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«Lo que esconde Silver Lake»: Geografía de un deseo

En sí misma, la película es un «devenir-mapa», la geografía de una obsesión que encuentra en dos rombos dibujados en la pared, una caja de cereales, una canción de Nirvana y un fanzine
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En sí misma, la película es un «devenir-mapa», la geografía de una obsesión que encuentra en dos rombos dibujados en la pared, una caja de cereales, una canción de Nirvana y un fanzine.
Dirección y guión: David Robert Mitchell. Intérpretes: Andrew Garfield, Ryley Keough, Topher Grace, Patrick Fischler. EE UU, 2018. Duración: 139 minutos. «Thriller».
En un perspicaz comentario sobre Thomas Pynchon, tan paranoico como su propia literatura, el teórico Marc Chétenier interpreta la grafía de «V», título de la primera novela del autor de «Long Island», como la viva imagen de la esencia de su obra. Una bifurcación o, mejor dicho, una oscilación del espíritu que, partiendo de un mismo vértice, se abre a dos caminos opuestos, el sistema y el sinsentido, sin sospechar que, precisamente, el uno es un matiz cualquiera del otro. Cuando nosotros dibujamos un mapa, diría Gilles Deleuze, estamos dispuestos a modificarlo: «De un mapa a otro, no se trata de la búsqueda de un origen sino de una evaluación de los desplazamientos». Co-mo Pynchon, tan hábil al predecir la taquicardia del sujeto esquizofrénico del posmodernismo (ese sujeto, en fin, sin origen ni final), y como Deleuze, que concibió su filosofía como un mapa en constante evolución, Sam (Andrew Garfield) se obsesiona con un sistema, con un mapa de signos que hacen que la película que protagoniza, «Lo que esconde Silver Lake», sea, en sí misma, un «devenir-mapa», la geografía de una obsesión que encuentra en dos rombos dibujados en la pared, una caja de cereales, una canción de Nirvana y un fanzine, entre otras pistas de esta pesadillesca gimcana, su identidad mutante. Es probable que David Robert Mitchell no haya leído nunca ni a Pynchon ni a Deleuze, por lo que su estimulante paranoia nunca resulta teórica ni literaria, sino estrictamente iconográfica. Cuando Sam empieza a investigar qué ha ocurrido con la desaparición de su objeto de deseo, que no es otro que la vecina de al lado, está persiguiendo el fantasma de un cine perdido, que no es el de Hitchcock, sino el de su brillante reciclaje, el «Doble cuerpo», de Brian de Palma. Al contrario que «Mulholland Drive», película con la que se la ha comparado erróneamente, su filme no invoca el espíritu del cine clásico, sino el de su revisión pop. Antes que «Puro vicio» están «El largo adiós», «Chinatown» y «Southland Tales». Así las cosas, el suyo es un mapa de citas, ecos y reminiscencias de segunda o tercera generación, como si en las copias revisadas hubiera algo más significativo sobre la sensibilidad de nuestro tiempo que en los originales. Esto es, la pesadilla de los significantes vacíos, de las catacumbas que dibujan otro mapa debajo del mapa debajo del mapa, un abismo del sentido cautivo de los comentarios a pie de página de una cultura que se ha devorado a sí misma.
LO MEJOR
Imposible prever su desarrollo, es como seguir un mapa del tesoro con los ojos vendados
LO PEOR
Su hipertrofia narrativa está plagada de arritmias, a veces parecidas a la autoindulgencia

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