Los Goya en Sevilla: ovejas, fans, abanicos y pocos políticos
La capital andaluza disfruta de sus primeros Goya con esta 33º edición, segunda que sale de Madrid
El esmoquin y las ovejas. Como si lo hubiese imaginado el mismísimo Buñuel. A mano derecha de la enorme cúpula dorada del Palacio de Exposiciones y Congresos de Sevilla, que tiene planta de vaticano futurista, junto al parking donde llegan maqueadas las “stars” patrias, pastan en un pradillo vallado un rebaño de bóvidos que bien pudieran ser los nietos de aquellos que resbalaban por el mármol de la casona burguesa de “El ángel exterminador”. Un buen comienzo para unos premios, los Goya, que estuvieron a punto de tomar el nombre del maestro de Calanda. Claro que eso fue hace más de 33 años (las mismas ediciones que llevan los Goya) cuando en España había más ovejas y menos cine.
Los Goya en Sevilla tienen estas cosas. No ya las ovejas, sino mucho más público, más fans a pie -es un decir- de alfombra. La ciudad hispalense, que por primera vez acoge la gala por antonomasia del cine español en su segunda salida en la historia (la primera fue Barcelona en 2000), se ha volcado con el evento, desde las puertas de salida de los hoteles donde se alojan los actores hasta la entrada del Palacio de Congresos. Tanto que hubo hasta un motín de los fans más jóvenes: “Queremos entrar, abrid las puertas, más invitaciones”, gritaban frente al cordón de seguridad. Pero las estrellas están para mirarlas de lejos. Y casi que sin eso se quedaron.
No menos sevillano que el calor de la gente y sus ganas de participar de cualquier evento de relumbrón, son los abanicos, el complemento (directo e indirecto) que el año pasado hizo aparición en la gala de los Goya para ¿quedarse? Por lo pronto, la de 2019 es otra gala de abanicos rojos, esa iniciativa del colectivo de mujeres cineastas que pide mayor inclusión de la mujer en el sector. En esta edición, sus reivindicaciones se trasladan de la esfera laboral a un clamor más general contra la violencia machista. “Ni una menos” ha sido el lema elegido para sobreimpresionarse sobre los abanicos que lucieron ellas y ellos. “Es un desastre lo que está ocurriendo. Tiene que haber una solución”, clamaba en la alfombra roja Susi Sánchez, una nominada particular. No solo por serlo a los 64 años, sino porque fue la primera en posar ante las cámaras para, ojo, irse a trabajar. La actriz de “La enfermedad del domingo” tenía función en el Teatro Central de Sevilla. “Espero que me de tiempo a llegar al premio. Me lo tiene que dar”, comentaba.
Andreu Buenafuente y Silvia Abril se encargan de este “marrón” de gala. Ya se sabe que presentar los Goya es una profesión de riesgo. Ellos vienen curándose en salud advirtiendo a los “ofendiditos” de que el humor no tiene filtros. Apostar por Buenafuente es hacerlo por la solvencia contrastada de su paso por la gala de 2010, la más vista por la audiencia en toda la década. En 10 años, el público se ha ido retirando paulatinamente hasta ese 19,9% de “share” que hicieron Ernesto Sevilla y Joaquín Reyes. Ese fracaso, bromean los “chanantes” en la alfombra, “ha hecho más fuerte nuestra amistad”. “Este año venimos al cachondeo”, aseguran.
Con o sin cachondeo, los políticos aprovecharon que los Goya pasaban por el Guadalquivir para dar la “espantá”. Ni Pedro Sánchez (ay, que poco le gusta a los presidentes jugársela con los Goya), ni Pablo Iglesias, que aquí descubrió en 2016 que el esmoquin no da urticaria, ni Albert Rivera. De los primeros espadas solo Pablo Casado y esposa dan la cara. Es fácil que te la partan en los Goya, máxime cuando la cinta más nominada, “El reino”, bebe en buena medida de la Gürtel. Para verlas venir por parte del Gobierno está el ministro de Cultura José Guirao. También, en calidad de él mismo, su breve predecesor en el cargo, Màxim Huerta. Para Juanma Moreno, nuevo presidente de la Junta de Andalucía, la experiencia de los Goya es nueva.
También Mariano Barroso se estrena en la presidencia de la Academia de Cine después del fallecimiento de Yvonne Blake. El año pasado, con la figurinista convaleciente del ictus que finalmente se la llevó, actuó en funciones. Esta es la edición con la que marcar su sello y el rumbo que quiere para los Goya. Para empezar, la música cobra un protagonismo mayor que en otras ocasiones, con Rosalía como gran estrella. Además, Amaia, Rozalén y James Rhodes completan el cartel. Además, puede ser que esta 33 edición sea de “bisagra” hacia unos Goya muy diferentes, y es que Barroso aspira a que se incluyan premios para las series de TV el año que viene. Ese supuesto obligaría a repensar una gala ya de por sí larga, siempre mucho más larga de lo que todos (prensa, invitados y audiencia televisiva) desearíamos. En la actualidad existen 28 categorías. ¿Cómo lidiar con 5, 10, 15 premios más sin sobrepasar las dos horas y pico de los Goya?
Por cierto que no son 28 sino 29 si contamos con el premio de Honor, que este año ha recaído sobre el gran Narciso “Chicho” Ibáñez Serrador. Al octogenario realizador se le homenajeó en persona hace dos semanas en Madrid, ya que por su avanzada edad no pudo venir a Sevilla. Sin embargo, hay tributo en los Goya, mediante discípulos suyos como J.A. Bayona y Jaume Balagueró, para el inolvidable creador de “¿Quién puede matar a un niño?” y “La residencia”.