Olga Picasso, la musa sufridora que resurgió de un baúl
CaixaForum Madrid inaugura una exposición sobre la influencia de esta bailarina rusa en la vida y obra del artista malagueño
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CaixaForum Madrid inaugura una exposición sobre la influencia de esta bailarina rusa en la vida y obra del artista malagueño
Bernard Ruiz-Picasso, nieto del gran artista malagueño, concibe a su abuelo como “un artista moderno que relata su vida en su obra sin esconderse”. Y eso, por supuesto, incluye sus numerosas relaciones sentimentales, entre ellas la historia de amor y desamor que vivió con Olga Khokhlova, que no fue su primera pareja pero si la primera mujer con la que se casó y tuvo un hijo.
Tal es la importancia de esta bailarina rusa de familia asentada y luego perseguida por los bolcheviques en la vida y obra de Picasso que hay quien se refiere a la etapa álgida de su amor (entre 1918 y 1927) como el “periodo Olga”. Sobre esa base se asienta la muestra que toma el nombre de casada de esta mujer que recala en CaixaForum Madrid tras su paso por París, Moscú y Málaga y que cuenta con un alto porcentaje de obras cedidas para la ocasión por la Fundación Almine y Bernard Ruiz-Picasso para el Arte.
La idea primigenia de esta muestra surgió de un baúl propiedad del nieto del artista, que nunca conoció a su abuela y que tuvo trato con Picasso hasta la muerte de éste cuando contaba con 14 años. “Olga es mi abuela pero nunca había pensado hacer una exposición sobre ella porque la veía demasiado cercana a mí. Pero cuando encontramos miles de fotos y hasta 700 cartas recibidas en ruso de su familia, tuvimos la necesidad de comprender a esta mujer tan relevante”, confiesa Bernard Ruiz-Picasso.
Esas fotos levantaban testimonio de su vida antes, durante y después de Picasso, a quien conoció en 1917 en Roma, cuando el artista trabajaba para los decorados de los ballets rusos de Diaguilev. Olga formaba parte del cuadro de bailarinas y de resultas de aquel encuentro se inició una relación de amor que dio un fruto en 1921: Paul, hijo del pintor y padre de Bernard.
“Las cartas nos permitieron descubrir la vida mas íntima de Olga y la interacción directa de la vida cotidiana de Picasso con Olga, así como el modo en que lo integra en su obra”, apunta su nieto. De hecho, el inicio de su relación con la bailarina coincide con un patente cambio de estilo en el joven Picasso. El cubismo da paso a un acercamiento al neoclasicismo, a Ingres y a los artistas venecianos.
Olga es la musa de aquel periodo: posa sola o con Paul, en retratos que juegan con los volúmenes. Con su familia, en una época de fuerte ascenso social y consagración de Picasso, vive una “belle époque” en la que reinterpreta algunos temas anteriores: así, Paul posa vestido de arlequín, un traje que, señala su nieto, aún se conserva en la familia. La llegada de su hijo le permite dar rienda suelta a su parte lúdica, al niño que nunca dejó de ser.
Olga, por su parte, suele aparecer melancólica. Esta mujer elegante, que vivió una primera etapa feliz con el artista, recibía no obstante continuas malas noticias de su familia: su amor arranca a la par que la Revolución Rusa y se gesta durante la guerra entre rojos y blancos. La familia de Khokhlova va desapareciendo en el agujero negro de aquel cruel conflicto. Y Picasso refleja también esa angustia.
“Esta exposición -añade Bernard- pasa de la alegría del amor al dolor y la ansiedad de la separación, ofrece más datos que nunca de algunas de las razones de las obras que vemos”. De hecho, muchas de estas piezas no se han visto nunca en Madrid. En 1927, la joven Marie Thérèse Walter, de solo 17 años, aparece en la vida del pintor, que empieza a retratarla y a inmiscuirla a escondidas en su vida. Veranea incluso de tapadillo con los Picasso “oficiales”.
A partir de esta época, la sombra de Olga pasa a ser ansiosa en sus cuadros, su figura vuelve a deformarse por mor del cubismo y el naciente surrealismo. Al final, será solo memoria de un remordimiento. En 1935 la pareja se separa definitivamente, aunque seguirá oficialmente casada hasta la muerte de ella en 1955. Los últimos años de Olga son duros: sola, relegada por Picasso y enferma. Desaparece en Cannes como un vestigio del pasado del artista, que hoy emerge como una figura prominente que hizo contemplar la vida y la obra al malagueño con otros ojos y que influyó notablemente en su paleta.