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Miguel Primo de Rivera, el embajador adúltero al que no tuvo más remedio que destituir

Fue tan sonado el escarceo del marqués de Estella con la tercera mujer de Anthony Greville-Bell, mayor británico del Ejército del Aire y héroe de la IIGM, que no hubo otra opción que relegarle
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Miguel Primo de Rivera no era un hombre vulgar: a su doble grandeza de España, como heredero del título de marqués de Estella que llevó antes que él su hermano mayor, José Antonio, y del ducado de Primo de Rivera, se unía su magnífica relación con el rey Jorge VI y luego con Isabel II, a quien acompañaba a las carreras de caballos cada año mientras fue embajador de España en Londres.
En mayo de 1941, Franco le había nombrado ministro de Agricultura para despejar las reticencias iniciales de los falangistas hacia su movimiento, cargo en el que permaneció hasta junio de 1945.
Pero, más que ministro y diplomático, Miguel Primo de Rivera era un auténtico rompecorazones: Anthony Greville-Bell, mayor británico del Ejército del Aire y héroe en la Segunda Guerra Mundial, presentó en efecto en los tribunales ingleses una demanda de adulterio contra su tercera mujer, Helen Scott-Duff de soltera, con quien había contraído matrimonio en 1955, y contra el propio Miguel Primo de Rivera, a quienes acusaba de mantener una relación extramatrimonial.
Paradojas de la vida: el marido herido era gran aficionado a la escultura, como el acusado de adulterio, y se había desposado ya en primeras nupcias con Diana Carnegie, en 1945; tras el divorcio de su segunda esposa infiel, volvería a casarse en 1972 con Ann Kennerley; y por cuarta y última vez, con Lauriance Rogier, en 1996, doce años antes de su muerte, acaecida en 2008, tras una vida longeva, pues había nacido en 1920.
En el diario «Times» del 24 de noviembre de 1958 se informó sobre la sentencia. El magistrado Barnard declaró, en referencia a la carga de la prueba: «El Tribunal debe estar satisfecho de que la acusación se efectuase; era bastante obvio que si el juez o el jurado hubiesen tenido alguna duda razonable, no habrían quedado satisfechos. El juez de apelación David Jenkins, en un caso reciente, lo explicó de otro modo diciendo que si todas las pruebas llevaban a una alta probabilidad de que el adulterio había existido, era seguro y adecuado encontrarlas.
Aparte de la confesión de la esposa, corroborada por las anotaciones en su agenda, él [el juez] estaba satisfecho con las pruebas sobre el adulterio cometido por la demandada y el codemandado a finales de 1957 y posiblemente a partir del 6 de junio; pero ciertamente durante esa larga y constante relación se cometió adulterio cada vez que se presentaba la oportunidad».
Dardo afilado
No sólo la prensa tabloide inglesa cargó sin la menor compasión contra el duque Primo de Rivera y su amante. El escándalo traspasó las fronteras y desató con mayor motivo aún la ira del ex embajador afectado. Titulada de modo explícito «Un juicio arruina la carrera del duque», la crónica del corresponsal en Londres del rotativo australiano «The Sydney Morning Herald» impactó como un dardo afilado en el corazón mismo del objetivo. Se daba la circunstancia, además, de que el marido ofendido había nacido en Australia.
El artículo se publicó el 23 de noviembre de 1958, cuando el caso ya había sido visto para sentencia: «Las palabras que le hundirán: ‘‘Estoy satisfecho de que el cargo de adulterio se haya reconocido”, provenían del juez del Tribunal de Divorcios de Londres.
El duque Primo de Rivera, antiguo embajador de España en Londres, ha renunciado a su cargo negando las alegaciones contra su persona.
El apuesto duque, de 54 años de edad, ha sido acusado por el mayor Anthony Greville-Bell, de 38 años, de mantener una relación con su esposa de 28 años, Helen Greville-Bell, belleza de la sociedad londinense».
En uno de los casos más sensacionalistas jamás oídos en el tribunal, el Sr. juez Barnard le concedió al mayor Greville-Bell el grado de separación judicial imputando los costes a su esposa basándose en el cargo de adulterio...». Franco no tuvo más remedio que destituir así a su adúltero embajador de modo fulminante.

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