Miró, en la escena del crimen
Caixa Fórum acoge una exposición que se centra en los objetos del artista y que discurre en paralelo al asesinato de la pintura y la escultura
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A Joan Miró (Barcelona, 1893 - Palma de Mallorca, 1983) le atribuyen una frase de 1928: “La pintura está en decadencia desde la edad de las cavernas”. Seguramente por eso se dedicó con ahinco a acabar con ella, a exterminarla, a asesinarla. Y, no contenco con ello, puso su ojo en la escultura y también la destrozó hasta que llegó a la “antiescultura”. El testimonio de esta labor criminal, con las siluetas de tiza en el suelo rodeando el cadáver de las bellas artes, está en el Caixa Fórum de Madrid, donde se inauugura “Miró y el objeto”una exposición producida por la Fundación que lleva el nombre del artista y que ya se ha podido visita en Barcelona. Una idea predomina sobre las demás: el creciente peso del objeto (encontrado o buscado) en la obra del artista catalán.
La exposición aborda toda una cronología, desde los años 20 hasta los 70, a través de 109 obras entre pinturas, esculturas, cerámicas, "collages"y ensamblajes.
“Mi abuelo no temía a la muerte ni al fracaso, pero sí a la repetición”, señaló en la presentación de la muestra Joan Punyet Miró, nieto del artista, al que conoció y del que guarda un especial recuerdo: “Tenía 80 años y para mí era un joven de 18. Tenía dentro un volcán en erupción y vivía cada día como si fuera el último”. Huyendo de la repetición, el artista catalán reinventó la pintura: creaba una imagen y la destruía sobre el lienzo, o bien destruía el lienzo, o ni siquiera necesitaba uno para crear. En realidad ni siquiera necesitaba un dibujo, ni un marco, ni un soporte, ni figuras. En la muestra, que se presenta casi como una investigación por etapas del “crimen” de MIró, puede apreciarse esta destrucción gradual. Primero son las formas y los colores y después, el artista catalán se lo cuestiona todo. Por eso el soporte para pintar no es como se espera y puede servir un trapo de fregar, una piel de vaca o una tabla de planchar. Por lo tanto no tiene por qué colgarse de una pared ni presentarse en formato apaisado. Miró invita a mirar a través del lienzo, después de haberlo quemado, claro.
La exposición también rastrea sus influencias surrealistas y dadaístas y la importancia que comparte con estos movimientos del objeto encontrado y la técnica del collage. Porque, una vez que Miró “asesinó” la pintura, como se proponía, puso su ojo en la escultura. “La reemplazó por el simple objeto, trabajando sobre él”, comentó el comisario de la exposición, William Jeffett, conservador jefe del Salvador Dalí Museum de Saint Petersburg (Florida). “Que el objeto deje de existir y se transforme escultura”, proclamó Miró. De esta etapa de su vida son algunos ensamblajes que expresan uno de los elementos fundamentales del artista: el sentido del humor. Miró toma cuadros de un rastrillo e interviene sobre ellos, o manipula objetos como el tricornio de un Guardia Civil y muñecas para niños y los transporta a lugares insólitos.
Aún queda una última fase fundamental en su obra. “Cuando se fue a vivir a Mallorca no lo hizo para retirarse en absoluto, dijo la directora de la Fundación Joan Miró de Barcelona, Rosa María Malet. Siguió creando y desafiando a lo establecido tanto que, cuando en 1974 le encargan una retrospectiva de su obra para el Grand Palais de Parí, el artista presenta para la exposición más de la mitad de piezas nuevas. “No quería la exposición que se hace para alguien que está muerto artísticamente, sino que buscó demostrar cuánto de activo seguía con 80 años”, comentó Jeffett.
Miró devolvió la pintura a la caverna, quizá al lugar del que nunca debió haber salido. Cuestionó las reglas establecidas y defendió su poética. En la exposición está el testimonio de un criminal y un asesino. Un artista.