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Muere el decano de la crítica musical

larazon

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Carlos Gómez Amat fallece dos días antes de cumplir 90 años. Fue reconocido con premios a su amplia trayectoria
Al encender mi móvil esta mañana aparecía un e-mail de Alfonso Aijón con un breve texto: «Sólo comunicarte que a las seis de esta mañana falleció Carlos Gómez Amat. Un abrazo, Alfonso». La misma hora a la que murió mi padre hace tres años en esta misma semana. Uno a punto de cumplir 90 años y otro 100. Un día después de que Miguel Roa también se nos fuese. Días tristes de recuerdos y realidades. Sentía por Carlos un enorme cariño. De joven nunca me llevé mal con la crítica veterana, sino que sentía por ella admiración y afecto, lo que no quiere decir que no mantuviese algunas lógicas diferencias de opinión. Pero Carlos y Carmen, su esposa, así como Antonio Fernández Cid y Lola, eran como mi familia de críticos más próxima. He de reconocer que, como también les pasará a ustedes cuando se va alguien a quien quieres, siento remordimientos por no haber sido capaz de encontrar más tiempo para acompañarle en estos últimos años, cuando no podía moverse sin su silla de ruedas, cuando sacaba fuerzas de flaqueza para asistir a un concierto.
El último concierto
Fue en uno muy especial cuando le vi por última vez, el pasado 15 de junio, en el concierto que varios le organizamos como homenaje sin que mediase ninguna razón para ello salvo nuestro mutuo afecto. En diciembre del año anterior tuvimos otro más personal en la Escuela Superior de Canto. A ambos asistió un emocionado Carlos.
Me hubiera gustado haber acompañado a Alfonso Aijón hace dos días, cuando aún pude verle beberse un gran vaso de zumo y esforzarse en hablar. La persona que le cuidaba avisó de que no le quedaban más de dos días e inmediatamente me viene a la cabeza la retransmisión en directo de ayer en cines de una «Traviata» protagonizada magníficamente por Venera Gimadieva. Y también me llega la imagen de Miguel Roa. Violeta, Carlos y Miguel luchando contra un destino implacable del que la mayoría quisiéramos huir.
Uno se siente un poco heredero y deudor de la última gran generación de críticos españoles que marcaron una época, quizá la última época dorada de la musicología. Antón García Abril me comentó una vez respecto a aquella generación: «Sí, ellos no están y los que están es como si no estuvieran». Se refería, con razón, a que ellos desarrollaron su trabajo cuando el papel no escaseaba para la música. Hoy el trabajo de crítico es distinto. De aquella gran generación sólo nos quedaba Carlos. Pocos han realizado un seguimiento del acontecer musical en España como él, con sus crónicas y sus libros, entre los que destaca «La historia de la música española en el siglo XIX» o las «Notas para conciertos imaginarios». Fue galardonado con el Premio Ondas en 1966 y 1969; Premio Nacional de Radiodifusión, 1968; y el Premio Nacional de Juventudes Musicales, 1969, entre otros. Sin embargo, no tuvimos éxito Javier Casal y yo cuando apoyamos su candidatura para una de las medallas de la Comunidad de Madrid, ni tampoco quienes, con justicia, pedían para él un sillón en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Sí logró un especial reconocimiento a su labor crítica y musicológica en los pasados Premios Campoamor. Se lo merecía por acercar la música al público sin dogmatismos y haberla arropado con su inmenso bagaje cultural.
Pero quiero referirme a cuestiones más personales. Durante todos estos años, hasta hace poco, nos hemos visto dos o tres veces por semana, ya fuera en el Auditorio, en el Monumental, en la Zarzuela o en el Real. Hecho de menos las conversaciones, llenas de ciencia y cultura, que manteníamos en los descansos, sobre todo cuando se unía Carmen con su vivacidad y picardía. Cada vez nos van quedando menos razones por las que desear acudir a un concierto o a una ópera. Ya apenas hay artistas a quien admirar tanto como a aquellos a los que admiramos un día. En parte porque existen menos personalidades con fuerza y porque nuestro grado de exigencia aumenta. Cada vez encontramos en los conciertos menos amigos cultos, inteligentes y con su sentido del humor con quienes departir.
De él he admirado siempre y he tratado de aprender: la ciencia, el buen criterio en el juicio, la ecuanimidad y la amenidad. Son éstas características que no abundan. Y, sobre todo, la gran persona que era. Muchas gracias, Carlos, por haber significado un modelo de sabiduría, objetividad, amenidad, humor y honestidad en esta nuestra profesión en la que tanta falta hacen. Te vamos a echar mucho de menos porque, aun desde la soledad de tu silla de ruedas en la Ciudad de los Periodistas, seguías siendo una referencia. Nos dejas un viernes muy triste y un agujero en el corazón. Descansa en paz.