Historia

Los Ángeles

Los papeles de la vergüenza

Con la Segunda Guerra Mundial prácticamente perdida, Hitler y su camarilla se suicidaron y más de 10.000 nazis les imitaron. En Núremberg se celebró un proceso que condenó a doce dirigentes a la horca

Alexander Fehling es un fiscal que se enfrenta al horror nazi
Alexander Fehling es un fiscal que se enfrenta al horror nazilarazon

El estreno el viernes de la película alemana «La conspiración del silencio», basada en hechos reales, devuelve a la actualidad el tema de los juicios contra los miembros del III Reich.

Cumbre de Teherán, 30 de noviembre de 1943. La cena a la que asisten los tres grandes –Franklin D. Roosevelt, Joseph Stalin y Winston Churchill– es seguida por numerosos brindis; en uno de ellos Stalin eleva por enésima vez su copa: «Bebo por nuestra común decisión de fusilar a los criminales de guerra alemanes apenas sean capturados. Debemos hacerlo con todos, sin excepción. Serán aproximadamente cincuenta mil». El líder soviético apura el vodka de un trago ante la sonrisa un tanto beoda del presidente Roosevelt y el gesto colérico de Churchill que, superando los efectos del alcohol, ruge como un león: «¡Prefiero morir antes que ensuciar el honor de mi país y el mío propio con una abominación semejante!». Cesan las voces, las risas y el tintineo de las copas. El presidente norteamericano rompe el silencio y con voz pastosa bromea: «Hará falta llegar a un compromiso. Podremos renunciar a la cifra de 50.000 y ponernos de acuerdo, por ejemplo, en 49.500». Una carcajada general acogió la ocurrencia, mientras Churchill abandona bufando el comedor. El propio Stalin sale tras él, rogándole que regrese.

No es que Churchill se opusiera al riguroso castigo de los responsables nazis, sino que abominaba de la venganza indiscriminada planteada por Stalin o la «esterilización» de Alemania como pretendía Roosevelt, encantado con su amigo Henry Mongenthau, que proponía desindustrializar Alemania y convertirla en un país de agricultores y ganaderos, eso sí, tras ejecutar sumariamente a todos los dirigentes del III Reich. Durante 1944 se pensó en un proceso contra el nazismo, pero los problemas jurídicos se antojaban tan arduos que ni Roosevelt ni Churchill lo consideraban factible, prefiriendo ambos un proceso sumario limitado a los grandes responsables, cuyo resultado sería un número limitado de sentencias capitales y unos millares de severas penas de reclusión. Fue, curiosamente, Stalin quien, en el otoño de 1944, escarmentado por el choque que había tenido con Churchill en Teherán, planteó la organización de un magno proceso contra los nazis. Ese camino resultó allanado por el fallecimiento de Roosevelt en abril de 1945: su sucesor, Harry S. Truman, apadrinó la fórmula del proceso, convenció a Churchill de que ésa era la medida más justa y ejemplarizante y encargó a Robert H. Jackson, juez del Tribunal Supremo de los Estados Unidos, que lo organizara. Así se gestó el que se denominaría Proceso de Nuremberg, por la ciudad en que se reunió el Tribunal Internacional formado al efecto y donde se celebraron los juicios, cinco meses después de terminada la guerra.

El 9 de mayo de 1945, capituló Alemania, que fue ocupada y dividida por los vencedores en cuatro zonas: soviética, norteamericana, británica y francesa. En cada una de ellas, los ocupantes ajustaron las cuentas a los vencidos de acuerdo con sus afanes revanchistas y con sus ideas sobre la democracia y la justicia. En realidad no hubo acuerdo sobre todos los que debieran ser procesados. Para empezar, los vencedores advirtieron que lo prioritario era poner el país en pie para no tener que asumir tal trabajo y, en consecuencia, no podían procesar a todos los que habían pertenecido al partido nazi, más de ocho millones de personas, entre las que se hallaba la mayoría de los alemanes con alguna capacidad organizativa.

Seis millones de procesados

Las recién creadas Naciones Unidas no se andaban por las ramas y en el verano de 1945 cifraban en seis millones los que deberían ser procesados. Ya para entonces, los especialistas encargados de perseguir los delitos nazis calculaban que la cifra apenas rebasaría el millón. Las policías militares y los servicios secretos aliados cribaron el país en busca de criminales, pertenecientes al partido nazi, las SS, la Gestapo, el Ejército, el sistema concentracionario, la Administración, la Justicia, la industria, buscando, figuras relevantes para el magno proceso que se preparaba en Núremberg, pero se hallaron con insalvables problemas para cubrir sus listas de «los más buscados»: la primera causa fue el suicidio de muchos de los buscados con Hitler, Göbbels, Himmler, Bormann, a la cabeza, seguidos de 15 de los 88 jefes superiores de policía y gobernadores (Gauleiter), 78 generales y almirantes de un total de 705... a los que podrían añadirse otros diez mil nazis, a veces insignificantes por su cargo, pero muchos de ellos responsables de tantos delitos que prefirieron la pistola o el cianuro antes que afrontar sus responsabilidades por la represión criminal efectuada en el propio Reich y, sobre todo, en Polonia, Checoslovaquia y la URSS.

