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Muere Chuck Berry, uno de los grandes padrinos del rock

Uno de los grandes padrinos del rock gracias al tema «Maybellene», lanzado en 1955, falleció ayer en su residencia de Misuri (EE UU) a los 90 años de edad.
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Uno de los grandes padrinos del rock gracias al tema «Maybellene», lanzado en 1955, falleció ayer en su residencia de Misuri (EE UU) a los 90 años de edad.
El rock and roll perdió a su padre legítimo, Chuck Berry, un hombre que contribuyó a definir las reglas esenciales del mayor movimiento cultural del siglo XX, una leyenda que dejó atrás uno de los legados más portentosos de nuestra era. Tenía 90 años y fue descubierto por la Policía del condado de Saint Charles en Misuri tirado en una habitación de una casa poco espectacular.
No fue la forma más glamurosa de marcharse, pero en realidad fue puro Berry hasta el final. Nada de sofisticaciones, nada de superflua teatralidad. Todo crudo hasta el final. Así acabó una vida vivida como mandan los cánones del rock and roll, con excentricidad y autenticidad, con exceso y gloria, con amor y muerte, con crueldad y ternura. Porque Berry fue genio y figura hasta su final en Misuri.
Nacido el 18 de octubre de 1926 en St. Louis, Berry creció en un entorno muy musical. Tercero de seis hermanos, su madre era profesora y su padre diácono baptista. Aprendió a tocar la guitarra con un manual de acordes y ahí comenzó la historia. Blues, swing, jazz y country fueron sus primeras influencias. Pero en su cabeza tenía algo más grande que emular a viejos héroes.
Al mismo tiempo que aprendía las bases de un estilo, Berry comenzaba a enseñar rasgos de un carácter indómito, un muchacho que disfrutaba paseando por la línea que separa la legalidad de la irresponsabilidad. En 1944, y después de unos cuantos días de juerga junto a unos amigos, fue arrestado por robo a mano armada. Iba junto a dos amigos, se encontraron una pistola y una cosa llevó a la otra. Por aquellos tiempos, ser negro, llevar pistola y cometer un atraco equivalía a diez años de cárcel. Berry cumplió tres años en el reformatorio de Algoa, cerca de Jefferson City. Allí se dedicó a seguir cultivando su formación musical y a aprender a boxear.
A principios de 1953 tuvo su primera gran oportunidad al entrar en el Sir John Trio, el combo formado por otra leyenda de la música, el genial pianista Johnnie Johnson. El impacto del nuevo miembro fue tal que el grupo sería rebautizado como Chuck Berry combo. Cuentan que el tío era un titán en escena. Había nacido para ello. Berry cogía el blues y el country y lo transformaba en algo urgente, aparentemente más frívolo, pero iba directo al corazón. Daba auténticos trallazos.
Aquí definió lo que posteriormente perfeccionaría. El sonido rock and roll. Berry tomaba la clásica sucesión de tres acordes en 12 tiempos del country y el blues para acelerarlas. El resto eran variantes melódicas sencillas y textos cargados de intención con el que los jóvenes de todas las escalas sociales pudieran identificarse. Dicen que en St. Louis cada noche se vivía un incendio con las batallas musicales libradas entre Berry y Ike Turner.
En 1955, Berry coincidió con el enorme Muddy Waters en Chicago y éste le aconsejó visitar el sello Chess. El dueño de la compañía, Leonard Chess, aceptó escuchar una maqueta de Berry por la recomendación de Waters y lo que escuchó le agradó. Digamos que vio potencial. Un esbozo de canción era «Ida May», que fue transformada en «Maybellene», canción que elevaría a Berry al olimpo de la música. Vendió un millón de copias y alcanzó el número uno de las listas de blues y, más significativo, el cinco en las de pop. Todo lo que es el rock and roll estaba en esta canción, incluido el frenético riff que Berry extraía de su guitarra. Sus inmensos dedos alcanzaban hasta siete trastes en secuencia y podía permitirse llevar el ritmo de la canción como si él fuera toda una orquesta. Esa guitarra fue definitoria del género.
