Sabina: y al final le dieron las doce
La gira española del cantante arrancó anoche en Úbeda, su tierra natal, arropado por los doce temas de «Lo niego todo» . El público, 8.000 almas entregadas a la leyenda, respondió con el entusiasmo previsto.
La gira española del cantante arrancó anoche en Úbeda, su tierra natal, arropado por los doce temas de «Lo niego todo» . El público, 8.000 almas entregadas a la leyenda, respondió con el entusiasmo previsto.
Todo retorno a los orígenes guarda algo de rito iniciático, de reinvención de uno mismo. Joaquín Sabina arrancó ayer su gira española en Úbeda, su tierra natal. Lo hizo arropado por los doce temas de «Lo niego todo», un disco que suena a Sabina, que trae todo el sabor de Sabina y que le queda como un frac cortado a medida.
El cantautor, que vive ese difícil estatus en que a uno le van ya escribiendo biografías cuando todavía está en la carretera, saltó al escenario martilleando el corte que da nombre al álbum, un himno dirigido contra los tópicos manidos que acaparan su imagen y que arrojó a sus seguidores con la decisión del hombre dispuesto a destruir el reflejo que le devuelve el espejo.
La peña, 8.000 almas entregadas a la leyenda, respondió con el entusiasmo previsto. Llevaban haciendo ambiente desde tres horas antes y la espera había terminado. Comenzaba la fiesta y no era plan de cortarse. Cabezas coronadas de bombines, silbidos y brazos en alto recibían al músico, que venía a la cita acompañado de su banda de siempre.
Con la elegancia del hombre que viaja sin prisas, Sabina entonó eso que todos tarareaban por lo bajo: «Ni ángel con alas negras ni profeta del vicio». El éxtasis del estribillo consiguió los primeros coros. «Buenas noches. No crean que es tan sencillo subirse de nuevo a un escenario, a los paisajes y los olores de la infancia. Da mucha emoción, de esa que pone un nudo en la garganta, que es con lo que uno piensa que canta». Primeras palabras, primeros aplausos. Y paso a «Quien más, quien menos» y «Posdata», romance de aires mexicanos.
«Me han aconsejado en el geriátrico que me siente de vez en cuando», suelta con ironía el viejo trovador. Y sentado en medio del escenario abordó «No tan deprisa». Pantallas azules y un boxeador animado prologaron la canción «que tanto me costó escribir. No es fácil hablar de envejecer. No me gusta, salvo si lo hace Leonard Cohen».
Y da paso a los compases de «Lágrimas de mármol» con su punto guitarrero y su verso más famoso en voz de todos: «¡Supervivientes, maldita sea!». Con el guitarrista de Manolo Tena, colocado a su diestra, atacó «Las noches de domingo acaban mal». Un homenaje a Krahe, Juan Gelman y Gabo fue su siguiente jalón.
«Es un mal año para la canción y la poesía», apunta Sabina refiriéndose a la ausencia de ellos. Después llega un interludio para Mara Barros. Y, partir de aquí, Sabina, como una locomotora, se dedicó a batear éxitos.
«Pirata cojo» suena pero en voz de Pancho Varona, pero da igual, el personal ya anda entregado a la causa. «La Magdalena» pone sentimental a más de «un corazón tan cinco estrellas».
El primer loop real aparece con «El bulevar de los sueños rotos», ya con la luna llena atada a lo más alto del cielo, el público en pie y una foto de Chavela Vargas dominando el escenario, Sabina ya dueño absoluto del espectáculo.
«Y sin embargo» trae un toque de raíces tradicionales. «Ruido» –que pone a cantar al público y a piropearle– («qué ruido tan bonito que haces»), y «Peces de ciudad» se convierten en cómodas y veloces autopistas para llegar a su siguiente parada: «Yo siempre he intentado contribuir a la cultura de mi pueblo». Y añade: «Esto no tiene nada que ver con la política, aunque a veces la cultura sí tiene que ver con la política».
Sabina, entonces, se saca de la manga uno de sus ases, y consigue que el público le grite «olé», que le acompañe con las palmas, mientras canta la letra de «19 días y quinientas noches».
La gente levantada, baila y lanza besos al aire, uno por mejilla. Sabina, convertido ya en un prestidigitador, logra que los asistentes sean un miembro más de su grupo, que subrayen los versos que hay que subrayar, que remarquen las palabras que hay que remarcar en el estribillo.
Sin permitir un descanso, cae «Medias negras», una de esas canciones de perdedores, de aire tan genuino, con el acento inequívoco que tenían las composiciones que le auparon en el pasado al olimpo de los cantautores. Uno de esos temas que porta consigo esa mitilogía de amores contrariados que es casi un sello de su identidad.
Con casi dos horas de concierto a su espalda, Sabina opta por deslizarse por las melodías de «Noches de boda» y «Nos dieron las diez», dos puntos y aparte en su trayectoria.
A estas alturas, con los músicos peladeando por estas dos invocaciones, Sabina, con su cuarto sombrero adornándole la estampa, ya intuye que no es un cuento de hadas, que la noche es suya, que le pertenece.
Un verso, «ojalá volvamos a vermos» funciona como augurio de que el show roza ya la línea de meta. El resto es un coro que repite eso que tanto nos suena a todos, «nos dieron las once y las doce...» y los aplausos cuando menciona a Ignacio Echeverría, el español fallecido en Londres, al que dedica «Contigo».