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Manipulación léxica

La Razón

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El Diccionario de la RAE, aunque a veces incorpora palabras de muy dudosa catadura (por ejemplo, «almóndiga», de la que se dice «desusada. Úsase como vulgar», pues entonces no animen al personal), recoge una variadísima colección de palabras que, podríamos decir, abarcan todos los aspectos de la vida. Por ello, yo solía decirle a mi hija cuando era más jovencita que, si un chico le decía –para ligársela– no tengo palabras para expresar tu belleza, lo calificara de ignorante y lo mandara a estudiar, dado que el diccionario incorpora unas 80 mil palabras básicas de nuestra lengua (sin contar americanismos y tecnolectos). Y, entre ese listado, hay algunas meridianamente claras. Lo digo a propósito de ese lenguaje que crearon los políticos, secundaron periodistas y se lo han apropiado algunos caraduras de nuestra sociedad de la cultura. Me refiero a los hallazgos léxicos del tipo «crecimiento cero», «crecimiento negativo», «catástrofe humanitaria», y lindezas que no le gustarían nada al añorado maestro Lázaro Carreter. O, por ejemplo, «irregularidad». Que antes era lo que «no sucede ordinaria o comúnmente», y que ahora los académicos han tenido que incorporar en su acepción más coloquial: «Malversación, desfalco, cohecho u otra inmoralidad en la gestión o administración pública, o en la privada». De ahí que las «chorizadas» que cometen políticos de derechas, de izquierda, liberales y comunistas se suavizan con la manipulación. Y a esa moda se apunta nuestro inefable Javier Bardem, adalid de la honradez pública y martillo del gobierno que, según él, va a arruinar España. Lo suyo, unos eurillos que no pagó en su día a Hacienda, 151 mil, es una infracción leve. A ver, queridos lectores (y queridas lectoras, no se me vayan a enfadar las feministas): ¿Quién no se gasta cien mil eurillos en un puente?