París, retrato en cuatrocientas imágenes
Un libro recoge las fotos de la ciudad que tomaron los fotógrafos de Magnum.
París es una ciudad gélida y distante como un mármol decimonónico. El turista va allí con un sentimiento reverencial, como quien va de visita a la sala de un museo, y lo primero que le sorprende es que allí también vive gente. Esas existencias incardinadas al monumentalismo de souvenir que conforman sus casas, sus edificios, sus célebres «quartiers», son los protagonistas de «París Magnum» (La fábrica). Una urbe, al final, no son esas falsedades arquitectónicas que promocionan los folletos de las agencias de viajes, sino sus habitantes, la gente empequeñecida por la presencia de la catedral, el ayuntamiento, el panteón, la pinacoteca contemporánea con sus galerías de artistas famosos, de creadores cotizados y subastables. El fotógrafo busca justamente lo contrario, lo que el turista habitual rehúye –el lugar común, la estampa típica, el topicazo– y lo que persigue son las pequeñas municipalidades cotidianas, el ajetreo que domina la agenda diaria de sus residentes, de sus vecinos variopintos y bulliciosos. Este libro es sobre París, pero, en realidad, va sobre las personas que habitan París, que no es lo mismo. Si algo sobresale en estas instantáneas son rostros, que no suelen ser más que la expresión humana de unas calles, avenidas y plazas. La mayoría son anónimos, porque la vida auténtica no es la del pensador concienzudo, la del gran prohombre que atesora reconocimientos en su estudio bohemio y literario. La vida real es mucho más mísera y desagradecida, y discurre por los cauces paupérrimos de lo ordinario. En este volumen pueden encontrarse nombres muy reconocibles: Cartier-Bresson, Inge Morath, Robert Capa, Raymond Depardon, René Burri, Joseph Koudelka, Sergio Larraín, Martine Frank, Abbas... Cada uno aporta su propio París, como podían aportar su propia Roma, su propio Londres o su propio Estambul. Una ciudad es ilimitada, igual que un laberinto, y nunca se acaba. Lo que diferencia a una de otra únicamente es la mirada personal, la dirección escogida para extraviarse por su orografía de puentes, estatuas y obeliscos. «París es muy diferente hoy a como era antes. Después de la guerra, la diferencia política entre la izquierda y la derecha, por ejemplo, estaba muy clara en ella. Ahora, no», comenta el reconocido fotógrafo Harry Gruyaert, de la Agencia Magnum, una de las personas encargadas de supervisar la publicación de esta obra. «Es fruto de un encargo. Se ha trabajado en él cerca de tres años. Durante este trabajo he visto imágenes impresionantes que no sabían que existían y que permanecían en el archivo de Magnum, cuyos fondos son extraordinarios. Se ha estructurado un recorrido desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta hoy. Ocho décadas en total. Las cosas han cambiado con el tiempo. Sólo hay que pensar que hace cuarenta años no era tan habitual la fotografía como en nuestros días». Aquí no se ha reflejado un París concreto. Existen muchos. Está el París de la liberación, el de la posguerra, el de los sesenta, el de una determinada intelectualidad que marcó una de sus épocas más doradas y que dejó un puñado de personalidades relevantes que aparecen aquí, como testigos mudos de su leyenda: Camus, Giacometti, Sartre, Picasso, Foucault, Deleuze, Truffaut, Gainsbourg... el paisanaje común de las letras, el arte y el espectáculo de aquel periodo. «No es tan fácil retratar París, porque la gente no se deja, aunque tu actitud no es tan distinta a la que puedes tener en Marruecos. El fotógrafo debe sentir cierta ósmosis cuando se sumerge en su tarea». Las imágenes de Gruyaert son célebres. Las que tomó en Marruecos, con esa paleta de colores vivos, que refleja un ambiente preciso, instantáneo, le colocó entre las grandes referencias actuales. «Siempre me ha gustado el color, quizá porque estoy muy influenciado por la pintura. El blanco y negro se emplea muchas veces para el retrato, pero a mí me gusta el color, porque introduce matices», comenta.
La mirada periodística
Gruyaert admite que «es un fotógrafo, no un filósofo de la fotografía», y que «el mundo de las imágenes se ha vuelto loco», pero explica lo que, para él, es esencial en una imagen: «Para mí resulta importante reconocer al artista que hay detrás de una imagen, la relación que sostiene con la vida, distinguir sus intereses. Me seduce más la mirada que hay sobre un determinado acontecimiento más que el acontecimiento en sí mismo. Sin esa presencia... una foto sería periodismo puro, informativo, que no tiene nada malo, pero a mí, si no hay una persona detrás, no me atrae». El artista, que insiste que este libro de Magnum es un recorrido implícito por diferentes estéticas de la fotografía que se han sucedido en los años, reconoce que, al final, «un fotógrafo acaba pareciéndose a las imágenes que toma. Lo primordial es la personalidad del que toma un retrato, una instantánea. A veces, en los jurados, veo a muchos compañeros con la mirada demasiado influida por otros».