La memoria, la última batalla del Cid
Para unos es un héroe y para otros un mercenario. Figura literaria y personaje apropiado por la dictadura, Rodrigo Díaz de Vivar, el Campeador, parece que había caído en el olvido desde hacía mucho. La novela «Sidi», de Arturo Pérez-Reverte, y una serie en Amazon recuperan su nombre para unas generaciones de jóvenes que apenas saben quién es
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Vivar, según la leyenda el pueblo natal del Cid, es una pedanía pequeña, de casas bajas, con una iglesia, un convento y una posada. No quedan vestigios del siglo XI, pero la presencia del guerrero salta a cada paso. Está la avenida del Cid Campeador, la calle Doña Jimena, el mesón del Cid y la rúa del destierro. Un monumento lo recuerda, un mural pintado en una casa se remata con la cita «el que en buena hora nació» y unas piedras reproducen versos del poema épico que recoge sus hazañas. Pero los habitantes más jóvenes no saben quién es. Tres chicos que montan en bici lo reconocen.
–¿Sabéis algo de él?
–No. Pero nuestros padres, sí.
–¿Lo enseñan en el colegio?
–No. Yo creo que no lo enseñan porque no tiene importancia.
–¿Y el «Poema del mio Cid»?
–Tampoco. Está un poco olvidado.
Pablo y Roberto, dos compadres que toman un café en la cafetería de la aldea, comentan la figura del héroe.
–Se conoce el mito, porque lo que es su biografía real...
–No solo es el Cid. La historia en general está olvidada, si no manipulada. Y sus personajes, también.
–¿Pero conocen algo de él?
–Pues que era como Cristiano Ronaldo, que jugaba en todos los equipos.
–Recuerdo su fidelidad a Sancho, por encima de la del rey Alfonso VI. En eso demostró que era más leal a la amistad que a un rey.
Admirado por sus amigos y respetado por sus enemigos (cristianos y musulmanes), Rodrigo Díaz de Vivar siempre ha pervivido entre la literatura y la realidad histórica; entre las leyendas que transmiten los romances y la cultura popular, y las apropiaciones patrióticas. «La historia de España se ha manipulado. Como se manipuló durante el franquismo, ahora es un hombre abominable que es rechazado por los ignorantes», afirma José Luis Corral, profesor de Historia Medieval de la Universidad de Zaragoza y autor de la novela «El Cid». Después añade: «Los jóvenes no saben casi nada de él porque las Humanidades han sido apartadas de las aulas. Es lamentable». El historiador Enrique Ruiz-Domènec, autor de «Mi Cid», coincide con él: «No está en los programas de enseñanza. Por eso los chicos responden así. Aquí ha habido, entre otras causas, una inversión de los personajes importantes que se identificaban con la historiografía clave que se enseñaban durante el franquismo y que ha producido un distanciamiento de los personajes históricos, pero que, en realidad, no tienen nada que ver con la imagen que se daba de ellos en los libros de texto de los años 40. Frente a otros países que han recuperado a sus figuras estelares de la Edad Media sin problema, como Francia, Italia o Alemania, incluso con grandes revisiones historiográficas, aquí se han apartado y se los ha dejado en aquellos tópicos. Pero el problema no es de los alumnos». Juan y Sandra, unos turistas de paso en Vivar, hablan del héroe y comentan: «Se debería dejar en paz la historia y que los políticos no la utilizaran. Y sí, en cambio, que se molestaran en enseñar a los estudiantes, porque no saben apenas nada de ella. Ni del Cid ni de Carlos V». Por su parte, Laura, que pertenece a la asociación que vela por mantener vivo el recuerdo del caballero (y que cada año entrega un premio a la persona que más contribuya a que su nombre no caiga en el olvido), lo reconoce: «La dictadura lo perjudicó. Me da pena porque, la verdad, en Francia saben bien quién es. Ellos lo conocen mejor que nosotros. Existe una anécdota: cuando los franceses nos invadieron, unos soldados profanaron su tumba en San Pedro de Cardeña. Pero un general reconoció a quién pertenecía y ordenó que los volvieran a meter. Eso lo hizo porque lo admiraba». En Burgos, en el centro de la catedral, debajo de la bóveda, descansan los restos de Rodrigo Díaz de Vivar. Justo debajo de ese baldaquino que forman las pilastras y la cúpula. Agustín Lázaro, sacerdote del templo, lo comenta: «Pocos personajes están enterrados en un lugar tan preeminente». Después, señala: «Es una figura cumbre de Castilla y León. Hay que revalorizarlo y ceñirlo a su historia verdadera, porque al ser tan simbólico y legendario hay aspectos que no son exactos». A continuación, afirma: «Era un hombre íntegro, que convive con cristianos y árabes y era fiel al rey». José Luis Corral describe cómo era: «Era un caballero de la nobleza que conquista el reino de Valencia y que quiere gobernar para cristianos, musulmanes y judíos. Para las tres religiones. Esto es muy importante porque ha pasado desapercibido y se le presenta como si fuera un Santiago Matamoros. Pero era un señor para los tres cultos. Es extraordinario. A ver cómo aparece eso reflejado ahora en la serie. Me parece que todavía puede seguir siendo manipulado». Se refiere a la que protagonizará Jaime Lorente («La casa de papel», «Élite») y que se estrenará