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«La malquerida», un dramón para reír

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“La malquerida” de Penella. C.Faus, C.San Martín, A.del Cerro, S.de Munck, G.López, S.Fernández, P.Bachura, E.Lombao. Orquesta y Coro Verum. E.López, dirección escénica. M.Coves, dirección musical. Teatros del Canal. 28 de febrero de 2017.
Ochenta y dos años ha tenido que esperar esta zarzuela de Penella en volver a ver la luz, gracias a su recuperación en los Teatros del Canal en coproducción con el Palau de les Arts valenciano. La guerra civil trajo, entre otras desgracias, la decadencia del género chico y “La malquerida” se había estrenado en 1935, veintidós años después de la obra homónima de Benavente en la que se basa. Cuentan las crónicas que su estreno cosechó tanto éxito como para repetirse muchos de sus números y acabar a las dos de la madrugada.
Sin embargo mucho han cambiado tanto los tiempos como nuestra medida de los mismos y hoy día sus dos horas largas se hacen efectivamente muy largas. Tras la hora y media de los dos primeros actos, cuando ya se sabe que el asesino es Esteban y hasta se intuye la querencia de Acacia por su padrastro, uno se pregunta que nos van a contar en los cincuenta minutos siguientes. Y, claro, lo que nos cuentan es un mero recrearse en el dramón, hasta el punto de provocar la risa en bastantes espectadores. Hubieran debido rehacerse los diálogos, despojándolos de tanta inútil búsqueda de la lágrima, para dejar la obra en noventa minutos. Otra cosa es la partitura, donde se vuelve a demostrar que Penella sabía de esto, que cuenta con números potentes que hasta pueden llegar a arrebatar. Hay varias arias pero tres –tenor, barítono y soprano- de interés, el dramático dúo final entre el matrimonio y otro dúo cómico que es de lo mejor de la obra, en buena parte porque Gerardo López y Sandra Fernández hacen algo más que cantar: actúan. Éste es el segundo problema de la representación, pues se requieren auténticos actores. Cristina Faus tiene un papelón como Raimunda, tanto vocal como escénicamente, y logra salir airosa de ambos empeños. No es el caso de César San Martín –que echa el resto vocalmente en su gran aria, casi sin acompañamiento orquestal- o de Alejandro del Cerro, ya que naufragan teatralmente. Otro tanto le sucede a Sonia de Munck, quien además no tiene números de relieve a los que agarrarse vocalmente.
La puesta en escena, ambientada en el México de primeros del pasado siglo con mariachi incluido, presenta la ventaja de no requerir pausas para cambios al tratarse de un módulo giratorio, si bien sólo una de sus fachadas reúne cierta inspiración y posiblemente se halle falta de luz. Manuel Coves dirige aseadamente a la Orquesta y Coro Verum. Había que conocer la obra, aunque tenga sus más y sus menos.