«Otello»: Kaufmann, un debut con recorrido
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Dos títulos sobresalían en la temporada de la ROH: «Norma» por el debut de Netrebko, y «Otello» por el de Kaufmann.
De Verdi. Jonas Kaufmann, Maria Agresta, Marco Vratogna, Frédéric Antoun, Thomas AtkinsKai Rüütel, Simon Shibambu, In Sung Sim, Thomas Barnard, Royal Opera Chorus Orchestra of the Royal Opera House. Director: Antonio Pappano. Director escénico: Keith Warner. ROH Covent Garden. Londres, 6-VII-2017.
Dos títulos sobresalían en la temporada de la ROH: «Norma» por el debut de Netrebko, y «Otello» por el de Kaufmann. El primero se frustró por la cancelación de la diva y el segundo ha funcionado en la retransmisión en cines más que en el propio teatro. Otello, el papel fetiche del repertorio italiano, le llega a Kaufmann como el gran reto tras su recuperación vocal. Lo ha preparado con cuidado y lo ha querido debutar junto a Pappano, en quien tiene especial confianza. Otello reúne dificultades no solo vocales sino también actorales y ambas han de combinarse interpretativamente. Requiere esa misma maduración de algunas partituras sinfónicas. El Otello de Kaufmann ya ha empezado a evolucionar en cuatro representaciones y lo hará más. Kaufmann no es un tenor verdiano, él lo sabe, y por eso retiró «Trovador» tras debutarlo en Múnich, pero esta ópera era un reto personal. Su Otello es más femenino que el de del Monaco y que el de Domingo, menos temperamental, más introvertido, más influenciable, más dubitativo. Duda hasta el último momento si matar a Desdémona, su mismo «Si» de entrada en esa escena fue musitado. Canta con la delicadeza del lied pasajes como el del pañuelo en su dúo con Yago. Sobrevive al «Esultate», pasa de puntillas por «Ora e per sempre addio» o el «Amore e gelosia vadan dispersi insieme!». El segundo acto supone el auténtico problema para un tenor que no tenga el «squillo» preciso, que es el caso de Kaufmann. Él, que es muy inteligente, sabe cómo evitar los escollos, pero... En cambio, borda el «Dio mi potevi», porque es justo lo que le va. Modélico el dúo de amor, muy lírico y matizado, con esas medias voces tan peculiares de él. Curiosamente su visión se aproxima más a la de Vickers, incluso por su timbre baritonal, que a la de Domingo, aunque sin el poderío vocal del canadiense. No puede eludirse el problema fundamental: el papel requiere un metal en la voz del que Kaufmann carece y eso se hace patente en su dúo con Yago o en el «¡Abajo las espadas!». Es lo que le falta para que arrastre al espectador en el teatro, para que le emocione. En los cines, con el sonido controlado, resulta otra cosa. Kaufmann posee dotes de actor, sin embargo necesitaba un director escénico que le cuide como lo hace Pappano desde el foso, pero Keith Warner no posee la ciencia de Giancarlo del Monaco en esta obra. La ROH tenía una vistosa producción de Moshinsky que sustituye por una fea y oscura encerrada en un cubo que busca apoyar la resonancia vocal. La ausencia de elementos escenográficos pretende centrar el drama en los personajes, pero su dirección es rutinaria desde la tormenta inicial, con manejo de principiante para el coro y uso de unas absurdas plataformas para las entradas de los personajes. Cierto que hay detalles, pero tantos acertados como desacertados. Penosa la escena final, con un hiperrealismo sangriento de mal gusto –la sangre le sale a borbotones a Otello– y que no viene a cuento. Pappano ralentiza el tempo y Kaufmann simula que la sangre se le acumula en la garganta al modo de Lauri Volpi, pero estas cosas se hacían en otros tiempos. Maria Agresta resulta una buena Desdémona, aunque no tanto como en Valencia. El timbre, no especialmente grato, no reúne la dulzura de una Freni ni sus pianos se pueden comparar al prodigio de Caballé en el «Ave María», pero posee la voz lírica exigida, algo spinta en el tercer acto. Fue, quizá, la más aplaudida, algo significativo. Marco Vratogna sustituyó a Tezier como Yago sin evitar que añorásemos a aquél. Voz con más caudal que calidad y con más declamación que canto. A Kaufmann no le benefició tener al lado dos voces de potencia muy superior. Bien el Cassio de Frédéric Antoun y discreto el resto del «cast». El protagonista de la velada fue Antonio Pappano, aunque sin poder alcanzar aquellos recuerdos históricos que algunos tenemos de Karajan en Salzburgo o Kleiber en la Scala. Supo sacar poesía de los momentos más líricos, como el dúo de amor, nervio en los dramáticos y matizar en detalle aquellos que, como el dúo entre Otello y Desdémona del tercer acto, comparten ambos aspectos. Como escribió el poeta, «se hace camino al andar» y el Otello de Kaufmann tiene aún recorrido.