Sentido recuerdo al amigo
Crítica de clásica / Pequeños Cantores. «Mahler: «Sinfonía nº 3». Mezzosoprano: Elizabeth Kulman. Pequeños Cantores de la Comunidad de Madrid. Coro y Orquesta Nacionales. Director: David Afkham. Auditorio Nacional. Madrid. 10-III-2017.
Superada su gripe, de nuevo hemos visto a Afkham en plenitud de forma para enfrentarse a una obra proteica, cósmica, de rasgos tan panteístas y, al tiempo, de una elevación espiritual tan diáfana como la que expresa su parsifaliano sexto movimiento, ese «Lento, tranquilo y sentido», definido en primera instancia por Mahler con la expresión «Lo que me dice el amor». La despaciosa ascensión hacia la luz del re mayor conclusivo fue llevada con mano firme y guante de seda por el director, que consiguió ígneos trémolos de unas cuerdas vibrantes y muy logrados momentos como el de la suave entrada de la flauta en medio del silencio o el casi religioso aire hímnico que precede al catedralicio cierre. Los acordes postreros, con sólo leves faltas de encaje de los dos magníficos timbaleros, fueron levantados con auténtica majestuosidad. Antes, Afkham, apoyado en una espléndida Nacional, había logrado exponer las mil y una luces de ese «Vehemente y decidido» primer movimiento, esa radiante «Mañana de un día de verano», acentuando con gracia la partes más marchosas y dotando de los claroscuros exigidos a las más doloridas, aunque no siempre hubiera absoluta precisión en los ataques y total claridad en las voces. Delicado, aéreo, ligero, expuesto con notable exquisitez, el Minuetto, tocado con mucho aire, con maderas muy expresivas y saltarinas, y bien logrados los pasajes oníricos del Scherzo, donde brilló el arte consumado, el sonido matizado, el fraseo refinado, del oculto posthorn de Manuel Blanco. La mezzo Kulman, voz homogénea, de buena pasta, fresca y de sana emisión, cantó bien el lied del cuarto movimiento, pero, a causa sobre todo de un timbre poco penumbroso, no acertó a transmitirnos el profundo misterio que lo envuelve. Muy bien diseñado el sonriente episodio del «Wunderhorn» del quinto movimiento, airoso y alegre. Quizá faltó algo de transparencia en las intervenciones de los niños y del puede que excesivamente poblado grupo de cantoras. En su sitio la mezzo. Al final, dedicamos un especial recuerdo al amigo José Luis Pérez de Arteaga, tantas veces compañero en estas páginas e ilustre mahleriano.