Las fiestas más salvajes (II)
Castlemorton: la "rave" que duró una semana y cambió las reglas
Es uno de los momentos históricos de la electrónica que atravesó todos los años noventa y, además, sirvió para modificar la ley
En aquella época, primavera de 1992, las fiestas electrónicas ilegales arrasaban en Inglaterra. Los teléfonos móviles todavía no eran populares, así que un número fijo corría entre los chavales y allí les esperaba este mensaje grabado: «Bien, escuchen, juerguistas. Está sucediendo ahora y durante el resto del fin de semana, así que salgan de casa y vayan a Castlemorton Common... Estén allí todo el fin de semana, con ganas». No era una fiesta especial, sino otro desfase de lunes a viernes pensado para unas 400 personas. La pasión «ravera» y el boca a boca terminaron reuniendo a 20.000 y extendiéndose a lo largo de seis días. La farra creó una alarma social notable que llevó al gobierno de John Major a legislar en contra de este tipo de celebraciones.
La «rave» se celebró en la zona de Malvern Hills, cerca de Worcestershire, un enclave rural británico conocido por sus granjas y por la pureza de su agua de manantial. La paz se vio perturbada por una fiesta desbocada, con unos sistemas de sonido tan potentes que se escuchaban a 16 kilómetros de distancia. Las crónicas de la época lo describen como lleno de «escenas tipo Mad Max», con los hippies con cresta comenzando el fiestón hasta que llegaron los cluberos urbanitas, atraídos en gran parte por los reportajes sensacionalistas en los medios de comunicación. La música corrió a cargo de una serie de artistas ajenos a la industria pero acostumbrados a tocar ante miles de personas cada fin de semana en fiestas autoorganizadas. Nombres como Spiral Tribe, Back to the Planet, Circus Wrap, Xenophobia y Poisoned Elektric Head, entre otros. El éxtasis, el speed y la cocaína circulaban con alegría.
Castlemorton no fue solo un episodio épico de la fiebre electrónica de los noventa, sino que trajo consecuencias legales. La cosa comenzó como algo desconcertante para los vecinos, pero poco a poco se impuso un sentimiento de irritación. Cuando los «raveros» comenzaron a disolverse ya había grupos de lugareños que estaban pesando armarse para disolver la jarana.
«Cada vez que salía había gente en el campo haciendo sus necesidades; cada vez que miraba hacia afuera había hombres con los pantalones bajados», denunciaba una granjera local. Los agentes arrestaron a unas 50 personas durante el festival, principalmente por delitos relacionados con drogas, diez de ellas fueron llevadas ante un tribunal por alteración del orden público, según la BBC. El juicio duró años y costó unos cuatro millones de libras. Fue uno de los más caros de la historia de Inglaterra aunque nadie fue condenado. La mayor consecuencia de aquello fue la Criminal Justice Bill, una legislación diseñada para controlar estas fiestas, que solamente logró cosechar rechazo social. Aprobada en noviembre de 1994, esta ley represiva es célebre por centrarse en reuniones que reproducían música «caracterizada total o predominantemente por la emisión de una sucesión de ritmos repetitivos». Lo crean o no, el gobierno británico estaba legislando contra un estilo específico de música. «Fue una reacción instintiva de un sistema aterrado de que ‘‘nosotros’’ –una mezcla de gente de pueblo, gente del barrio, fiesteros gays y heterosexuales– pudiéramos organizarnos tan bien», lamentó la DJ Grace Sands. Y tenía razón, quitando el asunto de los aseos.
La idea inicial de las «raves» era esquivar las estrictas leyes inglesas de venta de alcohol. Luego aparecieron las pastillas de éxtasis y todo se hizo todavía más barato. El hecho de que fueran fiestas públicas, gratuitas y sin ánimo de lucro, propició que se generalizaran muy rápidamente en los años ochenta hasta desembocar en el llamado Segundo Verano del Amor de 1988 (el primero fue el de la explosión hippie en 1968).
Como decía un panfleto de la época, intentando explicar el término «free parties», buscaban ser «libres de las restricciones de los clubes que te roban, de los pubs de mierda, de los subnormales de seguridad y de los promotores enloquecidos por el dinero». Castlemorton fue la noticia principal de los telediarios de la BBC el viernes y sábado por la noche, lo que atrajo a la «rave» a gente de todo el país. Helicópteros de la policía sobrevolaron el lugar a baja altura para filmar, y en un momento dado se dispararon cinco bengalas de socorro contra uno de ellos. «Esto ilustra hasta dónde son capaces de llegar estas personas para impedir el acceso de las fuerzas de seguridad al lugar», declaró el subjefe de policía de West Mercia, Philip Davies. «Muchos de ellos ya han mostrado una actitud extremadamente agresiva hacia los agentes, y la seguridad de mis subordinados debe ser una de mis prioridades». En otras palabras, había demasiados asistentes a la fiesta para que la policía pudiera clausurarla. Algunos chicos regresaron a casa después de varios días de fiesta para descubrir que sus padres les había visto bailando con los ojos como platos en el telediario o en las páginas de algún tabloide. Un último dato: «El verano anterior a la introducción de la Criminal Justice Bill todos sentíamos que podíamos conquistar el mundo», confesó el DJ de fiestas gratuitas Chris Liberator. Resultó que el esplendor de las «raves» masivas duró poco. En 1995, un intento de organizar un «segundo Castlemorton» llamado Mother fue frustrado por la policía utilizando las nuevas leyes. Los colectivos de DJ se dispersaron y las fiestas gratuitas volvieron a la clandestinidad o a versiones comerciales como nuestro festival de los Monegros, que se celebra cada julio en el desierto aragonés.