María Terremoto lleva dentro el gen del talento: es nieta de Terremoto de Jerez e hija de Fernando Terremoto, dos monstruos del cante. A pesar de su juventud, 25 años, la vida le ha dado golpes demoledores: perdió a su padre –fallecido a los 39 años por causa de un glioma cerebral– cuando sólo tenía diez años; después, a su abuelo materno, el futbolista internacional Antonio Benítez, leyenda del Betis –ganó con ese equipo la Copa del Rey de 1977–, y por último a su abuela materna, María, quien le enseñó casi cuanto sabe del arte que es desde hace ya tiempo su único medio de vida: «El cante es de mi padre –explica–, pero la manera de moverme la tengo gracias a ella, a ese arte que tenía. Me enseñó el amor hacia muchas cosas, pero también hacia el flamenco. Sabía que yo iba a ser artista y me llevaba a todos los sitios, a las fiestas, me apuntaba a todos los “castings”. Con ella se me fue un pilar fundamental». Su nuevo disco, «Manifiesto», el primero de una nueva etapa, la de autora, nació de toda esa pérdida, y es un grito contra la muerte: «El punto de partida del “mundo Manifiesto”, como yo lo llamo, es la pérdida, exactamente –asiente–. La muerte ocupa un lugar importante en mi vida. A raíz de eso, y de otras situaciones personales, he tenido la necesidad de desfogarme y expresar todo lo que llevo dentro y, al final, ha sido de la manera que tenía que ser, en forma de música, y dejarlo ahí para que la gente me conozca. “Manifiesto” –prosigue– es un grito y la necesidad de ser escuchada. Y, sobre todo, un intento de que me reconozcan por mí misma, siempre recordando mi herencia y mi apellido, claro, pero yo soy yo y quiero que me reconozcan por mis propios trabajos, no por ser “hija de” o “nieta de”».
«Aprendes a vivir con el dolor, aunque no creo que se me vayan a cerrar nunca las heridas»
Un manifiesto es una doctrina, ¿cuál es la de María Terremoto más allá del dolor y la rabia? «Pues la de llegar a ver que cuando te encuentras entre tanta oscuridad, si rebuscas siempre hay un huequecito con luz. Y hay que seguir esa luz que te guía hasta llegar a una parte luminosa de tu vida. Ha sido un auténtico proceso y un viaje –relata–, y con lo que me quedo es con que no todo es tan negro. Con optimismo, valor y fuerza se puede salir de todo. Yo he hecho cosas en este disco que no me había atrevido a hacer nunca, empezando por la principal, componer todas las canciones. Tener esa confianza en mí misma y tomarme el atrevimiento de sacarlas y cantarlas era para mí algo impensable. Siempre me ha dado mucha vergüenza exponer mis composiciones, pero esta vez no». María ha necesitado recurrir a la terapia profesional para superar tan importantes pérdidas: «Al final, aprendes a vivir con el dolor, aunque no creo que se me vayan a cerrar nunca las heridas –sentencia–. La terapia me ayuda a gestionar eso, pero aún me falta muchísimo, estoy en pleno proceso. Hay días que me siento bien al vaciarme y otros que no puedo. Muchas veces el miedo, que por naturaleza lo que hace es frenar y bloquear, se apodera de mí y no soy capaz de expresar lo que siento. Pero intento hacer un esfuerzo y salir de eso, y mi máxima terapia es el disco. La música ha sido mi salvación, mi bote salvavidas. De hecho, hubo un momento en el que pensé que ya no iba a cantar nunca más. Verme sin la música me llevó a un estado depresivo que me hizo replantearme si mi vida artística continuaba».
Rosalía, artista excepcional
Reniega María de las cadenas de los puristas, cree en el aperturismo en el cante, pero suena tremendamente jonda: «Yo no reniego de la pureza, ni muchísimo menos –afirma–, porque al final mi casa es flamenca pura. Yo de lo que huyo es del “purismo”, que me parecen dos cosas completamente diferentes. El “purismo” es tóxico porque estás en el punto de mira de ese colectivo de personas que si haces un quejío de un cante un poquito diferente, ya te dicen que lo estás desvirtuando. No son flexibles, como tú has dicho. Gracias a Paco de Lucía, Camarón, Manuel Molina, Enrique Morente, los jóvenes de hoy tenemos esa apertura. Escuchas a Lole y Manuel y es flamenco. ¿Qué importa si no están haciendo una seguidilla o una soleá tal como es si lo que te están diciendo te está desgarrando el alma? Ellos partieron esos estereotipos de los puristas y son referentes absolutos para hacer lo que uno siente». Y sale a la conversación Rosalía. ¿Criticarla es tener cortas miras, es de imbéciles? «Creo que sí –afirma–. Rosalía le ha dado repercusión al flamenco y eso es bueno para los jóvenes que estamos en este género. Me parece una artista excepcional, de esas que salen de siglo en siglo. Tenemos algo de contacto por Instagram y ella ha mostrado su admiración hacia mí y yo hacia ella, y eso para mí, de una artista así, ¡imagínate! No es una cantaora ni pretende serlo, es una artistaza y una apasionada del flamenco. Y a mí, como flamenca pura, me enorgullece que una artista tan grande ponga siempre el flamenco en lo más alto. Y que vaya a un desfile de Louis Vuitton y ponga a Camarón me parece superadmirable».
