Maradona: coca de domingo a miércoles, fútbol de jueves a domingo
El documental de Asif Kapadia "Diego Maradona"revela la espiral de droga, mujeres y contactos con la Camorra del jugador en Nápoles
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El documental de Asif Kapadia revela la espiral destructiva del genio del balón en sus años en Nápoles
Llegará el día, dentro de décadas, siglos, en que Maradona se convierta en una figura artúrica en Nápoles, más leyenda que realidad. Se preguntarán si aquello realmente sucedió, cómo fue posible... El romance entre el Pibe de Oro, un humilde chaval de Villa Fiorito (mísero suburbio de Buenos Aires), y la ciudad más insegura, pobre y excéntrica de Europa, tiene mimbres de cantar moderno de gesta. Y su caída, la del Dios del fútbol, un Ícaro del balón, atesora todos los ingredientes de la tragedia griega. De Diego a Maradona van dos mundos, paralelos pero casi opuestos: el tipo inseguro y ufano, sencillo y familiar frente al mito altivo y millonario vencido al final por un pathos oscuro: la droga, el dinero, la deificación...
“Me importa más la gloria que la plata”, decía Diego en sus tiempos de Boca Juniors. Tuvo ambas cosas, tanto que no le quedó si no buscar nuevas experiencias, como narra en el documental “Diego Maradona”, que se estrena el 11 de julio, Asif Kapadia, ganador de un Oscar por “Amy” y de una Bafta por el retrato de otro icono deportivo, Ayrton Senna. Con breves viajes episódicos a su etapa juvenil en Argentina y en Barcelona, el filme se centra en los años en que el 10 jugó en Nápoles, de 1984 a 1991, apenas un lustro en el que se condensa toda la tragicomedia del delantero.
De Barcelona (apenas dos temporadas fallidas como culé), Maradona se trajo el veneno en el cuerpo: la cocaína. Aunque el problema crecería poco a poco dentro de sí, enmascarado, amparado y silenciado por su entorno, hasta que saldría (con ayudas malévolas) a la luz años después. El jugador llegó a Nápoles el 5 de julio de 1984 ante 80.000 personas. Un baño de multitudes por parte de una afición que lo acogía como al mesías: después de un año en el que habían rozado el descenso, se encontraban con el mejor jugador del mundo que, de carambola casi, había caído en la caótica e ingobernable capital meridional.
Lo de Nápoles fue el delirio: en sus más de 90 años de historia el equipo no ha ganado más que dos “scudetto” (1986-1987 y 1989-1990) y una UEFA (1988-1989), precisamente de manos de Maradona. Hasta su llegada, era un equipo del montón, apenas con dos copas de Italia como gran logro; un club que daba la temporada por buena si lograba pintarle la cara a alguno de las grandes escuadras septentrionales en sus enfrentamientos puntuales: Milan, Juventus, Torino... No es raro que a Maradona lo elevaran a los altares: como un abanderado de la causa sureña, de esa Nápoles que se sentía sometida al poder industrial del Norte, humilló a aquellas aficiones que, jornada tras jornada, los recibían con pancartas de “lavaos” o “apartheid”. El chico de Villa Fiorito hablaba el mismo lenguaje que los napolitanos.
El documental de Kapadia va lanzando, dentro del cuento de hadas, polvos negros. Pronto, la Camorra descubrió a Maradona y Maradona a la Camorra. Se hizo íntimo de la familia Giuliano, quienes aseguraban su seguridad en una ciudad impredecible y le procuraban drogas y chicas. Casado con Claudia Villafañe, su novia de toda la vida, Maradona reconoce que no fue un santo: “Había chicas guapas por todos lados”. Le bastaba con elegir. Al final, dejó embarazada a una italiana amiga de su hermana, Cristina Sinagra, pero se empeñó en no reconoce a aquel niño.
El contacto con los camorristas lo vivía aquel veinteañero “como si fuera un filme”. Sentado a la mesa junto a los hermanos Giuliano, con fusiles junto a ellos, dispuestos a dar a Maradona cuantos caprichos quisiera. Cada uno de sus visitas se saldaba con un Rolex de regalo. Mientras, la sangre en Nápoles corría cada noche en las calles. Y los domingos, la ciudad convergía en San Paolo para ver al Pelusa obrar el milagro de los goles: de falta, de penalti, tras mil quiebros, de cabeza, de rabona...
