Pequeña pero arrolladora
Crítica de clásica/ Ciclo de la OCNE. Tchaikovsky: « Marcha eslava», «Concierto para violín y orquesta». Janacek: «Misa Glagolítica». Violín: R. Chen. Soprano: S. Benhard. Mezzo: C. Hellekant. Tenor: M. König. Barítono: D. Walton. OCNE. Dir.: Xian Zhang. Auditorio Nacional, Madrid, 8-V-2016.
¡Qué criatura! Debe andar por el metro cincuenta, 43 años, chino-americana que vive en Italia, y sensación en los Proms londinenses de 2016 con la BBC de Gales, que ya la ha nombrado directora artística, cargo que tiene que compartir con otras dos orquestas, New Jersey y Giuseppe Verdi de Milàn (que heredó de su fundador, Riccardo Chailly). Ella es Xian Zhang (Dandong, 1973). Sus saltos en el podio son a veces «bernsteinianos», pero los gestos son concisos, eficaces, y su inquieta actitud genera una energía contagiosa. Dirigió la «Marcha eslava» de Tchaikovsky como una autentica carga de cosacos, sin aumentar la velocidad a medida que crecía la intensidad, con una vehemencia inusual en una primera pieza de un concierto. Ahí comenzó el entusiasmo de la audiencia. El segundo Tvhaikovsky, el «Concierto de violín» llegó en concomitancia con el chino de Taiwan, de 27 años, Ray Chen (Taipei, 1989), ganador en 2008 del concurso «Yehudi Menuhin» y en 2009 del «Reina Isabel», y poseedor de unos los instrumentos más codiciados el mundo, el Stradivarius «Joachim» de 1715, que perteneciera al legendario Joseph Joachim. Chen toca de manera exquisita, con bellísimo sonido, pero en ocasiones da la sensación de que «la falta un hervor», un último ápice de grandeza musical, que se notó sobre todo en los clímax de primero y tercer movimiento, donde Xian Zhang transmitía electricidad a la orquesta y el solista daba la impresión de quedarse a media luz. Chen ofreció fuera de programa la «Gavotte en Rondeau» de la Partita nº 3 de Bach. En la segunda parte, con una obra infrecuente y sensacional, la «Misa Glagolítica» de Janacek de 1926, composición de la que Inés Mogollón hacía un extraordinario análisis en sus notas al programa, Zhang hizo definitivo pleno con una dirección que jamás perdió de vista los medulares elementos rítmicos de la compleja obra y confirió rompedora modernidad a una página que fue innovadora desde que nació. Estuvo admirable nuestro Daniel Oyarzábal en los dificilísimos solos de órgano, no hubo fisuras en el cuarteto solista, y el Coro Nacional, del que García Cañamero está obteniendo resultados magníficos, cantó con grandeza, lirismo cuando hizo falta y una gradación dinámica impecable. La Nacional ya ha llevado a sus atriles la «Glagolítica», pero seguramente esta ha sido la mejor de las, nada usuales, interpretaciones escuchadas. Y no dejemos de citar al «cuidador» del magnífico órgano del Auditorio, Pablo Menéndez de Sola, siempre al quite, y coadyuvador como todos los demás al éxito de una gran jornada.