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Beyoncé, la reina juega y gana

larazon

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En un año en que David Bowie o My Bloody Valentine ya habían entregado sus nuevos discos sin previo aviso, ha sido Beyoncé Knowles la que de verdad ha provocado una revolución: álbum por sorpresa el pasado viernes, 830.000 copias vendidas en todo el mundo en apenas tres días (únicamente en versión digital, ya que la edición física no llegará hasta dentro de unos días) y número uno en las listas de iTunes en más de 90 países, entre ellos, España.
Tras el relativo fracaso de «4», la ex Destiny's Child ha decidido cambiar las reglas del juego: ni el más mínimo adelanto, promoción cero, el valioso añadido de 17 vídeos grabados por todo el mundo y, por supuesto, ninguna fecha oficial de lanzamiento, lo que de paso ha evitado cualquier tipo de filtración. «No quería que nadie supiera cuándo publicaría mi nuevo álbum. Mi idea era que saliera a la venta cuando estuviese terminado, directamente para mis fans», explicaba «Queen Bey», que con esta inesperada maniobra ha sacado unos cuantos cuerpos de ventaja a sus presuntas competidoras –de Lady Gaga a Rihanna– en la carrera por ocupar el trono del pop contemporáneo.
El quinto trabajo de la autora de «B'Day» o «I am... Sasha Fierce» es también el más diverso y experimental. Difícil encontrar aquí hits del tamaño de «Single Ladies» o «Crazy in Love». A estas alturas, no los necesita; es revelador que el primer corte, «Pretty hurts», arranque en el lado opuesto del lujo que habitualmente acompaña a su figura, con una rotunda afirmación: «Mi aspiración en la vida sería... ser feliz». Estamos ante una canción tan poderosa como vulnerable. Un gran inicio que de inmediato es subrayado por «Haunted», en donde asegura estar aburrida de los sellos discográficos, aunque lo que de verdad importa es comprobar cómo medio rapea a lo Janelle Monae, para después encontrarnos un corte heterodoxo, desdoblándose de forma parecida a lo que ha hecho Justin Timberlake también este año en «The 20/20 Experience». Los caminos del pop, parece querer decir la cantante y compositora nacida en Houston, han cambiado; no sólo eso: ella está dispuesta a ponerse en cabeza, reclutando a una corte de productores en la que figuran nombres como Pharrell Williams, Timbaland, The-Dream, Hit-Boy o Boots. Todos al servicio de un sonido dominado por el R&B de corte electrónico, con ejemplos como la seductora «Rocket» (actualizando el legado Motown por la vía de Prince y D'Angelo) o la negroide «Mine». También hay baladones («Jealous»), elegancia a cámara lenta («Superpower»), hip hop («Drunk in love») y pop en toda su extensión, como en la oscura «No angel» o «XO», con un espíritu que no anda muy lejos del stadium-rock de Coldplay y que a buen seguro se convertirá en uno de los momentos más celebrados de su «Mrs. Carter Tour», que en España tendrá una única parada el 24 de marzo de 2014 en Barcelona.
Éste es, sobre todo, un disco carnal. Explícito y también íntimo, con una fuerte carga autobiográfica. Hay declaraciones de amor a Jay-Z, sexo a bordo de una limusina («Partition», entre los mejores minutos del álbum), momentos de calentura extrema («Blow»), alegatos feministas («Flawless», con el cameo de la escritora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie), una abrumadora canción sobre la muerte («Heaven», que acaba con el «Padre Nuestro» en español) y, finalmente, la celebración de la vida en «Blue», dedicada a su propia hija: «Cuando abres los ojos, me siento viva», canta Beyoncé, cerrando un trabajo que, a su manera, también es un tratado sobre la felicidad.