el año que viene en Amazon. Por su parte, Enrique Ruiz-Domènec comenta una anécdota: «Cuando publiqué mi semblanza del Gran Capitán, tuvo un enorme éxito, se comentó, pero no caló en los sistemas escolares. He visto fichas pedagógicas en las que ni siquiera se habían tomado la molestia de revisarlas en función de investigaciones modernas, y eso que daba una imagen opuesta a los lugares comunes que habíamos recibido. Este país va a empujones. Ahora se pondrá de moda el Cid y lo hará en una situación compleja, difícil, porque no quedan demasiados especialistas que se hayan enfrentado mucho a su figura y su complejidad. Todavía se echa mano de la obra de Menéndez Pidal, que tiene cien años. Ningún país importante aborda a sus figuras con estudios que se retrotraigan más allá de dos décadas. Vamos a tener este problema». Frente a la tumba del Cid hay un chaval que explica el monumento a su acompañante. «Soy de Burgos y aquí, en los colegios, nos lo enseñan. Te explican su historia, que podía llegar a medir 1,80 metros de estatura y que lo contaron los juglares». Ella, que es de fuera, explica: «A nosotros ni nos dijeron quién es. No te explican ni el poema». Junto a ellos pasa una familia: unos padres con sus hijos. La madre lo reconoce: ella sí sabe quien es el Cid, pero sin entrar en demasiadas honduras. «Pero mis hijos no tienen ni idea de quién es. ¿Les preguntamos? Venid. ¿Vosotros conocéis al Cid?». Uno de los chavales esconde la cabeza en el regazo de la madre. El otro hace un gesto de indiferencia y se marcha corriendo.
JUNTO A SU CABALLO Y SUS HIJOS
El Cid murió en Valencia y tres años más tarde se trasladó su cuerpo al que sería su sepultura, antes de que terminara en la catedral de Burgos: San Pedro de Cardeña. Allí se conservan todavía sus magníficos sepulcros (además de la tumba, en el exterior, de su caballo Babieca, aunque no existen documentos históricos que lo corroboren). Un monje comenta el interés que despierta el personaje. «Aquí han venido estudiantes de Finlandia para ver su tumba. Ahí delante el profesor recitaba fragmentos del poema y después se los explicaba a sus estudiantes». En este cenobio, según la tradición, el Cid se despidió de doña Jimena cuando partió al destierro. «El edificio que él vio fue el románico. Sobre él, se ha levantado el actual», explica. También comenta la sala donde están los sepulcros: en las paredes existen nichos, no todos con restos, de personajes relacionados con el héroe, por ejemplo, los de Doña Elvira y Doña Sol, las hijas que tuvo, y, el de su hijo, Diego, que no se menciona en el poema y que murió en batalla cuando todavía era muy joven. «El Cid –puntualiza Ruiz-Domènec– es un hombre de frontera del siglo XI. Ahí se está produciendo un triple fenómeno: la remodelación política de los reinos de taifas; la reforma gregoriana y el posicionamiento de la iglesia de Roma, del Papa y sus seguidores, que alienta el espíritu de las cruzadas y la remodelación de los reinos cristianos que tenemos aquí y que mirarán al sur para reafirmarse, y que producen momentos de gran tensión. El Cid se mueve entre Castilla y Cataluña, y se pone al servicio del que mejor paga. Eso es propio de la época: la aparición de mercenarios, de capitanes de aventuras. Él se mueve en esa dirección. Y, también, soporta la llegada de los almorávides, que suponen un antes y un después. Era un hombre reconocido, con un alto sentido de la política y usa los recursos de la época, que eran las armas. Es bueno recuperarlo, porque a través de él se puede llegar a entender todo este clima de la época». José Luis Corral brinda también su semblanza: «Nació cerca de la frontera, y su frontera era con los navarros, no con el Islam. Nunca perdió una sola batalla en su vida, eso significa que tenía una gran capacidad estratégica. El “Poema del mio Cid” lo deja claro: conocía perfectamente las comunicaciones y la situación de los castillos. Eso indica que tenía una visión muy buena del espacio. También sabemos, y esto no es leyenda, que lo hirieron varias veces. En Albarracín recibió una lanzada muy grave en el cuello. Estuvo a punto de morir. Por el camino perdió mucha sangre. De hecho, estuvo varios meses fuera de circulación. Lo llevaron a Daroca, Allí había un médico que lo salvó. Su nombre era Abu Muhammad. Era musulmán». En Cardeña, dos visitantes contemplan el sepulcro del Cid. Admiten que hoy está algo olvidada su figura, sobre todo entre los jóvenes. Ella, con resignación, apunta: «Quieres que los niños sepan quién es. Haz un videojuego. Ya verás cómo entonces lo aprenden».
Verdades y mentiras sobre el Cid
Todos los historiadores reconocen que el Cid se mueve entre la historia y la literatura. José Luis Corral comenta qué es real y qué es falso: no es cierto que ganara una batalla después de muerto. Falleció en la cama, en Valencia, de muerte natural. «Tuvo mala salud. Algo normal en la época, porque viajaban, bebían aguas y contraían fiebres», comenta.
La jura de Santa Gadea tampoco es cierta, a pesar de los romances y el poema. Tampoco es real que sus hijas se casaran con los hijos del conde de Carrión, al igual que las vejaciones a las que someten a sus hijas.