¡Qué envidia de su público!
«La risa es tan necesaria como el amor. Con cualquiera se puede hacer el amor, pero, ¿reír? Es dificilísimo encontrar a alguien con quien reír: yo, por ejemplo, con mi mujer me he reído poquísimo». Este texto pertenece a «Alta seducción», la última obra teatral que interpretó Arturo Fernández, y que, por cierto, representó por última vez el pasado 17 de marzo en el Teatro Campos Elíseos de Bilbao. ¡Tenía 90 años!
En esta pequeña y brillante intervención podemos reconocer el estilo interpretativo donde Arturo Fernández se movía como pez en el agua y demostraba sus magníficas cualidades para la comedia. Un género para nada sencillo, que algunos se empeñan en seguir infravalorando.
Ha muerto un maestro de la comedia. Un actor único e irrepetible. Con él se rompió el molde. También nos ha dejado un director. Porque también era director. Un buen director. Y productor. Productor sin subvenciones.
Y se ha ido como él quería, trabajando en un escenario. Y es que la jubilación era para él una palabra maldita. Le salían ronchas al oírla. Nada de lo humano podía interponerse y privarle del júbilo que cada noche le producía el encuentro mágico con el público. Ni siquiera los avisos que le daba su corazón.
¡Arturo Fernández y su público! Se deberían escribir tesis sobre esta obsesiva relación.
Ellos han sido los amantes del teatro español. Pero no amantes pasajeros. Parecían estar hechizados bajo el efecto de un poderoso elixir. Y siempre pensando el uno en el otro, han mantenido una fidelidad inquebrantable a lo largo de los años. Como adolescentes, cómplices y enamorados, cada temporada se esperaban con auténtica veneración.
El prodigio se repetía cada año. ¡Y cada año, más público! Y otro año más, y más público. Y otro. Y otro. Por un momento creyeron ser indestructibles. Incluso llegaron a pensar que «ese zángano» llamado tiempo podía ser doblegado. Casi lo consiguen. No tengo la menor duda de que también pasaron momentos difíciles. Momentos de angustia, de ansiedad, de desconfianza (¿me seguirá queriendo?), pero ahí seguían juntos. Y juntos han llegado, hasta el final, sin doblegarse.
No lo vamos a negar, ese permanente idilio arropado por el eterno cartel de «no hay localidades» tenía para el resto de los mortales algo de provocación. Digámoslo abiertamente, teníamos envidia. En el país de la envidia, lo suyo era de juzgado de guardia.
Una conocida actriz le susurraba en una noche de estreno con mucha retranca y fina ironía: «Enhorabuena, mi querido Arturo. Lo tienes todo vendido, anda, no seas egoísta, préstame un poco de tu público». Y el maestro le devolvía una pícara sonrisa.
Arturo Fernández se ha ido pero nos queda su personaje. El actor era absolutamente consciente de que ya no le pertenecía. Y nunca descubriremos quién hizo a quién. He ahí la magia del teatro.
Un día, hace muchos años, tuvimos una larga conversación y le animé a que se arriesgara a interpretar otros personajes, como «El Alcalde de Zalamea», «Ricardo III», Don Quijote, «Macbeth» o el Max Estrella de «Luces de bohemia»... Sin duda, le sobraba talento para adentrarse por los complejos resquicios emocionales de tan importantes seres teatrales. Y Arturo, con aquella sonrisa que le caracterizaba, me decía algo muy parecido a lo que me dijo otro irrepetible monstruo de la escena española, doña Lina Morgan: «Me da miedo defraudar a mi público».
¡Ay, el publico! Un enigma, un misterio, una obsesión.
Dicen que el teatro se alimenta de preguntas, que no es más que un gran bosque de interrogantes. Aquí les dejo algunas más, escritas precisamente por el propio Arturo Fernández en el programa de mano de «Alta seducción».
«¿Qué es la seducción? ¿Un arte que quien lo posee lo exhibe casi involuntariamente?
¿Un don innato? ¿Una técnica aprendida?
¿Se puede hacer de la seducción un modo de vida, una profesión?
Las respuestas, chatinas y chatines, para la próxima temporada, cuando juntos volvamos a levantar el telón».
Director de escena