Raphael, el mejor concierto de rock
Aunque a veces duela, Raphael construye un puente entre la ingenuidad de las películas de Mario Camus y el futurismo de quien nos construye un ataúd veloz
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Aunque a veces duela, Raphael construye un puente entre la ingenuidad de las películas de Mario Camus y el futurismo de quien nos construye un ataúd veloz.
Nuestro hombre llegado de las estrellas, un Bowie de Jaén, sabe reinventarse, del analógico mundo de los sentimientos táctiles al de la ingeligencia artificial, sin que sus fans se percaten de que se obra un milagro laico. Los dioses mutaron en rockeros, y dejaron al pop para los héroes. Raphael es un oráculo que nos descubre que el camino de los mitos está escrito en el hígado. El «crooner» convertido en Mick Jagger sigue el camino hacia el mago de Oz. No hay un músico en España que se le pueda comparar. El histrionismo es cada vez más íntimo, aún más matizado cuanto más cerca de nuestra muerte. Aunque a veces duela, Raphael construye un puente entre la ingenuidad de las películas de Mario Camus y el futurismo de quien nos construye un ataúd veloz.
Ha llegado a una meta teñida de rojo donde suenan guitarras como en otra época avivaban lágrimas los violines. No puede decirse que no esté bien considerado pero reto a los críticos ortodoxos a que me dejen subirme a sus hombros, como si fueran mis hermanos mayores, para dar las luces largas y redescubrir a un genio al que cualquier país levantaría una estatua. Los mitos no se descubren hasta que comparten habitación con Elvis Presley. Raphael concita a su público de siempre y los engaña siendo diferente. Infinitos bailes que bordean la memoria. Del concierto del pasado sábado podría decirse que superó al de U2 que le sirvió de telonero con consignas políticas. Raphael no espeta soflamas, él mismo es política. Canta ya con el sexo de los ángeles. Un rock que incendia pianos sin que se note.
Una lágrima de Mina bastó para salvarnos. No hay quien resucite a los muertos como él. Fue una sesión de espiritismo. Digan lo que digan, el artista pretende reinventarse, mucho más que los patéticos regresos de grupos que tuvieron su momento y que hoy son cenizas sobre cenizas. Raphael es hoy una guitarra en vez de una trompeta. Una balada triste como prólogo de la alegría de saber que el hombre de negro anuncia una noticia feliz: hay sentimientos que nos perdurarán. Muchos aplausos. La mayoría no sabían bien que yo siendo aquel en realidad era no sé qué seré mañana.