Mucho más que una moda
A menudo, cuando me preguntan por qué Leonardo sigue de actualidad casi quinientos años después de su muerte –falleció como Cervantes o Shakespeare un 23 de abril, pero de 1519–, la cuestión me evoca una escena que llevo años sin poder quitarme de la cabeza. Es algo entre imaginado y real que ocurrió en su residencia de Clos Lucé, junto al castillo del rey Francisco I de Francia, hace 496 primaveras: el genio acaba de expirar y ha dejado a su fiel discípulo Francesco Melzi una extraña herencia. Se trata de decenas de cajas llenas de manuscritos, maquetas, bocetos, cuadernos, pinturas y carpetas «manchados» durante toda una vida. En ese tesoro se encuentran diseños para escafandras, máquinas voladoras, lentes, planos de ciudades perfectas e incluso autómatas, pero también caricaturas, listas de la compra, chistes, citas de libros, diseños para instrumentos musicales, chascarrillos o cálculos para Dios sabe qué. Nunca antes ningún personaje histórico ha dejado tras de sí tal volumen de apuntes pero tampoco semejante caudal de ideas y proyectos sin acabar. Los cálculos más moderados nos hablan de al menos trece mil páginas de su puño y letra. Hoy apenas conservamos la mitad. Pues bien, en esa misma secuencia, de repente, veo al hijo de Melzi, Orazio, siendo visitado por enviados del Vaticano que se llevan el único libro que el genio mal acabó, su hoy famoso «Tratado de la Pintura». Veo también a los Saboya hurtando uno de sus «taccuini» o cuadernos de notas y traspapelándolo en su insondable colección de manuscritos. Algunos amigos míos –escritores también– creen que en esas páginas estarían sus estudios para falsificar la Sábana Santa de Turín. Y veo incluso a Pompeo Leoni, escultor al servicio de Felipe II, llevarse a Madrid un par de códices científicos del maestro para hacérselos llegar a su todopoderosa majestad. Ninguna de esas «visiones» es completamente imaginaria y justificarían de por sí varias novelas fascinantes. Yo ya escribí la mía en 2004. La titulé «La cena secreta» porque «descifraba» el sentido último de la Última Cena que Leonardo pintó para los Sforza de Milán. Inventé muy poco en esa historia. Me limité a seguir su lógica de encriptar o disimular palabras en algunos de sus bocetos y el relato brotó con eficacia. Aquel libro tuvo tal impacto que se publicó en 43 países, el último Japón, hace apenas dos semanas. Y sigue reeditándose desde entonces enseñando a sus lectores cómo leer –que no sólo ver– su famosa Última Cena. Algo parecido sucede con «El Código Da Vinci», de Dan Brown, o más recientemente con «Matar a Leonardo da Vinci», de Christian Gálvez. Pero hoy no se me quita de la cabeza que por muchas novelas que escribamos inspiradas en lo que conocemos de Leonardo, en esas casi siete mil cuartillas perdidas del genio se esconden aún tramas, ideas y fogonazos de creatividad que ni imaginamos. Por eso, cuando me preguntan por qué Leonardo sigue de actualidad, sonrío para mis adentros y pienso que basta con que una sola de esas siete mil páginas emerja para que el mundo recuerde que él no es una moda o un titular en la prensa. Él, así de rotundo, es. ¿De cuántos humanos podemos decir eso?
*Escritor y autor de «La cena secreta» (Planeta)