Triunfadores llorones
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Empezaré este artículo, que levantará ronchas, con una anécdota. Hace unos quince años la Comunidad de Madrid llevó a uno de nuestros más preclaros compositores a la Bienal de Venecia, convocando una rueda de prensa en la que éste era protagonista. Uno de los compañeros críticos de la prensa nacional se levantó a mitad de ella y marchó en silencio, indignado por la postura del músico quejándose de unas administraciones públicas que no han dejado de favorecer a la música contemporánea española y especialmente a una docena de sus prebostes. Los mismos músicos italianos y franceses presentes envidiaron la sólida situación de sus colegas españoles y sus posibilidades de estrenar y ganar dinero. Aquel compositor acabó por ingresar en la Academia de Bellas Artes, añadió a su cuenta corriente los 60.000€ de un Premio Tomás Luis de Victoria y ha sido sujeto de múltiples homenajes. Otro de nuestros más destacados autores fue el primero de los españoles a quien la OCNE dedicó su «Carta blanca» –por cierto en peligro de extinción- , con dos programas sinfónicos, tres conciertos de cámara, conferencias, proyecciones, exposiciones, una master class y la edición de un libro. Escuchó su obra, la dirigió, habló de ella y cobró buenísimos dividendos en concepto de derechos de autor, dirección de orquesta, etc... Y no voy a entrar en detalles de las elevadas sumas por las partituras que ha estrenado por encargo.
En Venecia se levantó uno de mis compañeros críticos, yo estuve a punto de imitarle en el reciente homenaje a cinco de esos compositores «afortunados» promovido por el Ministerio de Cultura, ese ministerio al que se calificó en el turno de palabra como «un fantasma», algo inexistente para ellos, alguien que nunca les miró. ¡Infumable! Pero si hasta con Franco alguno fue Premio Nacional de Música, escribieron bandas de películas como la de 1957 repuesta en TV2 esta misma semana y todos ellos han sido mimados después por todos los gobiernos de la democracia. Por eso resulta inadmisible que se adopten posturas victimistas. Sólo serían respetables si el objetivo de quejas y peticiones, que obviamente no lo es, fuese a ayudar a los jóvenes valores que no cuentan con tanto apoyo oficial, desplazando a ellos parte de su protagonismo. Se trata de una de sus firmes obligaciones sociales, porque sólo unos pocos viven de la composición. Para algunos de nuestros autores todo es poco y el público debería escuchar mucho más sus músicas. Ojala que dentro de un siglo, sin influencias, se programen con normalidad sus obras. Sería la mejor prueba de su valía, del acierto de financiarles con nuestro dinero y de la sabiduría de quienes apoyamos su trabajo con nuestras críticas. Menos lloros, por favor.