Estos son los cinco inéditos de Manuel Chaves Nogales
Publicamos una de las crónicas inéditas de la correspondencia exclusiva para «El Sol» de noviembre de 1939

La editorial Renacimiento rescata cerca de 1.000 textos desconocidos escritos por el periodista sevillano en Francia e Inglaterra que profundizan en su figura. Publicamos una de las crónicas inéditas de la correspondencia exclusiva para «El Sol» de noviembre de 1939
"La mujer francesa toma su puesto de combate en la lucha antinazi"
París, 31 (Havas). —Anoche, entre las tinieblas del Bois de Boulogne se adivinaba una procesión de automóviles fantasmas que evolucionaban con todas las luces apagadas: se trataba de ejercicios de mujeres conductoras inscriptas en la defensa pasiva que se adiestran en la conducción de vehículos en la oscuridad, llevando colocada además la careta contra gases. El ejercicio es penoso, pero las mujeres se muestran entusiastas y tienen buena voluntad. Se ha creado el servicio de automóvil femenino para satisfacer a millares de mujeres que quieren cooperar en la defensa nacional como chauffeurs y se preparan a obtener el permiso para conducir camiones pesados. Otras mujeres se preparan en la Academia Politécnica Femenina para ser ingenieros, mecánicos, radiotelegrafistas de aviación, a pesar de que no se admiten mujeres en ningún servicio militar, salvo a enfermeras. Francia no ha seguido el ejemplo de Gran Bretaña, que tiene 40 000 mujeres soldados. La mujer francesa deseosa de servir se resigna a hacer prendas de abrigo tejidas, que es la primera necesidad que la guerra deja sentir. En el frente comienza a hacer frío y millones de manos femeninas tejen incansables en toda Francia. Las mujeres humildes tejen constantemente en el subterráneo y en los autobuses. En los trenes que hacen el servicio de los pueblitos de los alrededores de París, las mujeres que tejen reclaman departamentos especiales para ellas, como los tienen los fumadores. Las mujeres distinguidas celebran por las tardes testricot, se hace la vida del gran mundo moviendo las agujas.
Hasta en las solemnes presentaciones de modelos de las casas de alta costura, puede verse a las damas comprar un vestido de muchos miles de francos; mientras eligen, hacen jersey pullover para soldados. Últimamente el espíritu práctico ha aconsejado a las damas ricas comprarse máquina moderna de tejer y en toda casa elegante las mujeres convierten la tertulia en taller. Siguen el ejemplo de la reina de Inglaterra, que diariamente hace tricot para los soldados con las mujeres del servicio de Palacio, incluso las más humildes. Quienes no se deciden a tejer a pesar de la propaganda son los hombres. Hay ilustres ejemplos de hombres que manejan las agujas como el duque de Windsor, el rey Gustavo de Suecia, pero tienen pocos prosélitos. Las propias mujeres prefieren actividades más dinámicas. Pero la gran necesidad es esa de prendas de abrigo. El ejército consume semanalmente millones, porque el soldado no puede lavar las prendas sucias; luego de usarlas tiene que tirarlas.
Las obras de ayuda al ejército pagan a las mujeres pobres 30 francos por jersey, 8 por calcetines de lana para que paguen la lana. Hasta ahora la gran servidumbre de la guerra es esta necesidad de tejer que pesa sobre las mujeres, esencialmente. Pero las mujeres no se resignan a hacer esto solamente; quieren conquistar otras actividades masculinas. Envidiosas de las inglesas movilizadas, se adiestran en la mecánica, la radiotelegrafía, el automovilismo, sin que se les haya dado esperanzas. Pero esperan confiadas que llegará el día en que serán el ejército de reserva de Francia.
N.º 14, 10 de noviembre de 1939
"Empieza a florecer en Europa la nueva literatura de guerra"
París, 9 (Havas). —Los músicos y los poetas, las eternas cigarras de la fábula, son quienes sufren antes las consecuencias de las perturbaciones sociales, de las crisis, de las guerras, de las revoluciones. Todas las actividades procuran acomodarse rápidamente a las nuevas circunstancias, pero es difícil acomodar a la vida sucinta de la guerra a músicos y poetas que no sirven para soldados. Para ayudarles en estas horas difíciles se ha creado, en París, un comedor económico, casi gratuito, donde se da de comer, por dos francos, a los escritores y músicos necesitados, gracias a las subvenciones oficiales y a la protección de algunas damas: la princesa de Paulignac, la vizcondesa de Noailles, la princesa de Faucigny Lucingue y otras que conservan la anacrónica tradición del mecenismo.
