Paracuellos, la memoria olvidada del Conde Duque
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Son muchos los libros y documentos escritos sobre los sucesos que acontecieron en Paracuellos del Jarama entre el 7 de noviembre y el 4 de diciembre de 1936. A pesar de ello, hay capítulos poco conocidos o casi anónimos. Tal es el caso de los 43 fusilados del cuartel del Conde Duque, entre oficiales y suboficiales. Uno de ellos fue el teniente Carlos Samper Roure, abuelo de Jesús Romero Samper, autor de «Cartas a Paracuellos». A través de las misivas que escribió desde la cárcel, reconstruye la tragedia vivida esos días y rescata el testimonio y los sentimientos de angustia, amor a su familia y soledad que precedieron a las ejecuciones. Una nueva visión basada en material inédito y en una exhaustiva labor de investigación.
La «cheka» del 23 de julio
El Conde Duque era uno de los tres cuarteles de transmisiones de Madrid, centro neurálgico de gran importancia estratégica. Sobre lo sucedido allí, la información es escasa «porque no se produjo sublevación. No es comparable al cuartel de la Montaña que se había sublevado», comenta Samper. Lo mandaba el coronel Vidal Planas, que ordenó no responder al fuego. Los milicianos acudieron para requisar armas. El 19 de julio decidió cerrar las puertas, aunque dejó pasar a algunos para comprobar que desde dentro no se había disparado. La situación se complicó y acabaron deteniendo a unos 40 oficiales, suboficiales y soldados. El 23 de julio se establece en el cuartel una «cheka»y entre el 14 y el 17 de agosto son declarados culpables de «desafección» por un tribunal popular. Permanecen presos y tras pasar por el penal de Porlier, en septiembre ingresan en la cárcel Modelo, último destino antes de la saca del 7 de noviembre.
El libro aporta como novedad, «además de estos sucesos, toda la trama del proceso pseudo-judicial que los condenó, puesto que fueron juzgados por tribunales populares y cómo esa justicia paralela pretendió enmascarar y dilatar lo ocurrido», comenta el autor. También, por qué eligen Paracuellos: «Consulté cartografía de la época para ver caminos y carreteras y era un lugar bien comunicado, oculto al pueblo, de terreno fácil de excavar y al este, el corredor natural de salida de Madrid. El sur y el oeste estaban sitiados». Dice en el prólogo que no ha sido un libro fácil: «Difícil para la investigación porque hay poca bibliografía, sólo los legajos de la causa general y muy emotivo en lo personal. Aunque no quieras, te retrotraes a lo que pasó. No sólo en los militares, sino en los propios verdugos. No es fácil leer testimonios de cómo asaltaban cadáveres. Te lo imaginas escribiendo, disimulando como si fuera algo pasajero para que no sufrieran su mujer y sus hijas. Ella las guardó hasta su fallecimiento, luego pasaron a mi tía y después a mí en el 2008. Me puse a transcribirlas y de ahí salió la idea del libro». Esa generación quedó marcada por la guerra «pero supieron asimilarlo, no se quería hablar de ello nunca». La familia lo visita cada semana, le lleva ropa y comida hasta que le pierde la pista. Roure, de 41 años, dejó mujer y cuatro hijas pequeñas. Sólo sabrán que ha sido fusilado al terminar el conflicto: «Nada más acabar, nuestra abuela hizo sus pesquisas y se enteró. Inquirió a algún militar superviviente del Conde Duque, quien le confirmó el fatal desenlace. Su nombre figuraba en "unas listas de personas sacadas"en las fechas del 6,7 y 8. Él fue en la primera. Sus restos están enterrados en la fosa número 1».
Simulacro de juicio
«Se los acusó de rebelión militar y desafección al régimen –prosigue Samper–, pero como quedó demostrado en el juicio del 37, formado por tres jueces y un jurado con gente de UGT y de la CNT, fue una acusación falsa. La sentencia declara que no hubo rebelión, pero ya era tarde. El tribunal popular, en un simulacro de juicio, se había dejado llevar por las acusaciones falsas de un peluquero llamado Cristóbal Parra».
Lo que estaba deslavazado y farragoso es cómo se organizó todo, de dónde partieron las órdenes, cuál fue la cadena de responsabilidades que llevó al genocidio. «No fueron ejecuciones espontáneas realizadas sobre la marcha por elementos incontrolados. La selección de cada "saca"se hizo metódicamente. Hay una sucesión y un solapamiento de actores que intervinieron en la confección de listas y en la ejecución de los crímenes desde la cheka de Bellas Artes en agosto hasta el 6 de noviembre. Participan muchos, pero la mayoría eluden responsabilidades. Aunque, en todas las decisiones hay una directriz, un eje conductor comunista. Manuel Muñoz y Vicente Girauta dan órdenes de sacas de presos para asesinarlos, como testificó Eloy Moya, el chófer del Comité Provincial de Investigación Pública que llevaba a Manuel Rascón y Félix Vega, vocales del mismo, en sus visitas a la cárceles para la confección de unas listas que luego llevaban al director de la DGS, Manuel Muñoz, y cómo este y Girauta, se reunían después con Ángel Galarza, ministro de la Gobernación». También les oyó comentar «el miedo que tenían Galarza y Muñoz por las órdenes escritas de extracción de presos para ser fusilados, que al final firmaba este último. Queda claro que las listas estaban autorizadas por las máximas autoridades republicanas, el ministro de la Gobernación y la DGS».
Por otro lado, «antes de irse Largo Caballero a Valencia, se ve con Carrillo y Cazorla y le pide que tome medidas urgentes. Carrillo se hace cargo de la Consejería de Orden Público y después se reú-ne con Miaja para hablar de la 5ª columna. En la cadena de órdenes, éstas no pasan por él –que nunca firma–, lo hace su segundo». Su grado de responsabilidad es algo con lo que siempre se especula, como con la participación de agentes soviéticos: «Mikhail Koltov influyó en las decisiones. Colaboró con la Junta de Defensa y se reunió reiteradamente con Carrillo, pero fueron bastantes más. Hay escritos que muestran inequívocamente las directrices de Moscú. Lo planearon los comunistas, pero echaban las culpas a los anarquistas. Ellos ejecutan lo que organizan los soviéticos, que reconocen la labor de "limpieza"de Carrillo. La misión era depurar a los no afectos. Eliminar esa supuesta 5ª columna que organizaba desde dentro la resistencia».
«A pesar de la evidencia de los hechos –comenta Samper–, hubo ocultamiento y desinformación a las embajadas extranjeras –aunque la noticia y un listado de sacas se filtró a la de Inglaterra y fue publicado allí–y se mintió a víctimas y familiares. A las familias se les decía que iban a otras cárceles y a los presos que iban de traslado, como prueban los enseres que portaban (cucharas y objetos personales)». Sobre si habría que levantar las tumbas en busca de más pruebas, el autor lo tiene claro: «Creo que hay que dejar las cosas como están. No tiene sentido abrir las fosas 75 años después. Hay pruebas y documentación de sobra. Ahondar ahí sería una profanación».