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Michael Jackson debe morir (otra vez)

El linchamiento de la leyenda de la música no deja indiferente a nadie. La última en regalar sus opiniones ha sido la actriz Barbra Streisand.
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El linchamiento de la leyenda de la música no deja indiferente a nadie. La última en regalar sus opiniones ha sido la actriz Barbra Streisand.
El linchamiento de Michael Jackson, definitivo desde el estreno de «Leaving Neverland», no deja indiferente a nadie. La última en regalar sus opiniones ha sido Barbra Streisand. En declaraciones al «The Times» afirma que, bueno, sí, seguramente puedes decir que el cantante «molestó» a aquellos niños, pero al mismo tiempo, hum, los protagonistas del documental, Robson y Safechuk, «estaban encantados de estar allí. Ambos se casaron y ambos tienen hijos, por lo que tampoco fueron asesinados». ¿Algo más? Sí: «Sus necesidades sexuales eran sus necesidades sexuales, provenientes de cualquier infancia que tenga o del ADN que tuviese».
Para rematar el bombazo reconoce sentimientos contradictorios. Incluso se permite compadecer al delincuente. «Me siento mal por los niños. Me siento mal por él. Supongo que también culpo a los padres, que permitían que sus hijos durmieran con él». Lo más probable es que a estas alturas los publicistas de la diva hayan sufrido varios infartos consecutivos. Sus comentarios demuestran un profundo desconocimiento del guion habitual en los abusos sexuales contra los niños, generalmente cometidos por tipos con rostro amable. Aparte, en la era de la solidaridad comunal y las grandes ceremonias públicas contra la vida íntima de los creadores no sirven las medias tintas, los matices, la sombra de una duda. Debes disparar a la cabeza, sin preguntar, y usar calibre grueso. Da igual si las acusaciones fueron corroboradas o no por los tribunales.
Nadie distingue ya entre sospechosos y condenados. Importa un bledo la opinión de los jueces. Tampoco sirve explicar que, incluso en el caso de encontrarnos ante un lobo, el arte no se mancha. Su historia no es sino un capítulo de la historia de la humanidad y ha sido protagonizada por individuos con todo tipo de inclinaciones y defectos. Sucede igual en otros gremios, de la fontanería al correo postal. Pero de alguna forma cunde la idea de que uno no puede disfrutar la obra sin ser cómplice del comportamiento del autor. Por obra y gracia del conjuro posmoderno sus pecados contaminan las creaciones y, finalmente, a los espectadores, oyentes y lectores.
De la decapitación ya se encargan luego las grandes plataformas digitales, las productoras, emisoras de radio, editoriales y discográficas. La paranoia alcanza a los editores que solicitan a sus escritores que cuiden el lenguaje y por supuesto que enfaticen el dolor experimentado por las mujeres y/o las minorías. Pero no todos los ajusticiados aceptan su suerte. Woody Allen, que nunca fue juzgado por abuso sexual porque los investigadores forenses desestimaron la única denuncia que jamás haya recibido, ha llevado a Amazon a los tribunales. Pide 68 millones de dólares por enterrar «A Rainy Day in New York», la película que hicieron juntos.