Los músicos comienzan a defenderse organizándose para actuar en conciertos radiofónicos, en audiciones benéficas, etc. Las famosas orquestas Colonne, Lamoureux y Pas de Loup se fusionaron, para suplir a los ejecutantes movilizados, y comienzan la reanudación de los conciertos.
Los escritores tienen más difícil salida. Los servicios oficiales de propaganda emplean las grandes figuras consagradas, comentaristas, políticos, periodistas pero el tipo genuino de escritor independiente, arisco, heterodoxo, característico en Francia, queda inútil y superfluo. La guerra plantea crudamente el problema del intelectual ante la necesidad de someterse a la servidumbre del Estado. Es imposible encerrarse en la torre de marfil, «levantándose el cuello del gabán», como decía Jules Renard, en nombre de la libertad de pensar y de escribir, cuando se hace la guerra, precisamente, para salvar la libertad de pensar y escribir, que están amenazadas.
La misión indeclinable del intelectual es servir. Se sirve con la pluma, como con la ametralladora. La generación de la gran guerra dio ya su ejemplo. Esta mañana hemos ido al cementerio Pere Lachaise a depositar flores en la tumba del poeta artillero Guillaume Apollinaire, caído hace hoy 21 años, símbolo del poeta en la guerra. La nueva generación sigue las mismas huellas. Ha aparecido ya un periódico del frente, titulado P. C. 39, es decir Poetas con casco 1939. Por todas partes comienza a florecer la nueva literatura de guerra; Nouvelles Littéraires ha creado una sección especial para los escritores combatientes. Han aparecido centenares de periódicos de trincheras. André Maurois lanzará, dentro de breves días, su primer libro de guerra. Todavía es muy temprano para saber qué será la literatura de esta guerra. En la otra pasaron muchos meses antes de que apareciese Barbusse2, Duhamel3. Y pasaron muchos años antes de que advirtiéramos que toda aquella literatura, hecha para odiar la guerra, sirvió, en realidad, para avivar el gusto malsano de la guerra y que esta fue la razón del éxito de los Remarque, los Zweig, etc. Lo importante, mientras se lucha, es que la actividad intelectual y literaria no se interrumpa.
N.º 81, 17 de enero de 1940
"La guerra contra Hitler está llena de alegría y buen humor"
París, 16 (Havas). —El soldado inglés es, sin duda, el más ingenuamente risueño y de mejor humor del mundo. Basta ver en los periódicos las fotografías de los tommies sonrientes, para hallar reflejada su moral. La conquista de Francia por los ingleses en mansa y jovial invasión es cada vez más ostensible. Adonde quiera que llegan tropas británicas, las poblaciones francesa se esfuerzan en ayudarles, en crear esa atmósfera típica de los ingleses, hecha a base de olores de tabaco con miel, alquitrán y caucho, que los ingleses llevan consigo siempre. Hay salones de té en las pequeñas aldeas, se multiplican los bares lácteos y los Pubs House.
París tenía desde antes de la gran guerra muchos establecimientos al gusto Inglés, que ahora están animadísimos, favorecidos por los militares ingleses con permiso y los anglófilos entusiastas.
En París, los lugares predilectos de reunión son esas tabernas estilo inglés, confortables, con ricas maderas, presididas por los retratos de los reyes y un viejo retrato de la reina Mary, en traje de gala, con seis hilos de perlas en el cuello. Los locales ingleses de esta capital Kardomah, Penny, The Cady, Smith, etc., son los más frecuentados.
En cambio los oficiales aviadores permisionarios ingleses animan por sí solos los cabarets, music halls y restaurantes de París, consumen alegremente cantidades fabulosas de champaña.
Durante las pasadas fiestas, los soldados ingleses, para hacer regalos a sus novias o mujeres, desvalijaron todas las perfumerías, todas las tiendas de ropa fina interior femenina. Las más bellas prendas interiores de seda y encaje de París se las han llevado los ingleses como trofeos de su conquista cordial de Francia. París ofrece con buena gracia a los soldados aliados sus cosas mejores.