El documental, confeccionado a partir de 500 horas de material de archivo, muestra la dureza de los defensas con Maradona en una época en la que los codazos y los puntapiés a traición no se veían por VAR. Pero el 10, achaparrado y tendente a engordar, tan desemejante a los atletas de hoy en día, con su cadena al cuello y sus pelos ensortijados, se salía siempre con la suya. “Tuve que adaptar mi fútbol al de Italia”, confiesa.
Dos mundiales son, en cierta manera, el haz y el envés de la carrera de Maradona: México 86 e Italia 90. El primero marca el cenit universal del futbolista, el no va más de un jugador y un país. Como con el Nápoles, las esperanzas en aquella Argentina de Bilardo eran pocas. Pero lo importante no es ya que a la postre ganaran aquel Mundial ante la todopoderosa Alemania Federal. Lo histórico, lo realmente legendario, sucedió el 22 de junio en el Estadio Azteca: aquel 2-1 contra Inglaterra, con dos goles de Maradona que mostraban su doble cara: la pillería callejera de la “mano de Dios” y el increíble slalom que culminó en todos los hogares de Argentina con la voz rota de Víctor Hugo Morales: “Barrilete cósmico, ¿de qué planeta viniste?”.
Al igual que con el Nápoles ajustaría cuentas socio-políticas con el Norte de Italia, la victoria de Argentina ante Inglaterra redimía a todo un país deprimido por la derrota de las Malvinas, aquella guerra que, confiesa Maradona, “nadie nos decía que estábamos perdiéndola”. Probablemente, para que el fútbol sea una cosa realmente seria, grande, hacen falta este tipo de confluencias astrales: que el balón dicte sentencia sobre la vida.
Si el Mundial 86 es boreal, el de Italia 90, aun con el subcampeonato obtenido, tiene tintes netamente crepusculares. La situación de Maradona en Nápoles se había deteriorado. Falto de grandes retos tras los éxitos conseguidos, desmotivado, cada vez más inmerso en las drogas, antipático y endiosado, el Pibe busca una salida inminente. Pero Corrado Ferlaino, el presidente del club, no está dispuesto a dejarlo escapar: “Yo fui el carcelero de Maradona”, confiesa en el documental de Kapadia.
A la albiceleste la reciben en todos los campos del norte de Italia con pitos e insultos. En el primer partido, los abucheos solapan el himno argentino. “Hijos de puta, hijos de puta”, masculla el 10 en lugar de cantar a su tierra. Italia teme que Maradona les reviente el Mundial y, de nuevo, una conjunción astral coloca a ambos equipos en el peor escenario posible: semifinales Argentina-Italia. ¿Dónde? Sí, en San Paolo, Nápoles. El Pelusa calienta el ambiente y pide que los napolitanos apoyen a Argentina en vez de a la elástica de su propio país. Maradona hurga en la herida de una nación dividida desde sus orígenes. La victoria por penaltis de Argentina marca el inicio de una espiral de odio hacia el futbolista que lo llevaría a la defenestración.
El manto de protección sobre Maradona se había caído. En Italia se le relacionó abiertamente con la camorra tras la interceptación judicial de unas llamadas en las que se le escuchaba hablar de drogas y prostitutas. Los mafiosos huyen de tanta sobrexposición del astro. La vida de Maradona es una espiral destructiva: confiesa que tomaba drogas, cocaína, desde el final del partido del domingo hasta el miércoles y a partir de ahí se forzaba a reciclar su cuerpo para poder jugar el domingo. Pero en marzo de 1991, le dan caza: da positivo en un control de doping. Fernando Signorini, su antiguo preparador físico, revela que probablemente antes fueran otras personas quienes orinaran por él en los controles, en el contexto de una Italia más laxa con las normas del deporte y, claro, un jugador muy bien relacionado en el Sur de Italia.
El ídolo cae del pedestal con un estruendo sonoro. Inhabilitado durante un año para jugar al fútbol, la prensa lo persigue en Napóles o en Buenos Aires. Lo graban drogado, festejando, cada vez más gordo. Nunca volverá a ser el 10 que fue, aunque alargue agónicamente su carrera. Maradona le había ganado la partida a Diego, el Pibe de Oro, de Villa Fiorito, que ni siquiera soñó con levantar la copa del Mundo sino simplemente con jugar en Primera y comprarle a sus padres una casa fuera de aquel estercolero. “Con Maradona no iría a ningún lado, con Diego al fin del mundo”, le dijo Signorini.