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Pou, contra viento y marea

El actor se impone a unos recientes problemas de visión y llega a Madrid, con dos semanas de retraso y «recuperado», asegura, para presentar la versión de Juan Cavestany del «Moby Dick» de Melville
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El actor se impone a unos recientes problemas de visión y llega a Madrid, con dos semanas de retraso y «recuperado», asegura, para presentar la versión de Juan Cavestany del «Moby Dick» de Melville.
Ni el rey Lear, ni Sócrates, ni Orson Welles consiguieron hacer con José María Pou lo que ha logrado el capitán Ahab: agotarlo. «Es una función matadora para mí. Es como tirarme por un precipicio cada día», resopla el actor mientras se pregunta por qué no se enroló en esta aventura 20 años antes: «Por una cuestión de edad, de preparación y de resistencia física». Ya son más de doce meses embarcado en el «Pequod» –desde que estrenara a principios de 2018 en el Teatro Goya (Barcelona)– y ya nota las consecuencias de un viaje tan largo. «No hay un personaje que me haya absorbido, atormentado y obsesionado tanto como este de Melville», cuenta un Pou que hoy presenta «Moby Dick» en Madrid (La Latina), a pesar de que todavía lleve consigo parte del último embiste de la ballena.
Debía haber sido el 24 de enero cuando el intérprete –junto a Jacop Torres y Oscar Kapoya– se subiera al escenario de la plaza de la Cebada, pero por «cosas de la edad», dice, no pudo ser. Cuenta ahora Pou que ha pasado «dos semanitas chungas», pero que ya se encuentra «recuperado lo suficiente, que no del todo», para volver a perseguir a la bestia. «Fue un susto grande. Se me inflamó el nervio óptico en los dos ojos, se complicó y llegué a quedarme con casi un 10% de visión», explica de un problema que «se pudo superar sin operación, que era lo previsto desde el inicio».
Pero todo eso ya quedó atrás. «Es lo que tiene luchar contra la naturaleza», tanto como el capitán Ahab en la novela. Porque hacer este «Moby Dick» –en versión de Juan Cavestany y dirección de Andrés Lima– es repetir en tus propias carnes la empresa de los marineros del «Pequod». O, quizá, peor: «Porque ellos iban a la búsqueda de la ballena, aunque yo llevo un año viviendo con ella a cuestas».
Veinte años de engaño
Trabajo que, aun así, hace con gusto, reconoce. Ni el estrés que le ha obligado a parar estas dos semanas empañan el idilio de Pou con el, ya suyo, capitán Ahab. Y eso que no era una función que el artista soñaba llevar a las tablas: «Soy un loco de la novela y de la película de John Huston, pero había otros nombres que me llamaban más la atención. Puede que sea porque su original, por mucho que se haya hecho sobre los escenarios, no es teatro». Un texto de Herman Melville que el actor creyó haber leído a los trece años, pero que hasta los «treinta y pico no me di cuenta de que era una adaptación que no llegaba ni a un tercio del total. Así que me vi en la obligación de leerla de nuevo con esfuerzo y empeño, porque no es una novela fácil. La parte de aventura y de la caza de la ballena es apasionante, llena de romanticismo y con un lenguaje poético increíble –continúa Pou–, pero, como Melville la escribió desde su propia experiencia a bordo de un barco ballenero, hay capítulos que son un manual de marinería dedicados al descuartizamiento de la presa que se hacen más pesados». Así lo recoge la función en boca de Pip (Kapoya): «Ahora la carne del animal se despieza para el consumo: trozos de carne y tendones en el cuarto de la grasa, donde se despieza la “manta”: láminas de grasa que constituyen la piel del animal, en ese cuarto los marineros trabajan descalzos con azadas, medio a ciegas y tambaleándose, y a menudo se cortan los dedos de los pies sin querer». Y poco más de ese cursillo pesquero se puede encontrar dentro de este montaje «centrado en el protagonista».
El viaje suicida del «Pequod»
En 85 minutos, Cavestany invita al espectador a asistir al viaje suicida del «Pequod» a través de los ojos del capitán. A vivir la obsesión de revancha de Ahab hacia un animal que en su día le comió una pierna y lo dejó tullido de por vida: «Me creen loco pero soy demoníaco. Yo no estoy loco. Yo soy la locura enloquecida», recita el marinero. «Actúa como un demente sediento de venganza. Es un hombre que, desde el momento en el que se encontró con la ballena, no soñó más que con escarmentar al animal», reflexiona Pou sobre una figura que se creía casi perfecta, un capitán de navío de academia y perteneciente a una familia aristocrática de las costas de Massachusetts. Un revanchismo que, con el tiempo, se convirtió en podredumbre y, luego, en locura.
Así, cuando Ahab consigue reunir una tripulación y un barco para salir a matar a la ballena «sabe que es un paso seguro hacia la muerte», pero no se detiene. «Es consciente de que se ha convertido en un paranoico. Una vez tomada la decisión no puede pararla, aunque ya solo sea por vanidad y orgullo», explica. Un marinero con una vertiente muy simple: la mera venganza; pero, a la vez, con un comportamiento complejo, «con unas reflexiones poéticas extraordinarias». Dice Pou que por todo ello es «el personaje que a Shakespeare se le olvidó escribir». Si Otelo era un hombre lleno de celos, Ahab está repleto de «vendetta», pero «con madera de héroe. No tiene más armas que su voluntad».