Más allá del malditismo; por Luis Auserón
Estamos ante la peor noticia que se pueda imaginar un amante de la música, una noticia para la que yo no estaba preparado ni creo que nadie lo estuviera. No imaginaba que éste día fuera a llegar, y no encuentro palabras para explicar que es muy triste. En mi caso, no había cumplido los 18 años cuando cayó en mis manos su primer disco, y desde entonces no he dejado de oírlos, de cantarlos e incluso de tocar sus canciones siempre que he tenido la oportunidad. El problema es que, cuando cantas un tema de Lou Reed, inmediatamente tienes ganas de cantarlos todos. Cuando sus discos llegaban a la calle, la imagen de Lou Reed y de la Velvet Underground eran poco aceptadas por la sociedad. Llegaban sus canciones rodeadas del escándalo y de la prohibición, y eso hacía más difícil juzgarlas adecuadamente. Pero ahora todo eso me da igual. Me importan poco el aura y el malditismo. Me interesan los valores líricos y melódicos de su obra. Soy más reflexivo y en realidad no sé si a la gente le importa mucho o poco la figura de Lou Reed, pero ya ocurrió con Johnny Cash, que, cuando se murió muchos se dieron cuenta de lo que habían perdido. Reed tuvo reconocimiento en vida, aunque la fama es algo que ya no me preocupa lo más mínimo, ni creo que a él. Lo importante es que, en mi vida, es normal que cuando los amigos nos juntemos se canten sus canciones. Unos textos de altísimo nivel, a cuya altura muy pocos logran acercarse, si exceptuamos a Dylan y Cohen. Hoy hay poco más que decir.