Tacoparlantes
Los españoles somos malhablados. Los últimos estudios lexicométricos indican que los hombres profieren más tacos que las mujeres. Decimos tacos, y los jóvenes mucho más. Y no digamos las chicas españolas actuales, son «tacoparlantísimas». Ni en lo oral ni en lo escrito es nuevo el fenómeno. Nuestra literatura clásica recoge testimonios de expresiones groseras, obscenas e indelicadas. Pero no es lo mismo un taco que un insulto. El taco tiene un valor de desahogo personal y cumple una función social saludable.
El insulto, por el contrario, es un antídoto contra el engaño; va contra alguien. Un taco como «joder» o «¡jodeeer!», «coño» o «¡coooño!» puede significar una cosa o la contraria dependiendo del contexto. Decía Fernando Lázaro que «la lengua española es como una misma partitura que se puede tocar de distintas maneras en México, en Ecuador o en Andalucía». No obstante, el taco ha sido hasta hace poco un problema. Eran usos del español que los estudiosos proscribían por tabú. «Imaginen –escribió Dámaso Alonso en una ponencia presentada al Congreso de Instituciones Hispánicas de 1963– qué pasaría en medicina si los médicos negaran su atención pudoris causa a muchas de las inmundicias (físicas y morales) que tienen que considerar».
Es cierto que en España el respeto hacia el interlocutor se está relajando cada vez más, pues el grado de utilización del taco está en relación con el nivel cultural y social del hablante. Con todo, los tacos no dejan de ser lengua española. Por ello, la RAE parece haber cedido y en las últimas ediciones del diccionario acuñó algunas voces bajo la marca de malsonantes o vulgares por influjo de la lingüística del Corpus en la que se sigue el criterio de la frecuencia. Según los estudiosos, de las 300 palabras que un hablante utiliza como vocabulario habitual, sólo un 10 por ciento son estrictamente tacos, aunque por su repetición parecen las interjecciones más recurridas.