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Beczala, inmenso Werther

Crítica de ópera / Temporada del Liceo. «Werther», de Jules Massenet. Voces: Piotr Beczala, Joan Martín-Royo, Stefano Palatchi, Antoni Comas, Anna Caterina Antonacci, Elena Sancho Pereg. Dirección musical: Alain Altinoglu. Dirección de escena: Willy Decker. Gran Teatro del Liceo de Barcelona, 15-I-2017.
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Las últimas funciones de esta ópera francesa de Jules Massenet habían estado protagonizadas hace ya un cuarto de siglo nada menos que por el gran tenor Alfredo Kraus en el que fue uno de sus más importantes papeles operísticos. El listón estaba muy alto, pero uno de los grandes tenores líricos de la actualidad, el polaco Piotr Beczala, supo ofrecer una lectura del personaje tan emotiva y eficaz, con gran mérito en el registro agudo, que hubo de bisar «Pourquoi me réveller» ante el contento del público barcelonés. Un artista que debutaba en una ópera en el Gran Teatro del Liceo y que presentó una emisión bella y elegante en todo el registro y unos agudos bien timbrados a pesar de la dificultad de la partitura en un papel que le va perfectamente a sus cualidades vocales. No es un gran actor, pero su interpretación del apasionado Werther logró conmover al público, al igual que la Charlotte de la italiana Ana Caterina Antonacci, quizá la mejor desde el punto de vista teatral, pero cuyo instrumento no posee los graves que requiere el personaje quedando algo frío y falto de empaque. El Alcalde corrió a cargo del experimentado bajo Stefano Palatchi, y para el de Albert se contó con el elegante y musical barítono Joan Martín-Royo. Sorprendió muy gratamente en su debut en el Liceo la soprano Elena Sancho Pereg, quien ofreció una Sophie bien trabajada a nivel actoral y sobresaliente a nivel canoro, con especial interés en el eficaz y contrastado registro agudo. Muy correcto el resto del reparto, desde el Schmidt de Antoni Comas al Johann de Marc Canturri y muy correctos los solistas del Coro infantil de Granollers. La propuesta minimalista y colorista de Willy Decker para la Ópera de Frankfurt funcionó de forma bastante eficaz y vistosa a pesar de contar con un solo espacio escénico dividido por una pared corredera que separaba la vivienda del exterior y contando con un destacado vestuario. Quizá tanta abstracción acabó por confundir un poco al público en la escena de la salida de la iglesia y en el cuarto acto, especialmente con la aparición de Albert en la escena de la muerte del poeta, pero el punto de modernidad y la capacidad de concentrar la trama en lo esencial de las relaciones entre los protagonistas fue el verdadero acierto de esta destacada propuesta. Una velada musical servida con gran eficacia e intensidad dramática por el debutante en la casa el interesante director francés Alain Altinoglu.

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