Barcelona

Loquillo: «Insultar o amenazar no tiene ninguna significación artística»

Una charla en un Madrid que de pronto se ha hecho casi verano, una tarde calurosísima, aunque al Loco no se le pegan las palabras. Habla con Sabino Méndez, compañero de mil escenarios, de su nueva gira, de política, de lo que le preocupa. Un soplo de cordura con firma de artista.

Loquillo, a la izquierda, charla con Sabino Méndez en una calle de Madrid
Loquillo, a la izquierda, charla con Sabino Méndez en una calle de Madridlarazon

Una charla en un Madrid que de pronto se ha hecho casi verano, una tarde calurosísima, aunque al Loco no se le pegan las palabras. Habla con Sabino Méndez, compañero de mil escenarios, de su nueva gira, de política, de lo que le preocupa. Un soplo de cordura con firma de artista.

Con motivo de la publicación del tercer tomo de sus memorias titulado «En las calles de Madrid» (Ediciones B), nos reunimos Loquillo y yo en el Hotel Fénix de la capital para hacerle una entrevista. Presenta, además, un disco recopilatorio de los últimos cuarenta años de su carrera («Rock’n’roll Actitud», Warner Music), con su correspondiente gira. Precisamente, por estos días se cumple también medio siglo de los sucesos de la universidad de Nanterre que desembocaron en el parisino Mayo del 68. Entonces, nosotros teníamos ocho y siete años, respectivamente, mientras que ahora Loquillo presenta su gira 2018 que le va a llevar a pasear su repertorio por las principales ciudades del país. Nos sentamos a hablar un rato de todo eso y de cómo ha cambiado el mundo desde que éramos jóvenes.

–¿Sabías que la revuelta de la universidad de Nanterre empezó porque a los estudiantes no se les permitía entrar en las habitaciones del otro sexo? Lo contaba Edgar Morin que estuvo allí de profesor.

–Sí. Puro rock’n’roll. Porque eso era el rock cómo lo recuerdo cuando éramos jóvenes: rebelión contra la represión sexual. Siempre sospeché que el marxismo llegó luego para apropiarse de la rebelión, aprovechándose de que era muy espontánea y no tenía unos líderes claros. Porque lo cierto es que el rock entonces había sido prohibido en los países del este; cuando les recordaba eso a mis amigos comunistas en mis últimos días de escuela me miraban bastante mal.

Entonces la idea que animaba a toda la juventud era un mundo sin fronteras y ahora una parte de ella anda más ocupada con los particularismos patriotas intentando crear otras.

–Entonces, para un joven a la moda no había nada más ridículo que andar detrás de una bandera o seguir al tipo del silbato y del tambor. Supongo que estaba demasiado reciente el fracaso inmenso de toda la iconografía de los fascismos con sus himnos, sus banderas, sus antorchas por la noche y todas esas emociones baratas. Ahora hace tiempo que no hay tantas fronteras y que los himnos y las banderas solo los usan los ultras y los hooligans. Al no estar tan omnipresentes, quizá nos hemos olvidado de su peligro principal que es separar y fanatizar. A veces pienso que estamos rodeados de lloricas. Si tuvieran que soportar de nuevo un mundo de fronteras, himnos y banderas acabarían dándose cuenta de que es mucho peor.

En ese contexto ¿qué te parecen los procesos a rapers? ¿Peligra la libertad de expresión en nuestro país?

–¿Te acuerdas cuando prohibieron el single de Las Vulpes: «Me gusta ser una zorra»? Nosotros las conocimos bien. ¿Te acuerdas de Lupe? ¿O cuando le quitaron el programa «La Edad de Oro» a Paloma Chamorro por salir Génesis P. Orridge? ¿O cuando le cerraron el programa de TV a Trueba y Wyoming? ¿O cuando en 1993 me cancelaron el video de «Los ojos vendados»? ¡Y eso que lo había presentado en el colegio de periodistas de Barcelona con el apoyo de Amnistía Internacional! Ya hace muchos años descubrí que insultar o amenazar no tiene ninguna significación artística. Cantar mal no te convierte automáticamente en un terrorista, por horroroso que sea. Lo primero que aprendimos es que al rock’n’roll se viene llorado

Y tú ¿Qué fronteras te pones tú hoy día? ¿O sigues sin ponerte límites?

–Toda mi vida ha sido un continuo saltar fronteras. Primero me dijeron que no sabía cantar, que no montara una banda, que no llegaría nunca a hacer giras, etc. Pero el hecho es que he trabajado con los mejores autores, con las mejores bandas, con los mejores profesionales y conocido a los artistas más importantes de mi generación. O sea, que he aprendido que no es bueno ponerse fronteras. Tengo una absoluta necesidad de estar siempre saltándolas y aprendiendo de lo que hay al otro lado.

