«Placeres íntimos»: Miserias en familia
Autor: Lars Norén. Director: José Martret. Intérpretes: Javi Coll, Cristina Alcázar, Francisco Boira y Toni Acosta. Teatro Fernán Gómez. Madrid. Hasta el domingo.
José Martret se atreve a meterle mano al complejísimo Lars Norén y sube a las tablas con fantásticos resultados esta inteligente y acidísima obra del sueco a la que ha titulado en español «Placeres íntimos». Dos hermanos con sus respectivas y maltrechas parejas se reúnen en la casa de uno de ellos después del fallecimiento y la incineración de la madre de ambos. La interacción de estos cuatro personajes enfebrecidos y miserables pondrá de manifiesto ante los ojos del espectador la depauperada vida íntima de todos ellos, y dejará al descubierto sus insatisfacciones, rencillas, frustraciones e impudicias, que se elevan hasta el verdadero delirio en un clima de insoportable crispación y violencia. En cuestión de segundos, la obra salta de lo realista a lo esperpéntico para volver a acomodarse fugazmente en el terreno de lo reconocible antes de impregnarse de nuevo de un surrealismo extremo. Martret logra manejarse a la perfección en esa montaña rusa de estadios dramáticos y saca el máximo partido a cada resorte del lenguaje. De manera que cuanto más exageradas nos parecen todas las situaciones, mejor muestran las penurias morales de esos seres que las protagonizan y de la acomodada clase social en la que se enmarcan. La risa, la repugnancia y la conmiseración se suceden sin tregua en una función que los actores van construyendo sobre un difícil e incesante toma y daca. La exigencia interpretativa es en ocasiones vertiginosa y, en general, el elenco cumple. Toni Acosta dota a su personaje de una original mezcla de inocencia y hastío tan honda como reveladora; Cristina Alcázar aporta al suyo la errática espontaneidad de quien trata de sujetar las riendas de su vida amorosa sin tener en realidad la menor idea de cómo hacerlo; y Javi Coll, con su habitual ductilidad, se desplaza ágil desde la ocurrencia disparatada de un tipo aparentemente seguro de sí mismo hasta el patetismo que inspira su fragilidad. Menos acertado está Francisco Boira, que arrincona su rol en un código macarra –se va suavizando a medida que avanza la función– que escapa a lo verosímil y, lo que es más importante en este tipo de obras, limita la profundidad psicológica del personaje.
LO MEJOR
La función cumple con el propósito de hacer ver al espectador delante de un espejo su ridículo desnudo
LO PEOR
El uso del sonido y de la luz resulta a veces artificioso y se percibe en el patio de butacas más de la cuenta