La simpatía que se crea en torno a los ingleses hace que el pueblo francés, viéndoles de cerca, pueda apreciar sus excelentes cualidades, su serena decisión, su humor jovial, su desinterés en esta guerra, a la que ni ellos ni los franceses han ido para ganar alguna cosa. El pueblo francés comprende que los soldados ingleses, aunque disfruten de confort, aunque vengan soberbiamente equipados con envidiables cueros impermeables, etc., tienen que soportar penalidades mayores que los mismos franceses, porque en definitiva son un ejército expedicionario alejado de su patria, sus costumbres y sus hogares.
Para los franceses, inspiran gran respeto y simpatía estos hombres que vienen alegremente a batirse por su patria en tierra extraña. La compenetración franco-inglesa se basa en el mutuo respeto para los diferentes caracteres. Los franceses comprenderán difícilmente algunos aspectos de la idiosincrasia británica. Pero saben respetarlos. El humor británico es muchas veces impenetrable para los extranjeros, pero los franceses llegan lejos en la comprensión.
Francia está ahora llena de anécdotas reveladoras del hermético carácter británico. He recogido hoy la siguiente, que tiene gran significación de actualidad ahora que se debate la democratización del ejército inglés y sus consecuencias. En el acantonamiento de una unidad expedicionaria, el coronel, un típico militar británico, severo y ordenancista, al presidir la mesa de los oficiales requiere la atención de sus subordinados, y con voz preñada de emoción y el grave acento de los momentos trascendentales, dice: «Señores oficiales: tengo que comunicarles que por orden del gobierno de su majestad, el sargento Greville Smith ha sido nombrado suboficial». Dichas estas palabras con tono solemne, el coronel guarda severo silencio, mientras los oficiales, cuadrados, parecen anonadados.
Como es sabido, los ascensos de clases a oficiales han sido una cuestión muy debatida recientemente en el ejército inglés.
Después de una pausa embarazosa y solemne, se hace pasar a la mesa de oficiales al nuevo oficial, salido democráticamente de la fila, y el grave coronel primero, y tras él todos los oficiales, se apresuran a saludarle alegremente, abrazándole, palmoteándole la espalda y gritando jubilosos: «¡Bravo, Greville, bravo!».
Un testigo no inglés de la escena, comentaba: «Nunca comprenderemos del todo a estos ingleses».
N.º 128, 4 de marzo de 1940
"Usarán pantalones las obreras francesas"
París, 3 (Havas). —El ministro de Hacienda ha explicado la necesidad de utilizar la mano de obra femenina en las fábricas de la Defensa Nacional. Muchos miles de mujeres trabajan en los talleres de las industrias de guerra, pero el ministerio de Armamentos ha considerado lo inadecuado que es el uso de las faldas femeninas, y ha recomendado a las mujeres trabajadoras que se pongan pantalones, a pesar de que aún puede considerarse vigente la vieja ordenanza de la Prefectura de Policía que prohíbe a los ciudadanos ir vestidos del otro sexo, salvo en los días de carnaval.
Pero no se trata ya de extravagancias toleradas ni de modas pasajeras, se trata de un verdadero ataque de los poderes públicos contra la falda femenina, que se considera inadecuada, y a poco que se considere, indecorosa.
En efecto, la mujer que trabaja en una fábrica de la Defensa Nacional, no debe usar falda, porque las telas sueltas y vaporosas representan un grave peligro para andar entre las poleas y tornos de transmisiones, como también manejar herramientas mecánicas que pueden prenderse fácilmente de los vestidos.
Además, en los talleres las mujeres trabajadoras tienen que encaramarse en las escaleras y en sitios difíciles, colocarse a caballo, adoptar posturas violentas, todo lo que las faldas no les permiten hacer decorosamente.
Es por ello que se les suprimen las faldas a las mujeres trabajadoras, por lo mismo que se les han suprimido a los testarudos soldados escoceses, que se obstinaban en seguir llevando su kilt tradicional: porque no son prácticos.
La falda escocesa no protege contra los gases asfixiantes, y además favorece en sus plieguecillos, la reproducción de los parásitos en la tropa, así como la falda femenina en el taller no es práctica, aparte de las razones apuntadas, porque exige el uso de medias que son absolutamente inadecuadas para manipular sustancias peligrosas, chispas, virutas metálicas, etc.
