Nixon era un maltratador: la exclusiva que no se publicó
El periodista Seymour M. Hersch revela en «Reportero» que el que fuera presidente de Estados Unidos maltrató a su mujer en varias ocasiones
El periodista Seymour M. Hersch revela en «Reportero» que el que fuera presidente de Estados Unidos maltrató a su mujer en varias ocasiones
Seymour Hersh es uno de los grandes nombres del periodismo estadounidense. A sus espaldas están algunas grandes investigaciones sobre el lado más oscuro de la CIA, desde la guerra de Vietnam hasta la muerte de Bin Laden. De todo ello habla en "Reportero", sus memorias que acaba de publicar la Editorial Península. Hersh es uno de los primeros en descubrir la otra cara de la administración Nixon, dedicando un especial empeño en el papel del presidente y su brazo derecho en defensa Henry Kissinger. De esta manera pudo denunciar sucesos la matanza de My Lai, en Vietnam. También hubo temas que prefirió omitir, como el de los malos tratos que el presidente de Estados Unidos Richard Nixon le propiciaba a su esposa Pat. De todo esto habla en este fragmento de su autobiografía.
En la actualidad, Hersh, ganador del Premio Pulitzer por sus investigaciones sobre My Lai, sigue trabajando sobre la CIA. De esta manera, por ejemplo, ha dado a conocer los malos tratos que las tropas estadounidenses dieron a los detenidos en la prisión de Abu Ghraib. Todo ello lo ha contado en publicaciones como “The New York Times” o “Newyorker”. La polémica lo ha perseguido y de ello da buena cuenta estas memorias en las que no oculta ningún dato sobre su oficio de periodista.
A continuación reproducimos el fragmento donde el periodista cuenta cómo descubrió que el presidente del Gobierno de Estados Unidos, Richard Nixon maltrató a su mujer.
Yo viviría mi propio «momento Wicker», pero sin las lamentaciones, después de que Nixon abandonara la Casa Blanca con deshonra el 9 de agosto de 1974 para regresar a su residencia de San Clemente, California, en primera línea de mar. Unas semanas después me llamó alguien relacionado con un hospital cercano en California y me dijo que la esposa de Nixon, Pat, había sido atendida en urgencias pocos días después de la salida del presidente de Washington. Según contó a los médicos, su marido la había golpeado. Puedo decir que la persona que me hablaba manejaba una información muy precisa sobre el alcance de las lesiones y sobre la indignación del facultativo de guardia que la trató. Yo no tenía ni idea de qué hacer con aquella información, si es que debía hacer algo, pero me mantuve fiel a la vieja máxima del City News Bureau: «Si tu madre te dice que te quiere, contrástalo». Yo, a mediados de 1974, ya había llegado a conocer bastante bien a John Ehrlichman, así que le llamé y le expliqué, facilitándole más datos de los que incluyo aquí, lo que le había ocurrido a Pat Nixon en San Clemente. Ehrlichman me asombró respondiéndome que tenía conocimiento de dos incidentes previos en los que Nixon había agredido a su mujer. La primera vez fue diez días después de perder las elecciones a gobernador de California en 1962, momento en que declaró amargamente ante la prensa que aquella era su última contienda electoral y que «Nixon ya no se dejaría apalear más». Una segunda agresión tuvo lugar durante los años de Nixon en la Casa Blanca. Yo no publiqué la noticia en su momento y no recuerdo haber hablado de ella con los redactores de la delegación de Washington. Sí pensé en convertir lo que sabía en una nota al pie de un libro posterior sobre Kissinger, pero finalmente decidí no hacerlo. Abordé el hecho una vez más durante una charla que tuvo lugar en 1998 con colegas periodistas en la Fundación Nieman
El tema que se trataba era el del solapamiento de vida privada y vida pública, y yo expliqué que habría publicado lo de las agresiones si hubieran sido un ejemplo de por qué su vida personal afectaba a sus políticas, pero no había prueba del vínculo. Añadí que no se trataba de un caso en el que Nixon hubiera ido en busca de su mujer con intención de golpearla y, al no encontrarla, hubiera decidido bombardear Camboya. Me sorprendió la indignación que generé en algunas de mis colegas, que me hicieron notar que las agresiones se consideran delito en muchas jurisdicciones y no entendían que no hubiera optado por denunciar un delito. «¿Y si hubiera cometido otro delito?», me preguntaron. «¿Y si hubiera atracado un banco?» Lo único que pude responder fue que en aquella época, en mi ignorancia, no veía el incidente como un delito. Mi respuesta no resultó satisfactoria. Entonces no comprendía, como sí comprendían las mujeres que me cuestionaban, que lo que Nixon había cometido era un acto delictivo. Yo debería haber informado de lo que sabía en su momento o, si al hacerlo hubiera comprometido a mi fuente, haberme asegurado de que lo hiciera otra persona.