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Como hace 30 años

La Razón

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- ¿Cuál es la principal novedad de esta «Traviata»?
-Se dice que las hay grandes y que es una representación moderna, pero se lleva haciendo lo mismo desde hace 30 años. Todos los teatros utilizan estas formas de presentarse para que se hable de ellos, aunque yo no veo grandes cambios. Sí que lo sería si se hiciera una «Traviata» como la quería el propio Verdi. Él decía: «Volvamos a lo antiguo y será un bien actual». Si se quiere ser rompedor, hay que hacer como Calixto Bieito e ir hasta el final.
- En el reparto predominan artistas de Europa del este y apenas hay italianos. ¿Le sorprende?
-Llama la atención esta Torre de Babel que parecen haber querido levantar. Mi postura no es nacionalista es más, si la ópera no hubiera salido de Italia, se habría corrompido. Pero esta forma de actuar no me parece madura. En cualquier caso, se trata de grandes artistas: Diana Damrau, nuestra Violetta, es una intérprete de alto nivel. Alfredo estará encarnado por Piotr Bezcala, que cumple con el canon de este gran personaje.
- ¿Ha superado ya la ópera italiana la época más dura de la crisis?
-No, estamos en el momento peor y las nubes que se ven por el horizonte son aún más negras. Hay casos muy duros, como el del Teatro de Catania, cuyos trabajadores llevan cuatro meses sin cobrar. En la Ópera de Roma, Muti les pidió a los espectadores que ayudaran con su dinero a salvar el teatro, sin plantearse que si fuera él el que se bajara el sueldo todo sería más fácil.
- ¿Cómo afecta esta situación a la Scala?
-También la sufre. Todos los teatros ofrecen cuentas falseadas, esconden las pérdidas durante años y sólo afloran cuando ya es demasiado tarde. La Scala está en déficit a pesar de que se le dio el estatus de fundación para tratar de arreglar esta situación. Uno de los grandes problemas de todos los teatros es que no tienen una oficina de márketing. Hace falta para buscar fondos más allá del dinero público. El Estado no puede cubrirlo todo. En la gestión de los teatros de la ópera es donde hace falta una modernidad, no sobre los escenarios. Hay que seguir el modelo de Estados Unidos.
- ¿Cómo valora la época al frente de la Scala de Stéphane Lissner, que esta temporada toca a su fin?
-Se va como llegó, de forma gris e insípida. Lissner no ha elevado el nivel del teatro, lo ha colocado en una condición pseudoeuropeísta. Su Scala nos recuerda a un lugar horrible como es la Unión Europea. Ha tenido una actitud como de Napoleón. Es significativo que ni siquiera haya aprendido bien el italiano. Su sustituto, Alexander Pereira, es un hombre brillante, que ama el teatro.