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Temirkanov, rutina de genio

La Razón

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Festival de Música de Canarias
Obras de Glinka, Glière, Mussorgski, Chaikovski y Rimski-Korsakov. Arpa: X. de Maistre. Piano: J. Perianes. Orquesta Filarmónica de San Petersburgo. Director: Y. Temirkanov. Auditorio Alfredo Kraus. Madrid y Las Palmas de Gran Canaria, 29, 31-I-2015 y 2-II-2015.
Los que ya tenemos una cierta edad recordamos con veneración los conciertos madrileños en los primeros setenta de Mravinski con la entonces mítica Filarmónica de Leningrado en el Teatro Real gracias a Alfonso Aijón. La agrupación vino luego con los ayudantes de aquél, nada menos que Temirkanov y Jansons. Había tortas por una entrada y el rojerío encabezaba las adhesiones. En cambio hubo mucha butaca vacía en el concierto para Juventudes Musicales en Madrid, aunque alguno de aquellos «rojos» acudieron a recordar viejos tiempos. Los de San Petersburgo con Temirkanov viajaron al Festival de Canarias para ofrecer cuatro conciertos con dos programas de concepción netamente rusa salvo la excepción del concierto para piano en sol mayor de Ravel. Temirkanov es un gran director, una de las figuras más interesantes del panorama actual. Ello no evita que pueda abandonarse algo a la rutina en un repertorio para él frecuente y que lo mismo le suceda a la excelente agrupación.
Buen abrir de boca
Algo de esto sucede con Mussorgski, Chaikovski o Rimski. Hubo un audible fallo de una trompeta en el inicio de los «Cuadros» y no fue un hecho aislado dentro de una lectura más de Mussorgski que de Ravel en su sonoridad y por ello con balances no frecuentes. La espectacularidad y brillantez de las oberturas de «Ruslán y Liudmila» de Glinka y «Francesca di Rimini» de Chaikovski vino bien para abrir boca. El insulso «Concierto para arpa y orquesta» de Glière tuvo solista de excepción en el joven Xavier de Maistre, capaz de resolver sin problemas la rotura de una cuerda en el segundo movimiento hasta poder sustituirla. En Juventudes Musicales, en Madrid, el joven Pablo González defendió bien las «Variaciones rococó» de Chaikovsky y concedió con excesiva generosidad dos propinas: una desleída zarabanda bachiana y un preciosista «cant dells ocells». Javier Perianes, nuestro gran joven pianista, triunfó sobre los acelerones de Temirkanov en el primer tiempo –sin batuta, pero con partitura– y el veloz tercero para ofrecer un Ravel sólido y vivo.
«Sherezade» ha sido uno de los caballos de batalla de Temirkanov, con dos excelentes grabaciones discográficas con la propia San Petersburgo y con New York. Mostró su dominio en los crescendos, en la creación de clímax, en el colorido y el sentido del ritmo dentro de una versión en la más pura tradición, quizá un punto falta de ese toque de genialidad que le ha acompañado en etapas personalmente difíciles de su carrera. La próxima cita canaria trae nada menos que a Minkowski con Les Mucisiens du Louvre.