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Nuria Labari: "Las mujeres aún tenemos muchos temas que sacar del armario"

Su nueva novela, «La mejor madre del mundo» (Random House), no es un ensayo sobre cómo tener hijos, sino más bien una denuncia de los tópicos y estigmas que reinan en la sociedad.
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Su nueva novela, «La mejor madre del mundo» (Random House), no es un ensayo sobre cómo tener hijos, sino más bien una denuncia de los tópicos y estigmas que reinan en la sociedad.
Nuria Labari no escribe para mujeres, sino para todo aquel que haya nacido. Con «La mejor madre del mundo» (Random House), la escritora y periodista desmonta ciertos mitos sobre la maternidad y articula una nueva perspectiva ante lo tradicional y lo establecido.
–¿Cómo es la mejor madre del mundo?
–El libro tiene una ironía que se ríe del lugar que ocupa la mejor madre del mundo.
–¿Qué significa la maternidad para una mujer?
–Muchas cosas y, a veces, un profundo malentendido. Es un deber social. De hecho, no he visto ninguna entrevista a un hombre en la que se le pregunte por qué no ha tenido hijos. Los estudios de fecundidad del CIS hasta ahora se hacían solo a mujeres y en 2019 se le ha hecho la pregunta a ellos también. Lógico, porque para concebir hijos hacen falta dos. Pero antes esta responsabilidad de perpetuar la especie únicamente caía sobre nosotras. Es alucinante, pero era así. Las mujeres, nos guste o no, llevamos sobre nosotras un deber social relacionado con la maternidad. Y, además, en exclusiva. Por eso me temo que aparecen muchos malentendidos con los hombres, con nosotras mismas, con la sociedad. Es un tema que está cambiando: la maternidad en cuanto a sus prejuicios, sus mitos y su concepto actual es medieval, y la realidad es que las madres tenemos instagram, hemos ido a la universidad y somos del siglo XXI.
–«Lo de todos es de todas, pero lo de todas no es de todos»: hábleme de esa diferencia.
–La igualdad durante mucho tiempo no ha existido. La hemos conquistado intentando ser iguales entre todos y ha significado que las mujeres seamos iguales que los hombres. Que un hombre sea madre es una cosa rara y tenemos que educarlos para tener una democracia real y, para eso, debemos educarles en lo femenino. No me refiero ahora al hombre-mujer, sino que la igualdad ha supuesto en muchos sentidos el genocidio de lo femenino: a veces, en sentido literal, en el de que se hacen perrerías a mujeres, desde extirparles el clítoris a matarlas, así como en un sentido mitológico, filosófico, social, de transmisión de valores. Decimos alegremente que nos hemos adaptado a un mundo de hombres pero no nos hemos puesto a pensar seriamente qué nos hemos perdido por el camino.
–¿Qué cuestiones deberían determinar el valor de una mujer?
–Esa pregunta tendría que cambiarse por qué cuestiones determinan el valor de un ser humano.
–La ironía de su obra ¿está dirigida a las madres o a aquellas que no han podido o no han querido serlo?
–Mis otros libros eran sobre el 11 de marzo o sobre alcohólicos, pero como ahora soy una escritora que ha elegido como sujeto literario a una madre pues, de pronto, he dejado de escribir para la mitad de la población. Así que es un libro que va dirigido a todos los que hayan nacido, porque la maternidad es un tema absolutamente universal que nos implica a todos. Hay dos cosas ciertas: todos tenemos una madre y todos nos vamos a morir. Hemos pensado muy poco sobre nuestro origen y eso significa haber pensado muy poco sobre nuestra humanidad. Estamos hechos de más cosas que de mortalidad.
–También habla de las muñecas para ella y del balón para él, ¿nos preparan desde siempre?
–Esto ya casi no es así. Los niños reproducen juegos de roles que tienen cerca. No hace falta que le pongas un muñeco en la mano, si no lo tiene lo hará con piedras, siempre que esté viendo que una mujer hace eso. Mis hijas juegan a cosas que yo no he jugado, porque ven cosas que yo no veía. Ojalá mis nietos vean hombres que también hayan recorrido mucho para conseguir un sistema de igualdad mejor, porque tiene mucho que ver con el concepto político donde queremos vivir. Si no hay justicia social, difícilmente podemos decir que somos un país tan desarrollado, y en el tuétano de esta justicia está la relación entre hombres y mujeres.
–¿En qué punto de ese cambio de papel estamos ahora?
–Los roles están muy avanzados en que las chicas seamos chicos, en que haya muchas directivas y que consigamos ser todas ingenieras. Nosotras estamos ahí para lo que manden, parece un circo. Pero esto hace que vayamos estando cada vez más enfadadas con ciertas cosas. Por tanto, estamos evolucionados por una parte y muy atrasados por otra: en que ahora los chicos tienen que ser los que cambien. Muchas mujeres estamos sacando a la agenda pública temas que deben estar, reivindicar que se traten, que se hablen, abordarlos ya no solo desde la militancia, porque yo no soy una escritora que solo haya escrito sobre la mujer como sujeto político. Hay muchos temas que sacar del armario.
–Hábleme de la suma que plantea en el libro: «deseo + tener + hijo».
–Es una reflexión de cómo se concibe la maternidad o la paternidad y de lo mercantil que es todo. Si en algún sitio ha entrado el mercado a saco y sin freno ha sido en el cuerpo de las mujeres. No hay más que darse una vuelta por la ciudad para verlo. A veces quiero tener un hijo igual que deseo comprarme un bolso. Y cada vez está siendo más importante cuánto dinero se tiene. Esto vuelve a ser un tema de justicia social importante y es muy peligroso mercantilizar hasta el origen de la humanidad. No me parece que haya nada más peligroso que eso. Entonces, hay una distopía a la que asistimos cada día.
–Todo se mercantiliza.
–Eso debe hacernos pensar en que hay mucho que mejorar en nuestra democracia, porque un sistema de justicia social donde no existe la igualdad se convierte en uno de mercado. Se está filtrando como se filtran todas las ideologías: como un velo invisible. Llevamos todos una tela de araña encima que nos deberíamos quitar para intentar tener cierto progreso moral.

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