La necesidad es ley, y las necesidades de esta guerra totalitaria son totales. No se trata ya de novedades pintorescas, audacias ni caprichos.
Estamos ya francamente en el momento en que para ciertas mujeres lo extravagante e indecoroso no es llevar pantalones, sino llevar faldas. En este camino de la evolución de los usos o costumbres de los sexos, que ha de provocar esta guerra, no estamos más que en los comienzos, y ya se ven cosas tan extrañas, como por ejemplo, un «taxista» haciendo tricot pacientemente, mientras espera a sus clientes en la parada, mientras unas señoritas rubias y finas conducen por los caminos del frente, pesados camiones de las ambulancias sanitarias.
Y conste, que aunque parezca extraño, Francia es el país de Europa, donde la guerra ha producido menos perturbaciones en los usos y costumbres de uno y otro sexo.
N.º 229, 13 de junio de 1940
"La guerra raleó a la población de París"
París, 12 (Havas). —He salido a las afueras de París y he recorrido varios pueblecitos de los alrededores, hasta llegar al campo abierto, desde donde ya se puede escuchar el rumor del cañoneo que anuncia la lucha remota.
La sensación que se tiene en estos pueblecitos, que serían los primeramente amenazados, es la de un orden y una calma impresionantes. Es absolutamente imperceptible el desorden característico de las retiradas, y solo la evacuación de los civiles es visible en las carreteras.
En el centro de París y en las carreteras por donde desfilan incesantemente los evacuados, se tiene la impresión errónea de que la guerra está más cerca de París de lo que la realidad demuestra.
En toda esta zona del norte del Sena y el Marne, inmediata a París, no se advierte a estas horas sino que la población se ha clarificado y la vida es menos intensa. La maravilla es que la vida de estos pueblos después de haber prescindido de todo lo que no es absolutamente indispensable, después de haber suprimido todo lo que puede ser molesto para las operaciones del ejército, continúa casi inalterable.
En cada uno de estos pueblos se puede encontrar en su puesto, desde el alcalde al último funcionario de la comuna, si su servicio es necesario. Es sorprendente la exactitud con que se ha evacuado todo cuanto no era necesario, y se ha mantenido cuanto puede ser útil a la lucha.
Aunque de la región parisiense hayan salido en las últimas setenta y dos horas cientos de miles de personas, puede decirse que ningún trabajo, ningún servicio útil, ha sido abandonado espontáneamente, y que la disciplina de los civiles es tan estricta como la de los soldados.
Últimamente, los autobuses de París han transportado miles y miles de niños parisienses, para ponerlos a cubierto de toda contingencia. El personal de las empresas de transportes en común de la región parisiense, ha efectuado en estos días una labor titánica, así como el personal ferroviario, que han evacuado con una regularidad pasmosa masas ingentes de población civil, a pesar de los intentos de bombardeo de las comunicaciones ferroviarias de París, hechas por la aviación enemiga.
En París, en este momento preciso, los trenes entran y salen a su hora, a pesar de haberse ampliado fabulosamente los servicios.
El carácter verdaderamente significativo de este lado de la población civil, se lo da el hecho impresionante de que sean las mismas masas campesinas las más apegadas al terruño; las que ante la posible irrupción del enemigo, abandonan sus tierras y sus hogares. En otras guerras, la población campesina solía resignarse a sufrir la invasión, porque su vida está ligada a la tierra misma.
Pero ante esta guerra del hitlerismo, el campesino sabe lo que le aguarda, adivina con certero instinto el género de sacrificios que el nazismo impone, y por primera vez en la historia abandona en masa sus hogares y sus tierras, buscando protección detrás del ejército.
He visto hoy cómo las carreteras están llenas de largas hileras de esas carretas enormes que utilizan los campesinas para transportar el heno y las mieses, en las cuales cargan a sus familias y sus pobres ajuares, decididos al éxodo.
Hasta ayer mismo han estado labrando sus tierras, así como hoy mismo he podido ver a alguno inclinado sobre el surco, pero apenas la presencia del enemigo se considere inminente, lo abandonarán todo.
Este solo hecho dice con gran elocuencia, lo que es la guerra y la dominación del hitlerismo.