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Literatura

Porque queda moderno y porque se lo merece

La Razón
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El club de poseedores del premio Nobel es un salón de mentes privilegiadas. En su nómina figuran Obama, Henry Kissinger y Yaser Arafat. No están, en cambio, ni Borges, ni Nabokov, ni Kafka, ni Cortázar, ni Proust, ni Joyce. Es decir, no está el grueso de escritores que probablemente cambiaron para siempre la literatura del siglo XX. Ni estarán nunca, sencillamente porque ya han muerto. Me parece importante dejar establecido de entrada este detalle para que nadie se lleve a engaño.

Eso pone perspectiva a la concesión del Nobel de Literatura a Bob Dylan. Como letrista y rockero, me gustaría pensar que el objetivo del jurado ha sido reconocer la contribución hecha por el folk y el rock a intentar elevar el tono de la cosa escrita durante el siglo veinte. También, como letrista y rockero, pasaría de puntillas sobre el valor intrínseco de la prosa dylaniana, porque entrar a fondo en un análisis riguroso de sus recursos literarios sería como hacer bajas con fuego amigo. Alegrémonos simplemente porque le hayan dado un premio universal a Bob. Se lo merece, aunque solo sea por sus canciones, por su insistencia en seguir en la carretera con una especie de concierto de juglar eterno e inacabable y por que, sin él, nunca hubieran sido posibles las letras de todos los que vinieron después, desde Lou Reed a Paul Weller.

Como músico, podría ser más escéptico. Los argumentos que ha dado el jurado, según los cuales Dylan ha renovado toda una tradición de música norteamericana muy antigua, podrían aplicarse con mucha más razón a Franco Battiato o a Paolo Conte (quienes han renovado todavía mucho más la canción italiana, aún más antigua). Como escritor, tendría que reconocer que la retórica de Dylan pierde mucho si no va acompañada por la interpretación de su inigualable dicción personal. Sus recursos estilísticos no son muy allá, pero sus matices interpretativos son inmensos. Tira de mecanismos muy estereotipados, creyendo que solo por cambiar los elementos o el orden de la metáfora innovará algo. De joven, le habían impresionado comprensiblemente los simbolistas. En él, convivían el artista y el predicador. Su tendencia al sermón laico tomaba a veces un enojoso aire curil, sobre todo cuando se juntaba con Joan Baez, y eso explica el sectarismo casi inquisitorial de sus fans más acérrimos. Una de las maneras de poner en apuros a esos fans es alabar la prosa de «Visions of Johanna» y luego preguntar, malignamente, qué ha querido decir Dylan. Se terminan haciendo un lío y reconociendo que no se entiende. La palabra divina, revelada, no se cuestiona. Por eso, el Dylan que intenta ser escritor se estrella cuando intenta el misticismo ramplón («Tarántula») y en cambio ilumina cuando cincela hechos diáfanos («Crónicas»).

Como candidato al Nobel, nos interesa el artista y no el predicador. Ahí resulta imbatible: imágenes sencillas pero de una gran penetración, como las frases desnudas, mondas y lirondas de «Blowin’ In The Wind» que encajan perfectamente con la música. O la capacidad para hacer de un simple rock algo épico como en «It’s All Over Now, Baby Blue», sin eludir, como saben los inteligentes, que toda épica es sórdida. Ese es el Dylan que se dispara a los cielos y que se resume de la manera que hace encajar sonido y lenguaje en «Like a Rolling Stone», una canción por la que todos los autores de canciones entregaríamos una criadilla (dos ya no, pero una sí) por acertar a escribirla.

Darle un Nobel está bien. Por un lado queda moderno y por otro se lo merece. Se lo podían haber dado de la paz, de política, de radiofonía o de musicología. Dylan consiguió demostrar que la música popular podía admitir letras serias y no solo banalidad. De nuevo, como letrista y rockero, me alegro del galardón en la medida que contiene todo un arte específico. Ser letrista se parece mucho a ser poeta, pero en realidad es una disciplina diferente; tan respetable eso sí como la poesía pero, a veces, incluso más compleja y difícil. Tiene sus propias magias. Allí donde, en poesía, el efecto emocional lo pone el recurso estilístico o el pensamiento, aquí gozamos de los movimientos ondulantes del sonido eléctrico y magnético para realzar la emoción. Todo un arte nuevo y sorprendente que, a la vez, tiene sus raíces en prácticas muy antiguas. Para mí, a Bob Dylan le han dado un premio Nobel como letrista y eso es (entiendan mi punto de vista) un orgullo.