Rosa Torres-Pardo: «Estoy deseando tumbarme a la bartola y tomarme unas nécoras»
Tiene siempre una sonrisa a la mano, buena disposición y ganas de hacer cosas nuevas. Ahora está aterrizando ya en León, en un pueblito que se encarga de hacer aún más grande en verano, Robles de Laciana. No está sola. Al contrario. Cuenta con la ayuda de sus incondicionales, amigos casi de toda la vida como Eduardo Arroyo, alma mater del encuentro, y de todos los vecinos. Nació en Madrid y tiene tres pianos en su casa.
-Crearon este festival casi como una reunión de amiguetes y se ha convertido en una referencia.
-Llevamos diecisiete años ya. Es algo que no pensamos que podría tener tanta vida porque lo concebimos, efectivamente, como un encuentro de amigos.
-La culpa fue de Eduardo Arroyo, ¿no?
-Así es. Empezamos a vernos con él en fiestas y el primer año montó en el jardín de su casa un recital de bel canto y piano debajo de una sombrilla. Había que verlo. La zona es bellísima y da mucho juego.
-Música clásica en plena naturaleza. ¿Quién dijo miedo?
-Desde luego.El valle de Laciana es maravilloso y se monta al aire libre. Eduardo lo organizó todo y resultó estupendo. Y después del primer año vino el segundo, y el tercero y la gente se fue enterando y el público se acercaba. Éramos más cada vez.
-Vamos, que les veo echando la pata a Bayreuth.
-Por allí han pasado muchísimos artistas de todas partes como Marina Pardo o Enrique Viena, por recitar a bote pronto sólo dos. Es gente de la que aprender. No hay entradas ni cachés ni nada de eso porque quien viene lo hace por pura amistad y porque le gusta. La casa de Eduardo y la plaza de la iglesia de San Julián se llenan.
-¿A cuánta gente han podido reunir?
-Han llegado a venir unas quinientas personas. Y detrás de la iglesia organizamos charlas.
-¿Lo organizan con mucha anticipación?
-La verdad es que no. Lo dejamos para el último momento porque somos gente que estamos en contacto, los amigos de siempre. La pregunta es clave cuando se acerca el momento: «¿Quién puede venir?», y es cuando empezamos a ver los que están y los que no. Por ejemplo, este año Leticia Moreno, la violinista, vendrá con su hijo pequeño. Guardó la fecha en su calendario, porque está hasta arriba, pero no se lo quería perder por nada del mundo. Quién sabe si el año que viene vendrá el pequeño con su chelo bajo el brazo para tocar...
-Debe de dar una enorme satisfacción ver que la casa de Arroyo se llena.
-Cuando miramos hacia atrás vemos lo que hemos hecho todos estos años. La satisfacción es inmensa, aunque te diré que también te da vértigo.
-Además, menudos amigos tiene. El cartel de este año es de Rafael Canogar.
-Y el primero fue de Andreu Alfaro. Eduardo Úrculo, por ejemplo, no se perdía una, y Gordillo también ha estado presente muchos años.
-Vamos, que toman la casa de Arroyo con el consentimiento del artista.
-Eso siempre. Él recuperó la vivienda familiar y ha ido creciendo. Te diré que hasta que empezamos a funcionar aquí no llegaba más que la gaita, y cuando la gente del pueblo vio a los cantantes todos serios y vestidos de frack se quedó de piedra. Fue impresionante. Y es una suerte porque siempre sale bien. La magia que tiene es la que hace que salga redondo.
-Después de tanto ajetreo y de un año bien completo estará deseando tomarse unos días de descanso. ¿Tendrá tiempo?
-Sí. Estamos terminando una película que estrenaremos en noviembre en el Matadero de Madrid dedicada a Antonio Soler, un músico un tanto arrinconado del que se conocen sus sonatas. La dirige Arancha Aguirre. Y además estamos con el espectáculo «Desconcierto», que llevaremos a Sabatini el 10 de agosto. Después nos marcharemos al Festival de Santander y más adelante nos tocará viajar a Jerez.
-Qué título más apropiado, Rosa.
-Sí, esto es un desconcierto total y tenemos que ser capaces de hallar ese espacio para encontrarnos a nosotros. Para mí, volver a los clásicos es una purificación, como limpiar la casa.
-Dígame qué hace en verano.
-Estoy deseando tumbarme a la bartola en la ría de Aldán en las playas de Galicia. No soy de ponerme como los lagartos al sol, sino de pasear. Me tomaré unas buenas nécoras, que es un verdadero placer, y me trabajaré el Ribeiro. Mis veranos son en familia y con amigos. Sin ellos no puedo estar.
-¿Y el piano?
-Allá donde voy tengo uno, y si no, lo busco. Necesito estar en forma y tocar todos los días, aunque también lo he utilizado para dejar encima las llaves de casa.
-¿Algún libro especial en la maleta?
-Nunca faltan. Me llevaré el último de García Montero y mis libros de francés, que me ha dado muy fuerte con el idioma.