Berry hizo historia de la mano de Chess grabando con una banda histórica que incluía al propio Johnnie Johnson al piano, Willie Dixon al bajo y Fred Below a la batería. El grupo no podía tener mayor pegada, un trallazo para América. Llegaron más canciones fantásticas, grabaciones legendarias como «Too much monkey business», «Roll over Beethoven» o «School Days». En 1957 grabó «After Scholl Session», su primer álbum de canciones, y en ese mismo año apareció en la película «Mister Rock and Roll». Terminó el año enrolándose en una gira organizada por Alan Freed junto a estrellas como Buddy Holly, Everly Brothers y The Drifters. La crema de la época. Berry era un músico negro en la cima. Siguieron exitazos como «Sweet little sixteen» o «Johnny B. Goode», más su participación en festivales como el de Newport.
Berry comenzaba a ganar dinero. Sus canciones eran éxitos directos y sobre el escenario también arrasaba con su particular forma de vivir las canciones. Era provocador, encantador y canalla. Y la gente se moría cuando ejecutaba el popular «baile del pato», recorriendo el escenario de lado a lado imitando los movimientos singulares del ave. Una imagen icónica del rock and roll.
Al tiempo, Berry trasladaba su peculiaridad a su vida fuera de la escena, donde resultaba tan extravagante o más que ante la audiencia. Abrió el club Bandstand, donde servía indistintamente a negros y blancos, y allí dio trabajo a una muchacha apache llamada Janice Norine Escalanti. Ella le dijo que tenía 21 años, pero en realidad sólo contaba 14. Fue arrestada por ejercer la prostitución y Berry, prácticamente acusado de proxeneta, fue condenado a cinco años de prisión. El músico pasó finalmente dos años entre rejas y fue liberado en 1963.
Algo cambió en Berry. Su carácter se hizo «frío y distante», como diría después su colega Carl Perkins. Berry se volvió desconfiado y arisco. Su encarcelamiento llegó en el peor momento. Comenzaba a fraguarse la llamada «invasión británica» con gente como Beatles, Rolling Stones, Yardbirds y muchos más. Todos ellos eran blancos y reivindicaban a Berry como el gran pionero, como el comienzo de todo junto a Elvis. Cómo no hacerlo. Pero Berry ya no estaba en las listas. Su paso por prisión le estigmatizó y además generó el olvido. A ello contribuyó el propio Berry, cuya conducta generó un profundo rechazo entre colegas y miembros de la industria. Ya no tenía su legendaria alegría y extroversión. Más que eso, desarrolló conductas paranoicas. Todos le querían robar, todos le querían culpar, todos deseaban su dinero y fama.
Por supuesto, siguió lanzando grande singles, canciones extraordinarias como «Nadine», «No particular place to go», «You never can tell» o «Promised Land», verdaderas joyas de rock and roll contemporáneo. Pero los oídos de América, y los del mundo, estaban ya con un nuevo sonido, más sofisticado y blanco, como el de los Beatles. «Dear Dad», de 1965, sería su último sencillo de cierto éxito en una temporada.
Vendrían entonces años decadentes, los de un Berry amargado y furioso. En 1970 regresó a Chess Record y dos años después publicó «My ding-a-ling», el que sería su último número uno. «Rock It», de 1979, sería su último álbum hasta la fecha. Justo en este año, en el de su muerte, se había anunciado su regreso con la grabación al fin de un nuevo disco, que ya será póstumo.
Lo que ocurrió durante los 70, 80, 90 y el nuevo siglo fue más o menos la evolución lógica –y ciertamente crepuscular– de las viejas estrellas del género, acostumbradas a ser incluidas en carteles más o menos nostálgicos o a sobrevivir en pequeños clubes tocando con más o menos dignidad y mejores o peores músicos los éxitos que pide una vieja audiencia. La vieja historia mil veces contada. Berry también fue condenado por problemas con el fisco antes de que, ya en 1987, Keith Richards se pusiera al frente de un concierto y película llamado «Hail! Rock and Roll». El Rolling Stone quiso recuperar a uno de sus grandes ídolos y éste a punto estuvo de echar por la borda tan loable gesto de Richards con comportamientos caprichosos y fuera de lugar. Pero así era Berry. Ahora sólo cabe esperar qué nos dejó en forma de disco porque ya todos saben qué nos dejó en vida: un auténtico monumento a la música. Como reza en su biografía del Salón de la Fama, «después de Elvis Presley, sólo Chuck Berry ha tenido más influencia a la hora de dar forma y desarrollar el rock and roll».

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