«Creo que he cumplido con el flamenco haciendo este disco»
Nacida en Jerez de la Fontera, María se crio, sin embargo, en Sevilla, en el barrio de Triana, y es de esta ciudad/mundo de donde se siente, pues con Jerez no termina de llevarse bien: «Jerez es muy complicado porque no deja de ser un pueblo, y los pueblos son muy cerrados. Yo voy poquísimo porque siento que no se me quiere, sobre todo el mundo flamenco. Porque el público, gracias a Dios, me recibe siempre con amor, pero el ámbito flamenco de Jerez no me quiere, me atrevo a decirlo, me da igual. Y a mi padre le pasaba lo mismo y huyó de aquello. Él amaba Triana. Y el amor que yo recibo en Triana no lo recibo en Jerez. Quiero a mi tierra y la defiendo, pero en Jerez no somos queridos y eso es una pena que llevo. Soy sevillana de corazón. No cambio mi Sevilla por nada, de verdad que no».
«Yo soy yo y quiero que me reconozcan por mis propios trabajos, no por ser “hija de” o “nieta de”»
¿Este disco le habría gustado a su padre? «Yo creo que sí –responde, y le asoma la emoción a la mirada–. Creo que he cumplido con el flamenco haciendo este disco. Y en él hay ríos de mi padre». ¿Con «Manifiesto» nace una brisa o un terremoto? «Nace un tsunami –afirma, rotunda, y ríe, reímos–. Yo me los quiero llevar a todos por delante», remata con más risas.
MARÍA TSUNAMI
Por Javier Menéndez Flores
Ha llegado María arrasándolo todo con su voz antigua y nueva, su hatillo desbordado de tristezas y una lanza en los ojos. Ha llegado esta niña anciana precedida de una comitiva de truenos para mostrarnos el camino recto del cante y su arte con olor a casa recién pintada. Y trae con ella la doctrina de la sangre pura y la saliva mestiza, que es como decir que lo clásico y lo moderno van de la mano y quizá sean la misma cosa.
Tiene la juventud el don del ímpetu y la osadía, del triple salto mortal y la acrobacia sin red, y a veces, rarísimamente, la adorna una sabiduría recibida a través de la sangre. Y luego es que hay criaturas que maduran a la velocidad del rayo porque no ven el mundo, lo retratan; no miran alrededor, sino que sienten el entorno, lo absorben, lo secuestran. María, doble ración de terremoto por nombre y espíritu, es uno de esos excepcionales seres. Y qué bendición notar cómo fluye el sentimiento en nosotros apenas abre la boca. Puede ser talento o hechicería, facultad o magia, pero qué más da si en cualquier caso sus lamentos te acarician el corazón y te proporcionan ese extraño placer que emana del desconsuelo.
Los Terremoto eran catedráticos del grito y del salvajismo ilustrado, y su verdadero alimento fueron los padres del flamenco; esa tribu de demonios devotos de un mismo dios llamado genio. Malditos sean todos los febreros, María, que te achicaron los contornos de lo tantísimo amado y te desterraron a una isla custodiada por nubes negras (¿y a quién le cantaré yo, padre, dime?). Pero me han soplado que en el cielo andan de fiesta desde que escucharon tu manifiesto, porque has sabido transformar el dolor inefable en alegría y luz y en rugido sanador.
Podríamos simplificar y decir que Jerez es una madre mala y Sevilla una madrastra buena (no lo digo yo, lo brama, con voz calma, María). Podríamos simplificar, sí, y afirmar que las raíces se desarraigan a voluntad y se planta el árbol de la procedencia donde uno ha recibido amor desinteresado, cariño de veras, calor en vena. Y tu infancia y adolescencia están impresas con la tinta de las risas y el llanto en las calles Pagés del Corro, Alfarería, Betis, Pureza; en la infinita plaza del Altozano y en el Puente de Triana, donde todo cuanto abarca la vista es una llamada a la emoción y llevarse la mano a la boca o al pecho forma parte del paisaje cotidiano.
Viajan siempre contigo el color cambiante del Guadalquivir, la memoria del jazmín y el influjo de Aurora Vargas, Pansequito y Manuela Carrasco. Y aquel Giraldillo tempranero te supo a Oscar y te creíste por unos momentos Barbra Streisand o Meryl Streep, o las dos juntas. Pero si te preguntan quién es la cantante más flamenca del mundo contestas en una décima de segundo que Whitney Houston y que su «I will always love you» es fuego y bálsamo al mismo tiempo y cada vez que la escuchas dejas de pertenecer a este universo. Y vivan por siempre Sinatra y los Beatles con su «Yesterday», donde una confusa estrella del pop inmortalizó el dolor de la pérdida de una madre sin ser consciente de ello.
La herencia de la sangre está vivísima en ti y tal vez la lleven también consigo María júnior y Fernando, cuyas presencias pintan en color tu vida. No hay manifiesto sin ideas claras y tú, María, las tienes clarísimas. Quizá sea por eso que cantas como si estuvieras naciendo de nuevo.