Inencontrables fueron los responsables de los servicios secretos, que corrieron a ofrecer su experiencia a los vencedores y hallaron brazos abiertos; se asegura que Reinhard Gehlen llegó a controlar más de 7.000 agentes procedentes de los diversos servicios de espionaje alemanes, que durante la Guerra Fría trabajaron para la CIA y los Servicios Secretos de la RFA. Los soviéticos no se quedaron atrás, convirtiendo en comunistas de toda la vida a los nazis que les interesó enrolar. Los británicos y los franceses, menos, pero también mordieron la manzana. Capítulo aparte merecen los más de dos millares de científicos que desaparecieron de Alemania por arte de birlibirloque y terminaron en Estados Unidos y la URSS. Aunque las cifras están sujetas a debate, parece que en las zonas de los aliados occidentales llegó a haber en 1946 unos 300.000 detenidos; en la soviética, unos 180.000. En 1947, las cifras se habían reducido sustancialmente: zona británica: 64.500 detenidos; zona de EE UU: 95.250; zona francesa:18.963; zona soviética: 67.179. Y en 1948/49, salvo los procesados en los diversos juicios, esas cárceles se vaciaron. En las zonas occidentales se pronunciaron 806 sentencias de muerte (486 fueron ejecutadas) y 4.219 condenas de reclusión. En la soviética, se ignora el número de sentencias y el de las condenas pero, según el historiador británico M. Burleigh, las «discretas eliminaciones» ascendieron a 42.800. Como se ve, Stalin cumplió su amenaza de Teherán, aunque sólo controlara un 20% de la población alemana.

Los procesos de Núremberg

Al margen de las grandes figuras que optaron por el suicidio, la élite dirigente del III Reich fue concentrada en Núremberg en un sonoro proceso ejemplarizador que reunió a los personajes más conocidos (a veces, no los más importantes) de cada sector del poder: el partido nazi, la diplomacia, la economía, la industria y el Ejército: en total 24 procesados, a los que se juzgó por cuatro tipos de delitos: 1/Conspiración para cometer crímenes de guerra o contra la paz o contra la humanidad. 2/Crímenes contra la paz: promover guerra vulnerando tratados internacionales, agresión a países etc... 3/Crímenes de guerra: vulnerar las leyes y tratados internacionales, maltratar a la población civil y a los prisioneros, asesinato de rehenes, utilización de mano de obra esclava... 4/Crímenes contra la humanidad: esclavización y explotación de los civiles, genocidio, matanzas por razones religiosas o políticas... El juicio, que se desarrolló entre el 20 de noviembre de 1945 y el 1 de octubre de 1946, culminó con la condena a muerte de 12 de ellos (a Bormann, en rebeldía, pues se desconocía su muerte, acaecida en Berlín cuando trataba de huir), uno, Göring, escapó de la soga mediante el cianuro y diez fueron ahorcados. De los restantes, tres fueron absueltos y los demás cumplieron largas condenas en la cárcel de Spandau, en el sector británico de Berlín, que permaneció abierta hasta 1987 porque uno de los presidiarios, Rudolf Hess, sobrevivió hasta los 93 años de edad, hasta que, tras 41 años de reclusión, optó por suicidarse.

Mucho menos conocidos, aunque muy relevantes por las responsabilidades y la importancia de los encausados, fueron los doce procesos organizados por los norteamericanos. En ellos se juzgó a los médicos que habían cometido atrocidades en los campos de exterminio o, siguiendo las directrices de Hitler, asesinando a enfermos incurables o esterilizando a quienes el nazismo juzgaba nocivos para la pureza racial. Uno de los personajes más terribles encausado en esos procesos fue el Dr. Mengele, que realizaba atroces experimentos sobre genética con los prisioneros de Auschwitz... Fue condenado en rebeldía y constituye el más relevante de los criminales que logró escapar de la Justicia y vivió en Hispanoamérica hasta su muerte, en 1979, cuando se bañaba en una playa brasileña. No fue menos relevante el proceso al aparato jurídico del III Reich. Recuérdese al respecto la estupenda película «Vencedores o vencidos» (Stanley Kramer, con Spencer Tracy, Burt Lancaster, Marlene Dietrich, Richard Widmark, Maximilian Scheell...).

