar y solo sonreír. Esa es la táctica.
"He soportado a tantos imbéciles que ahora soy feliz siguiendo mis propias normas"
Ahora, aprovechando el lanzamiento de su nuevo título, el 61.º: «Nuestro largo adiós» (Esencia), LA RAZÓN ha acompañado a la autora hasta Santorini, el escenario por el que se mueven Bris y Álvaro, sus nuevos protagonistas. Un lugar que en el que Megan Maxwell recuerda que «la vida es un bonito regalo que no se debe desperdiciar. Cada segundo sin ser feliz es un segundo perdido». «Con este libro», continúa, «me he dado cuenta de que nos preocupamos tanto por el futuro que nos perdemos el presente».
Cada paso suyo es una fiesta: «¡Viva la vida de rico!», ríe nada más subirse a un catamarán en la bahía de Amoudi. Su primera vez en barco. «Disfruto del día a día. Como diría mi abuela, me encantaría tener la edad de los jóvenes sabiendo lo que sé ahora. Cuando veo a los niños preocupados por su aspecto físico y que se creen mayores con apenas 25 años pienso que todavía les quedan años para saber lo que es la vida».
−Nunca había pisado Santorini, pero ha escrito de esta tierra.
−Me gusta imaginar. He estado mil veces en Ibiza y me habían dicho que se parecía. Ahora veo que es cierto. He buscado información, he leído cuadernos de bitácora de la gente, he visto fotos...
−Más de 60 libros después, ¿por qué seguir escribiendo?
−Me permite vivir otras vidas que van más allá de la mía. Quiero sentirme como la protagonista. Si mis personajes pueden, yo también.
−¿Y cómo se traspasa ese espíritu al lector?
−He sido lectora toda mi vida y quiero que a la gente le pase como a mí. Si yo lo siento, creo que los lectores también lo hacen. He debido hacerlo bastante bien porque así me lo dicen [ríe].
"No me voy a poder jubilar nunca porque me gusta demasiado lo que hago"
−Asegura que trabaja de 09:30 a 21:30, ¿de qué depende que le llegue la inspiración?
−De cómo me levante. Y si estoy cansada, me pongo Netflix o Disney. Ver series me llena de ideas. Si un día no escribo, al día siguiente tengo que trabajar el doble.
−Ha tocado varios géneros a lo largo de su carrera, pero ¿en cuál se siente más cómoda?
−En la novela romántica. También me gusta lo medieval. Pero dame cualquier cosa con amor y me siento cómoda. No me voy a poder jubilar nunca porque me gusta demasiado lo que hago. He trabajado de muchas cosas que no me han gustado y he soportado a tantos imbéciles que ahora soy feliz siguiendo mis propias normas.
−Tampoco se le ha dado mal lo de los relatos eróticos.
−Me he dado cuenta de que la gente lee mucho estas novelas. Y hay muchas parejas que me dan las gracias por reactivar sexualmente sus matrimonios después de 20 años. «Nos has hecho hablar de sexo y plantearnos cosas que nos daban vergüenza», me dicen. U otras que me confiesan que se han divorciado al darse cuenta que tenían al lado a un cenutrio.
Precisamente «La reina de la novela romántica» es uno de los múltiples sobrenombres que le han dado a Megan Maxwell, nacida como María del Carmen Rodríguez del Álamo Lázaro. Otro mote es «La Justin Bieber de las librerías». No obstante, la escritora tiene un «favorito»: «La Jefa». «Es la bomba», comenta de un mote con el que le bautizaron en México.
Algo de razón tendrán en esa tierra cuando la propia novelista se define como «mandona». Será por ello que de no ser autora hubiese sido militar de alto rango: «De la Armada americana», contesta. «Y por tradición familiar: mi padre, mi tío, mis primos... Me gustaba. Mi madre tenía que trabajar en verano y me mandaba a la base. Era un choque cultural importante. Me hubiese gustado ser militar para que los hombres se cuadrasen delante de mí», ríe La Jefa.
- 'Nuestro largo adiós' (Esencia), de Megan Maxwell, 488 páginas, 20,90 euros.