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Mataremos con virus digitales

Los desarrollos en medicina y tecnología terminarán convirtiéndose en las armas más eficientes. Así podríamos delinquir de aquí a diez años.

Mataremos con virus digitales
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Los desarrollos en medicina y tecnología terminarán convirtiéndose en las armas más eficientes. Así podríamos delinquir de aquí a diez años.

En el último siglo se ha producido un enorme cambio de paradigma en el crimen. Antes, la mayor distancia posible para cometer uno estaba determinada por cuán lejos llegaba una bala y con cuantas se contaba; esto señalaba a cuántas personas se podía controlar. En 2016 un grupo de «hackers» robó información personal, incluso números de tarjetas de crédito, de 100 millones de personas que estaban conectadas a PlayStation. Hasta ese momento, nunca en la historia había sido posible robar a 100 millones de personas.

La tecnología, no cabe duda, ha cambiado el tipo de crímenes que se comenten, ha hecho necesario modificar las leyes y ha inspirado a una nueva generación de delincuentes. Por ejemplo, hoy, en 2029, se ha demostrado que es obsoleto pedir un registro de armas; ni siquiera sirve rastrearlas. Lo único que ha demostrado conseguir es cierta eficacia en la prevención de delitos violentos es exigir una licencia para el uso de impresoras 3D, con las que se imprimen armas de todo tipo, en cualquier lugar. Y aún así, no es ésta la mayor preocupación: las armas actuales no disparan balas, sino virus, biológicos y digitales.

Cuando comenzamos a avanzar en el uso de técnicas de edición genómica y en medicina a nivel celular las alarmas criminales y terroristas se dispararon. En 2015, el experto en investigación del ADN, Andrew Hessel, fundador de Human Genomics Inc., señaló que si uno puede usar el tratamiento moderno del cáncer para afectar a una célula con fámacos y dejar al resto de las células intactas, entonces también se puede atrapar cualquier célula de una persona. Así, lo que era una herramienta para curar se convirtió en una estrategia para matar, una con una precisión celular.

Hoy es posible inocular un virus que afecte directamente a los portadores de determinados genes y dejarlos estériles, incapacitados o directamente matarlos. Y para ello no se precisan infraestructuras enormes ni campañas de vacunación: las instrucciones para crear decenas de virus están en internet y basta poner el vector infeccioso en una piruleta. Así es posible matar sin dejar rastro, ya sea a un miembro de una familia o a toda una población.

«Hackear» marcapasos

La tecnología médica, mediante el uso de implantes, como bombas de diabéticos, marcapasos, desfibriladores o implantes cocleares, ha mejorado la calidad de vida de millones de personas que ven cómo cualquier anormalidad es inmediatamente registrada y enviada por internet a su médico. Pero esa misma conectividad es lo que las convierte en vulnerables ante los «hackers». En la Dark Web se venden programas completos para «hackear» marcapasos o implantes cerebrales usados en personas con epilepsia. Y ya se han producido decenas de casos donde se han «secuestrado» los dispositivos a cambio de un rescate. Dos de estos terminaron con la muerte de la persona. Tampoco es necesario invadir los cuerpos, basta con «piratear» los cada vez más conectados coches y anular los frenos o acelerar a tope para provocar un «accidente». Desafortunadamente, los criminales cuentan cada vez con más alternativas para amenazarnos en nuestro entorno digital: una súbita descarga eléctrica elevando la tensión en el hogar, dejar las puertas abiertas de la calle o encender el horno... Todo vale.

Pero lo que cada vez es más frecuente es el asesinato digital, algo para lo que no existen pena ni leyes y, obviamente, tampoco castigo. El primero de estos casos se produjo en 2025, cuando un «hacker» ingresó en las redes sociales de un conocido banco y se infiltró en las redes de los empleados. Allí borró absolutamente toda la presencia digital de 15 personas haciendo que desapareciera todo vestigio de su existencia: desde las fotos de sus móviles, hasta su nombres en los contactos que tenían. Nadie podía llamarlos ya, ni escribirles. De hecho, todos ellos recibieron una carta de Hacienda vinculada a su fallecimiento y los trámites relacionados con la herencia. La mayoría de ellos aún está en litigio con el Estado para demostrar que están vivos.