Especialmente repugnantes resultaron procesos como el de la pureza racial, en el que se juzgó a quienes cometieron todo tipo de crímenes y sevicias contra las «razas inferiores»; el que encausó a los responsables del régimen concentracionario o el de la administración de los campos de exterminio, con el caso paradigmático del organizador y director de Auschwitz, Rudolf Höss, que convirtió aquellas instalaciones en una eficaz fábrica de muerte. Detenido a finales de 1945, prestó declaración en el juicio de Núremberg; después fue extraditado a Polonia y juzgado en Cracovia, donde se le condenó a muerte. Fue ejecutado ante uno de los hornos crematorios de Auschwitz en un patíbulo que aún permanece en el lugar.

Complejísimo fue el juicio que encausó a los responsables del trabajo esclavo, que afectó a todo tipo de cautivos: detenidos políticos alemanes, judíos, gitanos, testigos de Jehová, prisioneros de guerra y escandaloso el de las empresas se beneficiaron de él, con el caso esperpéntico de I.G. Farben, que utilizaba personal de los campos de trabajo y proporcionaba el Zyklon B para gasearlos cuando se agotaban y eran desechados.

Salvados por la Guerra Fría

Gran expectación despertaron los procesos de los ministros que formaron parte de los gabinetes de Hitler y que fueron más o menos cómplices de las atrocidades nazis y, sobre todo, el de varios centenares de militares, acusados de crímenes de guerra, muchos de los cuales no llegaron a sentarse en el banquillo, pues varios de estos juicios quedaron en meros planteamientos morales. Aquí los abogados pudieron defender a los acusados, poniendo ante los jueces comportamientos similares entre los vencedores o irregularidades procesales de todo tipo, que en el gran proceso de Núremberg no se admitieron... Y, al final, ya en la Guerra Fría, muchos de los encausados –industriales, economistas y militares– se fueron de rositas, tanto porque no constituían un peligro, como porque podrían ser valiosos colaboradores frente al enemigo comunista. En total, las ejecuciones, tras el pertinente proceso, no superaron el millar, aunque, contando las «eliminaciones» extrajudiciales, seguramente superaron las 45.000; las condenas a prisión –tras el inicial periodo de detención de posguerra, raramente fueran superiores a dos años– no rebasaron las 20.000.

Sigue la caza

Hubo muchos más juicios tanto organizados por los aliados como por los polacos (a los que se entregaron 1.800 nazis, de los cuales 200 fueron ajusticiados). Esos procesos seguirían en Alemania tras la formación de la RFA y la RDA hasta la mitad de los años cincuenta y siguientes, viéndose unos 16.500 casos más, entre ellos los de varias decenas de criminales de guerra que lograron escabullirse y, paulatinamente, han sido encontrados, como Adolf Eichmann (en la imagen de la izda.), sin duda el más relevante de todos éstos, que fue hallado por el Mossad en Argentina y deportado clandestinamente a Israel, donde fue juzgado en 1960 y ejecutado en 1962. Pese a los 70 años transcurridos desde el final de la guerra, la caza sigue. En la última década, han sido detenidos y juzgados en Estados Unidos 37 acusados de crímenes cometidos durante la Segunda Guerra Mundial, la mayoría de ellos, antiguos miembros de las SS o guardianes bálticos o ucranianos de los campos de exterminio. Los hallados culpables han sido deportados a los países donde cometieron sus fechorías. Italia ha juzgado a 26 nazis, con el caso estrella de Erich Priebke, doblemente juzgado en los años noventa, condenado a cadena perpetua por la masacre de las Fosas Ardeatinas y, como contaba 85 años de edad, quedó confinado en su domicilio hasta su muerte en 1913, ya centenario. En el mismo periodo han sido juzgados 16 antiguos nazis en Alemania, Canadá, Lituania, Francia y Polonia. Entre ellos figuró Iván Demjanjuk, un caso fantástico: fue guardia en el campo de Sobibor, pero logró escabullirse al final de la guerra y alcanzar Estados Unidos, donde creó una familia y pasó desapercibido hasta los años ochenta, en que Israel logró su deportación, pero como no se estableciera fehacientemente su identidad y andanzas, quedó en libertad y regresó a Estados Unidos. Hace una década le fue revocada la nacionalidad norteamericana y, tras muchas dilaciones legales, ya nonagenario, llegó a Alemania deportado. En su nuevo proceso se le acusó de complicidad en las matanzas de Sobibor, en las que perecieron más de 28.000 judíos. Fue condenado a cinco años de cárcel y puesto en libertad, dada su precaria salud y el tiempo pasado en prisión preventiva. Falleció un año después, en 2012.

Pese a que, dado el tiempo transcurrido, deben quedar ya muy pocos con vida, el Centro Simon Wiesenthal, con sede en Los Ángeles, mantiene abiertas sus listas de criminales nazis con una decena de nombres bajo la etiqueta de «se busca».

* Periodista y especialista en Historia Contemporánea