Netflix entra en el G-7 del cine
Los grandes estudios aceptan a la plataforma en su exclusivo “club”
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Los grandes estudios aceptan a Netflix en su “club”
A Ernest Hemingway le ponía de los nervios que, entre trago y trago, Scott Fitzgerald divagara románticamente sobre el gran dinero: «Los multimillonarios son diferentes de ti y de mí», le explicaba. Una vez, medió un tercero con un comentario tan prosaico, tan soez para sus cándidas ideas, que destrozó al autor de «El gran Gatsby»: «Sí, ellos tienen más dinero: por eso son diferentes». Simple y llanamente. Por supuesto que, en esto como en casi todo, Scott tenía razón y la cosa, como demuestra la aventura desgraciada de Gatsby entre millonarios, va más allá de la evidencia. Los ricos no solo tienen más dinero sino una capacidad innata e innatural de llamar al dinero, de amistarse con el dinero, de defenderlo con la cintura necesaria de principios. Una especie de club privado de los de ahora, donde se entra por una buena cuota y no por el uso de corbata o el apellido del DNI. El «caso Netflix», visto desde esta antigüalla en desmoronamiento secular llamada Europa, demuestra hasta qué punto Estados Unidos ve la palabra «negocio» donde usted y yo habíamos leído «problemas». Los capitalistas norteamericanos tienen un sentido muy práctico de la pertenencia: si tienes tanto dinero como nosotros, eres parte de nosotros. Y con Netflix han asumido de forma natural, sin protestas de pureza ni golpes de pecho, que un nuevo socio se ha ganado el derecho a entrar en el club. Así, la Asociación Cinematográfica de Estados Unidos (MPAA, en sus siglas en inglés) ha dado la bienvenida al gigante del «streaming», el primero en su género en entrar en este «club Bilderberg» de los grandes estudios de cine, aquellos que en teoría deberían estar temblando por la competencia de Netflix: Disney, Fox, Paramount, Sony, Universal y Warner Bros, que junto con el gigante de California son ya el G-7 de la industria. Aquello de «si no puedes con tu enemigo alíate con él» se cumple a rajatabla y deja en evidencia que Europa acabará cediendo a Netflix, pese a las reticencias del Festival de Cannes, el alarmismo intelectual-progre y las rígidas legislaciones sobre las ventanas de exhibición. El modelo de negocio del «streaming» (resumido para usted y para mí en el auge imparable del cine de sofá) ha llegado para quedarse, como ese Uber aparcado frente a su casa. La inteligente postura de Netflix, antes mera plataforma de contenidos ajenos y con especial predilección por las series, abriéndose al cine de autor y soltando dinero a espuertas a grandes como Scorsese, los hermanos Coen o Cuarón frente a unas «majors» atrapadas en el bucle superheroico, le ha hecho ganar prestigio en poco tiempo. Hasta el punto de sumar trece nominaciones a los Oscar: 10 de «Roma» (que ya ganó en Venecia), 2 de «La balada de Buster Scruggs» y una de «End Game», solo por debajo de Disney y Fox en el cómputo global. ¿Con qué cara iban a decirle «no» al futuro ganador de los Oscar, a ese primo guaperas y forrado de la industria? Tanto tienes, tanto vales. En pantalla grande, pequeña o curva. ¡Por supuesto que los ricos son diferentes!