Marca Lara
Hay que ser muy bravo y tener mucha templaza y cuajo para llevar la contraria a la Historia. José Manuel Lara Hernández, el Lara padre, como algunos repiten aún, salió a vender libros en esa tierra baldía que era la España de posguerra. En ese país barrido por las balas, consiguió que los hombres desnaturalizados por las tragedias y desnutridos por las cartillas de racionamiento, abrieran de nuevo los ojos a la cultura. No resultaría desacertado, en estos tiempos de crisis, deslucidos por tantos descorazonamientos, volver la mirada hacia ese ejemplo y contemplar de lo que es capaz un hombre cuando los tiempos vienen duros. El sentido común a veces sólo es un encubrimiento de la pereza. Lara Hernández demostró que con tesón podía levantar una empresa en una nación con un paisaje moral reducido a ruinas. Atrajo las miradas hacia la literatura, que una vez había enorgullecido a todos, y puso el foco de la atención en los libros y los autores, convirtiendo, de nuevo, el gesto de la lectura en un gesto habitual. Despejaba así, con la ilusión que procuran las letras, las brumas que permanecían del pasado. Su hijo, Lara Bosch, convirtió una editorial familiar en una empresa dispuesta a traspasar fronteras. Siempre le condujo un propósito: exportar la cultura española a otros países; difundir las letras castellanas en América y más allá.Pero sin olvidarse de mantener la cercanía con el autor, la marca imprescindible de un gran editor.