–¿Y de cara al futuro? ¿Qué próximas fronteras piensas saltar?

–En las dos próximas temporadas, desde el momento en que cumpla cuarenta años sobre el escenario, voy a poner en marcha dos proyectos conceptuales diferentes: por una parte, un trabajo de rock con los mejores compositores con los que he trabajado, tú, por ejemplo, Gabriel Sopeña, Zanón, Luis Alberto de Cuenca, Mario Cobo, Igor Paskual... y, de otro lado, mi cuarto trabajo musicando poesía contemporánea con poemas de Julio Martínez Mesanza, último premio nacional de poesía.

Me han gustado mucho las últimas producciones con Josu García.

–Sí, es la de generación del rock’n’roll «old school». Josu domina perfectamente el lenguaje de rock en el que tú y yo crecimos. Aquellos sonidos eléctricos de barrio que se daban en la Barcelona de cuando éramos jóvenes. Y eso que él es madrileño de adopción, lo cual demuestra que el rock es un lenguaje universal.

Al hilo de hablar de Barcelona. Nuestra Barcelona. ¿Cómo ves la situación en nuestra tierra hoy en día?

–Después de todo lo que ha ocurrido hasta ahora; después de ver una sociedad dividida como la que tenemos, que aunque yo viva fuera es una situación que nos desgarra enormemente tanto a ti como a mí, tenemos que hacer lo posible para empezar a crear puentes. Solo a través de la palabra y el respeto podremos encontrar una salida a todo esto.

¿Te das cuenta que llevas también casi medio siglo practicando un género de música agresivo, incómodo (el rock) y difícil de vender en un país como éste tan dado a la pandereta, a pesar de lo cual, has conseguido mantener una carrera sin interrupciones y vivir bien de ello?.

–La música popular ahora mismo está muy separada en extremos antitéticos. Todo lo que consigue visibilidad son, o baladas de amor estereotipadas de corazones rotos, o exabruptos también estereotipados del tipo «voy a matar al rey». En ambos casos, hablamos de clichés que ya eran viejos cuando nosotros empezamos: las baladas que solo hablan de amor y ganas de aparearse y las consignas de resentimiento. El rock como arte fue una protesta contra esas dos únicas maneras de hacer las cosas.

Y nosotros, al envejecer como lo estamos haciendo ¿Crees que tendremos las fuerzas necesarias para defender era manera amalógica de hacer las cosas?

–Creo que los dos, por carácter, tenemos una capacidad innata para molestar sin pretenderlo, decir las cosas inesperadas, estar allí donde no se nos espera. Somos unos tocapelotas sobrevenidos. Somos puro siglo veinte. Eso nos mantiene jóvenes. Es algo que no se puede provocar, ni fabricar, si no lo tienes. Nos va el movimiento, estar en perpetuo conflicto hasta con nosotros mismos, vivo en la guerra, la paz es un infierno

¿Crees que el cambio digital va a traer aparejado el tan comentado y esperado cambio cultural?

–Nosotros somos el final de una especie, de una manera de entender la música. Pero esa manera todavía tiene mucho que decir. Porque, por ahora, solo han sido capaces de sustituirla por los hologramas y los grupos tributo. Vendrá una época de transición donde todo girara en torno a los que han desaparecido: Bowie, Lou Reed, Chuck Berry, Prince. Y luego empezará lo nuevo de verdad. Y al tercer año, resucitaré. Clonado, eso sí.

¿Crees que los políticos fomentarán o dificultarán ese cambio cultural?

–Los políticos no fomentan la cultura, nunca lo harán. A los políticos sólo les interesa la cultura cuando les sirve para fomentarse a ellos mismos. No lo digo yo, sino que ya lo decía Nietzsche hace siglo y medio. Una buena muestra de todo esto es el reciente asunto de la libertad de expresión, manipulado a su gusto por todo el mundo. Lo que hemos de exigirles a los políticos es que dejen en paz la cultura y se centren en darnos unas condiciones verdaderamente adecuadas para los trabajadores de ella. Unas verdaderas condiciones industriales justas de trabajo, de igualdad, de mérito y excelencia. El estatuto del creador, por ejemplo. Protegernos civilmente, en suma. Del resto ya nos encargaremos los propios artistas, intelectuales y la gente de la cultura. Siempre va a haber arte, pero no hay que pedir que las personas que lo hagan lo hagan en condiciones heroicas. Hay que mejorar las condiciones en las que se produce la creación. Si no, se expulsa a la clase trabajadora de la carrera artística. Sólo podrán ejecutarla quienes tengan mucho dinero. Sólo personas con un gran colchón económico podrán ejercer la cultura.