James Rhodes, la clásica es «hipster»
El pianista, que relató los terribles abusos que sufrió en su infancia en un libro de memorias, regresa a España convertido en un pequeño ídolo, prescriptor de Rachmaninov para jóvenes.
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El pianista, que relató los terribles abusos que sufrió en su infancia en un libro de memorias, regresa a España convertido en un pequeño ídolo, prescriptor de Rachmaninov para jóvenes.
Ha trascendido el papel del intérprete de piano clásico aunque no haya sido por ser capaz de convertir a Rachmaninov en repertorio de masas. Fue a raíz de su dramática personal, la que relató en «Instrumental» (Blackie Books), un libro de memorias superventas en el que narraba los abusos que sufrió repetidamente de niño. Las terribles vivencias de James Rhodes (Londres, 1975) y su descarnada narración le han convertido en España es una especie de estrella «indie» que... «no, no, no –interrumpe Rhodes al teléfono el comienzo de una cálida conversación con un taco–. Joder, adoro España, vuestra comida, vuestra actitud y vuestras costumbres. No puedo esperar a estar allí, y por favor, no digas eso, porque no me veo como una estrella en ninguna parte y menos en vuestro país», dice el pianista, que visita Madrid (22, Circo Price, ciclo Inverfest), Barcelona (24, febrero, Palau de la Música, «el más bello lugar para tocar del mundo», según sus palabras) y Bilbao (15 de marzo), con su repertorio pianístico. Esta vez, sin las famosas «Variaciones Goldberg», «pero con maravillosos Beethoven y Chopin. Y Rachmaninov. Tocarlo es como ir al gimnasio», dice. Repertorios de clásica como éste suenan en los auditorios sin eco en la prensa, pero en España tanto los gimnasios como James Rhodes, están de moda. Bienvenido sea.
Autodestrucción
Para quienes no le conozcan, Rhodes narró en un libro de memorias tan crudo como bello las violaciones que padeció desde los 6 a los 10 años por parte de un profesor de gimnasia. Sufrió una terrible depresión, trató de suicidarse varias veces, se autolesionó unas cuantas, consumió tantas drogas como pudo... y su milagrosa salvación la permitió, entre otros azares, el piano, que aprendió a tocar casi de forma autodidacta. Escribir el libro fue una tremenda lucha contra sí mismo y publicarlo lo fue incluso contra su anterior mujer, que trató de impedirlo por las secuelas que las revelaciones pudieran tener en el hijo común. Los tribunales le dieron la razón y el libro provocó un terremoto y centenares de entrevistas en las que abrió en canal su pasado. De inmediato, se convirtió, aunque no le acabe de gustar, en una especie de estrella mediática, casi el gemelo clásico de Jarvis Cocker, y su carrera (literaria y musical) hasta entonces poco relevante fuera de Reino Unido, le disparó hasta el Sónar de Barcelona. Y el mundo ha descubierto a una persona encantadora y a un gran pianista, aunque haya tenido que ser con ese vergonzoso pretexto.
Siguiendo la estela de la autosuperación, Rhodes ha publicado «Toca el piano: interpreta a Bach en seis semanas». No será este un libro de piano para «dummies», ¿no? «(Risas). No es la idea. Creo que ahora más que nunca es importante hacer algo creativo, como un antídoto al mundo en el que vivimos. Es un entorno rápido, desenfrenado y digital, en el que toda nuestra actividad remite afuera de nosotros. En cambio, aprender un instrumento es positivo, porque sucede dentro. Y es una forma de meditación. Muchas personas me dicen que solían tocar el piano cuando eran niños, pero que ahora lo han abandonado y se arrepienten. Yo les digo que nunca es tarde. Que si tienes un simple teclado eléctrico puedes volver a ello. En seis meses puedes tocar una obra maestra de Bach, lo digo de verdad, no es una utopía. Y es una actividad maravillosa en la que invertir nuestro tiempo. Y si no quieren con el piano, pues aprendan a pintar, o prueben con la fotografía, o la escritura. Pero hagan algo creativo, por favor», dice el pianista, al que hemos censurado sólo un par de tacos. La asociaciones de profesores de piano, por el momento, no le han demandado por intrusismo. «A ver –repone–: no es que vayas a terminar el libro y ser capaz de tocar a Beethoven. Sirve de introducción para una pieza específica. Y si te gusta, puede que te animes a conseguir un profesor para pasar al siguiente nivel. Y es algo importante, porque nadie va a ir a lecciones de piano con 30, 40 o 50 años. Uno se siente nervioso en esas situaciones. Sin embargo, el libro te permite conocer algo de manera callada, a tu aire, solo en tu casa. Y una vez que progreses, quizá te sientas más confiado y puede que quieras seguir mejorando».
Rhodes se ha convertido en un divulgador de la música clásica. «Una de las cosas de las que estoy más orgulloso de ‘‘Instrumental’’ es la lista de reproducción del final. Porque me parte el corazón que la música clásica no se conozca. Pero creo que en parte es culpa de la industria, que quiere que siga siendo el coto privado de un tipo de público. Y eso lo odio», dice Rhodes, que sale a tocar en zapatillas de deporte y habla entre las piezas que interpreta. «Hay una enorme cantidad de música que es accesible para cualquiera, de Brahms a Bach, pero muchos jóvenes no se acercan a ella porque no saben por dónde empezar. Joder, si buscas la pieza más famosa de la historia, la ‘‘Quinta sinfonía’’ de Beethoven en iTunes, Spotify o Amazon, te salen 500 putas millones de versiones. Aparece: “presto”, “scherzo”, “allegro”, ¿qué quiere decir eso? ¿es una pista o son cuatro? El problema de la música clásica es que es necesario presentarla de una manera accesible. No hace falta la paciencia sino un par de orejas. Y una vez que escuchas, te va a conmover, te va a enganchar, porque la música es algo tan grande...», explica.
Historias como la de Rhodes, que en su libro presenta a los compositores clásicos con informalidad y relacionado con sus propios dolores, contribuyen a divulgarla. «Ojalá sea así. Pero es que la música es brillante, es algo increíble. La razón por la que seguimos escuchándola 300 años después es que es realmente buena. No sé dentro de 300 años qué pasará con Justin Bieber, pero escuchando al puto (sic) Bach siento que hay una profundidad que va a durar para siempre, y eso es algo que tenemos que celebrar».