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The Rolling Stones, el circo llega a Barcelona

Batiendo récords de longevidad y desafiando profecías sobre su extinción, «Sus Satánicas Majestades» siguen en activo

Mick Jagger y Ron Wood en un concierto de la presente gira europea
Mick Jagger y Ron Wood en un concierto de la presente gira europealarazon

Batiendo récords de longevidad y desafiando profecías sobre su extinción, «Sus Satánicas Majestades» siguen en activo.

El circo llega a la ciudad. Son los Rolling Stones, una banda que se resiste a bajar de los escenarios por dos razones muy simples: hay millones que quieren verlos y a ellos les gusta. ¿Por qué negarse a satisfacer la necesidad que sienten de subirse a las tablas, ganar un buen dinero y recibir un chute de ego? Es lo que llevan haciendo largos años y nadie se cansa. Ni la banda ni sus seguidores. Barcelona será testigo de lo que son los actuales Rolling Stones. Bueno, en realidad de lo que vienen siendo durante largos años: un grupo incapaz de juntarse para sacar canciones nuevas y presentarlas, pero que mantiene su adicción a los conciertos. Su nueva gira, bautizada con el nombre de «No Filters», es la misma de siempre: una colección de los viejos éxitos junto a alguna sorpresilla en forma de capricho. Por aquello de darse el gusto de hacer algo diferente.

Esas crónicas rosas

Los Rolling Stones lo tienen claro: nadie paga cientos de euros por verles hacer «She Smiled Sweetly»€ o «Winter». Como decí­an los Kinks, «dale a la gente lo que quiere». Así­ pues, los hinchas de los Rolling Stones –no cabe aquí­ hablar de simples seguidores– se podrán deleitar cantando junto a Jagger «Sympathy for the Devil», «Tumbling Dice», «It’s only rock and roll», «Honky Tonk Woman», «Brown Sugar», «Satisfaction» y demás himnos. Prácticamente el mismo concierto de hace 20 años, pero con distintas ropas, luces, escenario y ejecución.

Los Rolling Stones de estos tiempos aparecen más en las crónicas rosas que en las revistas musicales. De repente, Jagger tiene un hijo poco después de conocer un nuevo nieto. O Ron Wood se sorprende de tener el hígado chafado mientras confiesa que necesita sexo todos los dí­as. O Keith Richards vende uno de sus Ferraris vaya usted a saber por qué. Alimento para la maquinaria dentro de una de las bandas más estrafalarias –en lo bueno y en lo malo– de la historia de la música. ¿Y la música? Pues lo de siempre: rumores de nuevo disco. Lo concreto es que los Stones se intentaron juntar hace un par de años para grabar canciones originales y todo lo que les salió fue un álbum llamado «Blue & Lonesome», compuesto por versiones de blues. Muy bien elegidas, eso sí­. El último álbum con temas firmados por Jagger y Richards fue «A Bigger Bang», de 2005. Hace 12 años. Pero los Stones es la única banda que se puede permitir seguir llenando estadios sin un disco que ofrecer. Es historia de la música la gira de «A Bigger Bang», con el disco recién salido, y en la que acabaron por no ofrecer en sus conciertos una sola canción del mismo. Sin complejos.

Por supuesto, en un concierto de los Stones hay un alto componente de admiración y perplejidad. Es como ir al zoo a ver un mono albino. Sigue siendo increíble ver a Jagger pegando brincos durante dos horas a sus 74 años y aparentando devoción por interpretar noche tras noche «Start me up». Y nadie se sorprende de que un abuelo cante la letra de «Satisfaction» sin ponerse colorado. Más difí­cil es encontrar gente que se frote los ojos viendo al genial Charlie Watts aporrear de esa manera el tambor a sus 76 años. Eso síque es un prodigio y vale la entrada. Los más prefieren admirar la capacidad de supervivencia de Richards y la imitación que hace de sí­ mismo en cada concierto. Solo le quedan dos dedos útiles en su mano izquierda, pero sigue teniendo aquel toque, que decí­an los viejos jazzistas. A su lado estará Ron Wood y sus gracias deseando que tenga una buena noche.

Los Stones traspasaron la categorí­a simplemente musical y sus giras son acontecimientos sociales. Todavía hay quienes compran su entrada por si acaso es el último concierto de la banda al que pueden asistir. Mientras, la caja registradora se entusiasma con las nuevas generaciones, con familias enteras –padres, hijos, tí­as, sobrinas y probablemente algún abuelo– que acuden al estadio para pasar una noche que en el peor de los casos acabará con bonitos fuegos artificiales. Lo que es innegable es la profesionalidad de los Stones. No sólo es el esfuerzo por dar dos horas de concierto e intentar agradar, sino el espectáculo que llevan. Sus músicos son los de siempre, primera clase, y el resto lo ponen las pantallas de ví­deo, las espectaculares luces, los efectos... En eso nunca han regateado. Ellos tuvieron la visión hace décadas: el dinero estaba en llenar los estadios. Naturalmente, no pensaban hace largos años que el mundo de la industria, tal y como estaba concebido en los años de bonanza, se iba a hundir. Pero el tiempo se puso de su parte y siguen cosechando lo sembrado.

En fin, que el circo llega a la ciudad. El gran carromato del rock and roll sigue en marcha en un desafío siempre ganado al tiempo y a los agoreros que desde hace años llevan clamando por su extinción. Es el gran dinosaurio de la industria del entretenimiento, la banda que se muere por ver incluso la gente que jamás ha comprado un disco suyo. Son los Rolling Stones. Vivos.